Cuentos del vigÃa, 2010. 102 páginas.
Conjunto de microrrelatos que comienzan por un koala que aparece misteriosamente a dormir en un armario y acaban con un personaje al que le van cambiando los niños sin motivo ni explicación. Hechos sorprendentes injertados en lo cotidiano.
Sin estar mal no hay ninguno de los que te salta la chispa, que te emocione o sorprenda de alguna manera especial. Dejo un par que me han parecido decentes, no creo que los haya mejores.
Mecánica de las novelas
Al abrirse la cubierta del libro sonó la alarma. Los personajes tomaron posiciones mientras el prologuista entretenÃa al lector, que no tardó en doblar la esquina del primer capÃtulo. Allà apareció el héroe de la historia recolocándose todavÃa la vestimenta ante lo imprevisto de la lectura.
Una vez más, recitó de memoria su papel sin dejar de mirar de reojo el borde de la hoja, desconfiado de que el próximo figurante estuviera preparado para hacer su entrada.
No hubo ningún problema. Nada más adentrarse en la siguiente página apareció el villano exponiendo sus intereses, siempre antagónicos de los del que acababa de abandonar el escenario que componÃan aquellas dos planas abiertas.
Ante lo extenso y elaborado del discurso, los demás intérpretes respiraron aliviados al tener tiempo de vestirse como era debido, repasar sus papeles e incluso fumarse algún que otro pitillo para aplacar los nervios.
En el momento en que el bellaco estaba a punto de abandonar el marco de la lectura, el autor ya habÃa ordenado correctamente a todos los actores lanzándolos a escena como el que empuja a unos paracaidistas desde un avión.
Uno tras otro, fueron desarrollando la historia que acabó otra vez con la muerte del rufián a manos del héroe.
Apenas cerrado el libro, cuando el elenco todavÃa estaba felicitándose por la enésima representación de la novela, el prologuista dio la voz de alerta. Alguien habÃa abierto de nuevo la cubierta del libro.
Notas falsas
Eligió la melodÃa con cuidado. DebÃa ser lo suficientemente pegadiza e inusual. Al dÃa siguiente, en la oficina, se pasó toda la mañana silbándola al oÃdo de su compañero.
Cuando por la noche llegó su mujer a casa tarareándola, se confirmaron sus sospechas.
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