Emilio Vázquez. Ufffff.

diciembre 5, 2019

Emilio Vázquez, Ufffff
192 páginas.

El protagonista de estos relatos, desesperado por encontrar trabajo, acepta hacer de consultora sentimental en una radio, a modo de moderna Elena Francis. Allí se irá encontrando con una serie de casos a cual más estrambótico.

Recolección de cuentos levemente amparados por el hilo conductor del consultorio sentimental. El autor domina bastante los recursos del humor, y aunque los cuentos distan de ser perfectos, yo me he divertido bastante.

Que también viene bien de vez en cuando desintoxicarse y leer algo sólo para echar unas risas.

Entretenido.

El extraño caso de Tadeo
Tras la parafernalia habitual de musiquilla cutre, Abelardo no tuvo más remedio que preparar su voz y lanzarse a la aventura de leer el nuevo e-mail que lo retaba amenazante, encima de la mesa del estudio de grabación.
Querida Herminia
¡Herminia! ¡Corazón! No sabes con que afición escucho tu programa Almas Rescatadas, ¡Ay cielo! No veo la hora de volver a oír tu dulce voz, que por cierto, debe ser por tanto como hablas, pero últimamente te la noto más ronca que antes, así como un tanto aguardentosa. Deberías hacerte gárgaras con bicarbonato. Pero el programa ¡que bonitico es! ¡Hasta sudores me dan! ¡Y sarpullidos! y es que tú eres para mí como la leche misma para los bebés, o sea que sin ti, me sentiría como si me faltase yo que sé, como coja o patizamba o vete tú a saber. Perdona, que es que me estoy saliendo un poco del tema.
Pues aguarda ahí lo que te voy a contar, pero agárrate a la silla que te puedes marear.
Pues resulta que tengo 45 años y soy de Cazoíla, Jaén. Estoy casada con un hombre muy bueno, el Tadeo dos años mayor que yo. Tadeo es un hombre tranquilo y de pocas palabras.
Vivimos en el Hospitalet, muy cerquita de la vía férrea. Ocupamos el tercer piso, que es el más alto de la antigua casa, que da a una calle sin salida, cortada por el paso elevado de la Renfe. Que, por cierto, cada vez que pasa el tren de alta velocidad, el AVE ese, la casa tiembla como si tuviese las fiebres. Tenemos en la pared un retrato de mi abuela Milagros y cuando el tren pasa, fíjate que es como si se le moviesen los
labios y quisiera decirnos algo. Además se desprende el yeso del techo y la abuela acaba así como escarchada.
No tenemos hijos pero sí un gato, el Jeto, un amor de criatura que nació blanco y canela. .
La gran afición de mi marido Tadeo, aparte de dibujar ilanvías, es la astronomía. Se pasa horas y horas por la noche contemplando el firmamento. Tiene un telescopio montado en la terraza y se conoce todos los planetas y no sé cuántos cientos de estrellas.
Hace un año, se nos vino a vivir justo al piso de enfren-le una panameña de esas tan voluptuosas. Es muy llamativa y cuando sale a comprar, a los jubilados del bar de la esquina, se les cae a todos la ceniza del pitillo en el café o en los pantalones. Me lo dijo la Matilde, la del bar. Bueno, pues lo que sucede es que yo, a Tadeo, últimamente lo veo muy raro.
Fue a partir de una noche calurosa en que salió a la terraza a contemplar la Luna con el telescopio. De repente, toda la terraza se iluminó con una luz potentísima verde. Cuando yo me asomé para ver qué pasaba, Tadeo había desaparecido. Lo busqué con desasosiego por toda la terraza, que es bastante pequeña y allí no estaba. Una cosa que me extrañó es que el telescopio, en vez de apuntar hacia la Luna, estaba apuntando hacia abajo y cuando miré a través de él, me encontré que enfocaba la ventana de la panameña, que en esos momentos, hacía ejercicios gimnásticos en la salita.
Me quedé sin poder pegar un ojo y preocupadísima por la suerte que mi marido podría estar corriendo. De repente, al cabo de una hora, se abrió la puerta del piso y apareció Tadeo, serio como siempre, pero con un cierto rictus de alegría contenida.

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