Javier Cavanilles. El tarot ¡Vaya timo!

octubre 9, 2015

Laetoli, 2009. 132 páginas.

Javier Cavanilles, El tarot ¡Vaya timo!
Pintan bastos

La adivinación del futuro mediante la cartomancia es una de las que más solera tiene y mejor puesta en escena disfruta. Tanto es así que la baraja del Tarot se conoce en todo el mundo y no es extraño que en muchos cafés y bares de copas tengan a algún tarotista residente por horas. Hasta no hace mucho se podían ver en las Ramblas señoras con mesas plegables que te leían el futuro en las cartas.

Pero ¿Tiene algún sentido? ¿Está escrito el destino en los naipes? Javier Cavanilles analiza los orígenes y difusión del Tarot y encuentra, como es habitual en esta colección, que la realidad es mucho menos misteriosa que la leyenda. Para empezar sus orígenes no se pierden en la noche de los tiempos, sino que nace en el siglo xV en Italia, como un juego. No fue hasta el siglo XVIII que Antoine Court de Gebelin empezó a afirmar que en las cartas se escondía un simbolismo que permitiera adivinar el futuro. No parece mucho pedigrí para tanto poder.

No hace falta ningún estudio científico para saber que los que echan las cartas no aciertan mucho. Basta ver alguno de los programas en directo que emiten en algunas televisiones para ver que se equivocan mucho. Pero aún así la gente sigue picando ¿A que se debe? El autor explica éste y otros misterios, como la lectura en frío, que permite a cualquiera conertirse en un tarotista experto.

Y aquí puedo hablar con conocimiento de causa. Cuando era más joven echaba las cartas. Al principio lo hacía por diversión y porque era una manera de ligar. Eso sí, siempre con la verdad por delante y declarando que yo no creía en esas cosas. Con el tiempo yo seguía sin creer, pero mucha gente de mi alrededor me pedía consejo y se tomaba muy en serio mis adivinaciones. Incluso hubo gente que cuando decía que yo no tenía ningún poder se escandalizaban porque negaba mis dones.

En una época en la que estaba escaso de trabajo respondí a una oferta de empleo para tirar las cartas por teléfono. Fui a la entrevista y sin ningún tipo de prueba o demostración de poderes te metían en la sala a trabajar. No acepté porque a tanto no llego, pero eso les dará una idea de cómo es la gente que responde a los anuncios de los periódicos. Con el tiempo dejé de adivinar el futuro; había dejado de ser divertido y no quería tener esa responsabilidad sobre mi conciencia.

Volviendo al libro, el autor expone con claridad la historia, el trasfondo y la poca efectividad de las predicciones cartománticas. Muy recomendable.


Extracto:[-]

El tarot no es la única tradición que el ocultismo y el esoterismo (sean o no lo mismo) han hecho propia y acumulado sin preocuparse por su auténtica naturaleza mientras sirva a sus propósitos. Un ejemplo similar lo encontramos en el Necronomicón, el inexistente libro al que aludía el poeta loco Abdul Alhazred, un personaje ficticio nacido de la imaginación del escritor H. P. Lovecraft. Sin embargo, que el libro no exista no quiere decir que no haya sido editado. En realidad, existen varios Necronomicones por el mundo, aunque sólo haya dos que se presentan como auténticos. Según explican Daniel Harms y John Wisdon Gonce III en The Necronomicón Files, el primero de ellos apareció en 1972 y el segundo en 1998. En España se ha editado al menos uno y, sinceramente, da igual de cuál de los dos falsos originales sea la traducción. Lo curioso es que, tal y como explica Wisdon Gonce III en el libro, cualquiera de los dos sirve para los rituales de magick. La sensación que queda es que el libro, como el tarot, no es más que una parte del atrezzo con el que decoran su vida los amantes del pensamiento mágico. Lo que diga el libro —el original inexistente o sus múltiples falsificaciones— es lo de menos. Para quienes quieren creer, toda piedra hace pared.

