Frans de Waal. El mono que llevamos dentro.

marzo 26, 2008

Editorial Tusquets (Metatemas), 2007. 940 páginas.
Tit. Or. Our inner ape. Trad. Ambrosio García Leal.

Frans de Waal, El mono que llevamos dentro
Origen común

Desde que Darwin bajó del pedestal al ser humano haciéndole compartir ancestros con los simios la gran pregunta ha sido ¿somos en realidad tan diferentes de nuestros primos? Que el tema sigue levantando ampollas lo demuestra la vigencia del creacionismo -ahora con unevos disfraces- empeñado en sostener contra la ciencia y el sentido común que nuestro origen es más divino que terrenal.

Una postura contraria sostiene Frans de Waal, eminente primatólogo para quien nuestras más nobles características -la generosidad, la amabilidad, el altruismo y la solidaridad- forman parte de la naturaleza humana, pues proceden de nuestro pasado animal.

Para ilustrar su tesis expone sus numerosas observaciones de grandes simios. Se ha repetido muchas veces el riesgo de antropomorfizar los comportamientos de los animales, pero el autor afirma -con mucha razón- que en unos animales sociales como los chimpancés es imposible no tener en cuenta sus motivaciones. Afirma que la política de los chimpancés, como la política humana, es una cuestión de estrategias individuales que chocan para ver cual sale adelante. Como los biólogos no hablan de intenciones ni de emociones, acudió a Maquiavelo para interpretar el comportamiento de su colonia.

En contra de la tendencia actual de hacer afirmaciones exageradas a partir de alguna observación de campo, no se afirma que tengamos que compartir etología con los primates. Pero los paralelismos saltan a la vista, así como también las diferencias. Evidentemente hay un problema cuando en los congresos hay cientos de psicólogos pero decenas de primatólogos. No es fácil extraer demasiadas conclusiones de datos escasos. Por eso es de extraordinaria utilidad un libro como éste, con informaciones de primera mano.

Lo que vemos es una sociedad bastante más compleja de lo que podríamos imaginar. Existen jerarquías, definidas de una manera clara y transparente para eliminar conflictos. Si todo el mundo sabe cual es su lugar no se pierde el tiempo reafirmándose. Pero estas jerarquías no son rígidas. En primer lugar, el rol de control no lo tiene exclusivamente el macho alfa; pueden darse alianzas más poderosas y existen chimpancés influyentes. Estos son capaces de movilizar a la opinión pública aunque no tengan un puesto elevado en la jerarquía. Si un lider no está a la altura en muchos casos es destituido en favor de otro aunque individualmente sea más débil.

En el terreno sexual existe mucha promiscuidad, sobre todo en los bonobos. Éstos utilizan el sexo como lubricante social. Que nuestra conducta sexual sea diferente no se debe a condicionamientos culturales o religiosos. Nuestros testículos son más pequeños que los de los chimpancés, lo que implica una menor promiscuidad. Aún así el lugar común de que los hombres sean polígamos y las mujeres monógamas no es cierto. En un experimento hicieron una encuesta a mujeres con un falso detector de mentiras. El número de parejas reconocido se duplico y llegó a niveles similares a los masculinos.

Los sentimientos altruistas son frecuentes en las colonias de chimpancés, algo que parece indicar que no son exclusivos del ser humano ni construcciones culturales -no digamos ya religiosas. Todo esto ya lo expresó el sabio chino Mencio, que vivió en una fecha tan temprana como el 372-289 a.c.:

Si los hombres ven a un niño que está a punto de caer en un pozo todos sin excepción experimentarán un sentimiento de alarma y pesar. No sentirán así como una estrategia para ganarse el favor de los padres del niño, ni para buscar el elogio de sus vecinos y amigos, ni para evitar dar la mala impresión de no conmoverse por ello. Este caso nos permite percibir que el sentimiento de conmiseración es esencialmente humano.

Actitudes que revelan bondad, altruismo, sentimiento de la justicia están documentadas. Como dice el autor:

Las religiones modernas sólo tienen unos cuantos milenios de antigüedad. Es difícil imaginar que la psicología humana fuera radicalmente distinta antes de que surgieran las religiones. No es que la religión y la cultura no tengan papel alguno, pero está claro que los sillares de la moralidad anteceden a la humanidad.

Como decía al principio no podemos extrapolar sin más las actitudes que se observan en las colonias de chimpancés a los seres humanos. Pero la lectura de este libro nos deja la impresión de mirar en un espejo en el que no es difícil reconocer muchas de las características que consideramos humanas.

Reto 2008: Países bajos.

Escuchando: Mister Sandman. Emmylou Harris.


