Gwyneth Jones. Como la vida misma.

noviembre 4, 2011

La factoría de ideas, 2004. 346 páginas.
Tit. or. Life. Trad. Aitor Solar, Omar El-Kashef.Gwyneth Jones, Como la vida misma
Un lugar en el mundo

Este libro lo compré cuando estaba de saldo en Gigamesh, un buen amigo me informó de ello. Pero siempre me resistía a leerlo porque la portada y sinopsis no me llamaban mucho la atención. Por fin le llegó su turno.

La protagonista es una bióloga que tiene que labrarse una carrera en un mundo competitivo y dominado por los hombres. Por el camino realizará un descubrimiento extraordinario, que no puede demostrar por la desconfianza de sus jefes en su investigación. Un descubrimiento que parece destinado a diluir las fronteras entre los sexos.

El libro no está mal, aunque llamarlo de ciencia ficción es exagerar. Cierto, hay una inteligencia artificial, una plaga asesina y un cambio en la humanidad parecido al de Las partículas elementales. Pero si eliminamos todos esos aspectos el libro seguiría prácticamente igual.

Nos hace un retrato del mundo de la investigación y de la dificultad que tiene una mujer para abrirse camino. En ese aspecto cumple su cometido, aunque sin excesiva brillantez. Mi paladar perdona una prosa normal y unos personajes en ocasiones esquemáticos si las ideas que se muestran merecen la pena. No es el caso.

Calificación: Regular.

Un día, un libro (65/365)

Extracto:
El sexo lésbico era incomparablemente más valioso y profundo. Cuando Anna constató que Ramone se estaba follando a un macho que, además de ser un camello sinvergüenza, le doblaba la edad, esta dijo: «es diferente. No me lo hago con Frank por diversión. Estoy aglutinando experiencias vitales». Cuando Anna le preguntó por qué no se encontraba una novia igual de vieja, Ramone retorció su labio de chimpancé.
—No sabes lo duro que es ser feminista y lesbiana. Casi todas las mujeres de la escena te entran como si fueran tíos. No me pienso tragar su mierda. El lesbianismo podría ser brillante, pero por desgracia es una broma patética, una pobre imitación del mundo de supremacías de los hombres.
En su fuero interno Anna se preguntaba si hacer el amor con una mujer era tan diferente. Cuando sostenía a Spence entre sus brazos, mientras este jadeaba y temblaba rebosante de placer y le suplicaba que le lamiera los pezones con más fuerza y ella le frotaba el perineo, deslizaba los dedos por su recto resbaladizo y amasaba la suave concavidad de sus testículos, cuando él estaba así y se podía deslizar tan fácilmente tras su hueso púbico, ¿cuál era la diferencia? Había oído por ahí que las mujeres son mejores compañeras porque los hombres no son multiorgásmicos. Spence a menudo parecía recorrer una ristra de ellos en una cascada tan extensa como la suya antes de llegar al climax final. Sin duda se debía a que era muy joven. Y además estaba su polla, sin la que ella no quería quedarse bajo ningún concepto. Cuando estaban en su habitación de Regis Passage, a ella le encantaba tumbarse desnuda, con la espalda arqueada sobre sus propios talones y las piernas desparramadas para masturbarse mientras él hacía lo mismo. Mantenía los ojos cerrados para no saber cuándo caería a la vista de su cono, la agarraría de los hombros y la penetraría. Adoraba el momento en el que todo su cuerpo era azotado por un espasmo, cerrando, apresando y bombeando con locura. Era como una fusión entre hombre y máquina, pero sin la paranoia de la idea; era el placer del tenis y el yoga elevado a la gloria, pura energía en movimiento, el deleite de convertirse en algo puramente físico.


—¡Joder! —dijo Anna—, qué guarro. Has sido tú, Spence.
—El que lo huele se lo queda —respondió él.
—¡Ja! El que se excusa se acusa…
Jake había encontrado el peine y estaba riéndose junto a la puerta de la cocina mientras se alisaba suavemente los rizos, listo para salir por piernas en cuanto alguien fuera a por él. Aunque sus padres lograran atraparlo, siempre se movían con cuidado.
Dulzura, dulzura en todo momento…
Apártalo de tu mente.
Todas aquellas intimidades como tirarse pedos, hurgarse la nariz, sonarse los mocos y rascarse el culo, tan propias del nido, al verse privadas de cimientos se desplomaban como la superficie iridiscente de una burbuja cuando estalla.

2 comentarios

  • Cities: Walking noviembre 4, 2011en10:45 am

    Y digo yo, ¿los extractos que has seleccionado son para animarnos a leerlo o más bien para que lo descartemos? Porque telita…

  • Palimp noviembre 4, 2011en12:10 pm

    Pues una de cal y otra de arena. El primero por el sexo, claro 🙂 y el segundo porque me dio ternura.

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