El proceso que siguió el Necronomicón desde su nacimiento como licencia literaria hasta convertirse en objeto de adoración es muy similar y tan peculiar como el del tarot. En «El Sabueso» («The Hound», 1923) uno de los primeros relatos de Lovecraft, los protagonistas consultan el libro de ese nombre para descifrar un símbolo que aparece en un colgante. A partir de ahí, el libro prohibido aparece en muchos de sus relatos pero, como refleja una carta conservada escrita por el autor en 1925, Lovecraft solicitó consejo a un amigo sobre literatura ocultista ya que reconocía que sus conocimientos se limitaban prácticamente a lo que leía en la Enciclopedia Británica. En años sucesivos, y a medida que el Necro-nomicón se iba convirtiendo en una especie de protagonista común de sus distintos relatos, no cabe duda de que se informó sobre la materia pero nunca llegó a ser —ni lo pretendió— un experto. Es
más, Lovecraft ni siquiera creía en lo que hoy llamaríamos pseu-dociencias. Escribió más de una vez contra la astrología y, en colaboración con el mítico escapista Harry Houdini (uno de los más grandes escépticos de la historia), trabajó en un libro llamado El cáncer de la superstición, que se malogró al morir el ilusionista. Por si fuera poco, llegó a definirse como «un absoluto materialista en lo que a creencias se refiere». Gracias a las cartas que escribió y que aún sobreviven, se sabe que no sólo afirmó siempre que el libro no existía sino que incluso le molestaba que algunos pensaran lo contrario. Sobre la posibilidad de escribirlo, lo descartó en más de una ocasión por el esfuerzo que hubiera implicado, y para no decepcionar la imagen que sus seguidores tenían del famoso libro.


En sus inicios, la adivinación se limitaba prácticamente a los llamados augurios: señales que algunos creían ver en la naturaleza y que se interpretaban como una tendencia más que un hecho concreto. Un mal augurio prevenía sobre las posibilidades de que una campaña militar acabara en fracaso, pero no sobre la forma que revestiría la derrota ni el lugar o la fecha en que se produciría. Esta forma de pensar tiene su lógica en contextos históricos y sociales en que todo lo que ocurría se atribuía a la voluntad divina y en que las manifestaciones naturales más insignificantes se consideraban como los medios que tenían los dioses de advertir sutilmente a sus creyentes.

En la antigüedad existían muchas formas de predecir el futuro. Por ejemplo mediante la lectura de las entrañas de un animal, observando las llamas de una hoguera, interpretando el vuelo de las aves, según la posición de las estrellas y de muchas otras maneras. Un dato a tener en cuenta es que casi todas esas técnicas eran aceptadas como eficaces por la inmensa mayoría de la sociedad, y sobre todo por los interesados (las clases altas), pero hoy han caído totalmente en desuso. Este detalle debería hacer reflexionar a los creyentes en las adivinaciones, ya que durante cientos de años se consideraron procedimientos útiles para adivinar el futuro, pero cualquiera que las intentara poner en práctica hoy recibiría una sonora carcajada. ¿Por qué perdieron poder estas técnicas? Sencillamente, porque nunca lo tuvieron. Eran simples creencias que, como muchas otras, fueron sustituidas, actualizadas u olvidadas con el paso del tiempo. Si hubiesen tenido alguna base real (como las matemáticas), hoy se seguirían empleando; pero sólo tenían sentido en un contexto religioso. Por ejemplo, los griegos creían que el oráculo de Delfos era literalmente el centro del Universo, donde se concentraba toda la sabiduría, y que Zeus en persona se lo había cedido a la diosa Gea o Gaia para que sirviera de intermediaria entre el Olimpo y la Tierra. Más tarde lo conquistó el dios Apolo y se convirtió en el gran santuario actualmente recordado. Allí, una simple mortal, la pitia, ejercía de sacerdotisa gracias a su estrecha vinculación con Apolo —con quien se casaba y al que juraba fidelidad—, y sus consejos eran considerados de origen divino. Lo importante de todo esto es que la adivinación tuvo siempre más que ver con la religión que con la ciencia (y que en Delfos cobraban). Sin embargo, hoy nadie se tomaría en serio sus consejos, por mucho que los dictase Apolo en persona. La creencia en el oráculo subsistió mientras se mantuvo el panorama religioso en el que se enmarcaba. Ni un día más.

Un comentario

  • Nacho octubre 9, 2015en10:52 am

    Fíjate: a mí en cierta ocasión me ofrecieron escribir la sección del horóscopo para un periódico. Ni creo en ello ni te sabría decir qué fechas se corresponden con cada signo. Me sé el mío por costumbre, supongo. Así estamos.

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