Extracto:[-]

Ajenos a este ideario revolucionario, mis chimpancés exhibían las mismas tendencias arcaicas, pero sin trazas de disonancia cognitiva. Eran celosos, sexistas y posesivos, simple y llanamente. Entonces ignoraba que iba a seguir trabajando con ellos el resto de mi vida, y que no volvería a permitirme el lujo de sentarme en un taburete de madera y contemplarlos durante miles de horas. Fue la época más reveladora de mi vida. Me quedé tan absorto que intenté imaginar cómo decidían mis chimpancés sobre esta o aquella acción. Comencé a soñar con ellos por las noches y, lo más significativo, empecé a ver a la gente que me rodeaba bajo un prisma diferente.

Soy un observador nato. Mi mujer, que no siempre me dice lo que compra, ha aprendido a vivir con el hecho de que puedo entrar en una habitación y detectar en cuestión de segundos cualquier novedad o cambio, por pequeño que sea. Puede ser un libro nuevo insertado entre otros o un bote diferente en el frigorífico. Lo hago sin ninguna intención consciente. De manera similar, me gusta fijarme en el comportamiento humano. Cuando me siento en un restaurante quiero tener delante cuantas más mesas mejor. Disfruto siguiendo la dinámica social (amor, tensión, aburrimiento, antipatía) a mi alrededor basada en el lenguaje corporal, que considero más informativo que el lenguaje hablado. Como espiar a la gente es algo que hago de manera automática, convertirme en una mosca en la pared de una colonia de antropoides fue un paso natural para mí.

Mis observaciones me ayudaron a contemplar el comportamiento humano bajo una luz evolutiva. No me refiero sólo a la luz darwiniana de la que tanto se oye hablar, sino también al modo simiesco de rascarnos la cabeza ante un conflicto, o la cara de desánimo que se nos queda si un amigo presta demasiada atención a algún otro. Al mismo tiempo, comencé a cuestionarme lo que me habían enseñado sobre los animales: sólo se rigen por el instinto; no tienen visión de futuro; todo lo que hacen es en interés propio. Esto no encajaba con lo que estaba viendo. Perdí la capacidad de generalizar sobre «el chimpancé», del mismo modo en que nadie habla nunca de «el ser humano». Cuanto más observaba, más se parecían mis juicios a los que hacemos sobre otras personas, como si ésta es amable y amigable o aquélla es retraída. No hay dos chimpancés iguales.

Es imposible seguir lo que ocurre en una comunidad de chimpancés sin distinguir entre los actores e intentar comprender sus metas. La política de los chimpancés, como la política humana, es una cuestión de estrategias individuales que chocan para ver cuál sale adelante. La literatura biológica demostró su inutilidad para comprender las maniobras sociales, debido a su aversión al lenguaje de las motivaciones. Los biólogos no hablan de intenciones ni de emociones. Así pues, acudí a Nicolás Maquiavelo. En los momentos de tranquilidad durante la observación leía un libro publicado cuatro siglos atrás. El príncipe me situó en el marco mental adecuado para interpretar lo que estaba viendo en la isla, aunque estoy seguro de que el filósofo nunca anticipó esta aplicación particular de su obra.

Entre los chimpancés, la jerarquía lo impregna todo. Si traemos dos hembras al edificio, como hacemos a menudo para efectuar pruebas, y les asignamos la misma tarea, una se pondrá enseguida a ello mientras que la otra se quedará atrás. La segunda hembra apenas se atreverá a aceptar recompensas y no tocará el puzzle, ordenador o lo que se use en el experimento. Puede tener tantas ganas de participar como la otra, pero cede el paso a su «superior». No hay tensión ni hostilidad, y en el grupo pueden ser las mejores amigas. Simplemente, una hembra domina a la otra.

En la colonia de Arnhem, la hembra alfa, Mama, reafirmaba de manera ocasional su posición con fieros ataques a otras hembras, pero en general era respetada sin discusión. La mejor amiga de Mama, Kuif, compartía su poder, pero esto no era comparable con una coalición masculina. Las hembras ascienden porque todo el mundo las reconoce como líderes, lo que implica que no hay mucho por lo que contender. Puesto que el rango femenino es en gran medida una cuestión de personalidad y edad, Mama no necesitaba a Kuif; ésta compartía el poder de Mama, pero no contribuía a afianzarlo.

2 comentarios

  • Vailima marzo 26, 2008en8:27 am

    Cuando he leído el título del post de hoy he pensado que el Palimp se había inspirado en una servidora por aquello del mono del tabaco. Después me he dado cuenta que también…

    un abrazo

  • Palimp marzo 26, 2008en12:05 pm

    Algo de inspiración hay, claro 🙂

    ¡Caña al mono! Cuando yo dejé de fumar me ponía morado a cafés…

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