Elie Faure. Historia del Arte.

diciembre 24, 2007

Alianza editorial, 1992. 280 páginas.
Tit. Or. Histoire de l’art. L’art moderne II. Trad. Jorge Segovia Lago.

Elie Faure, Historia del Arte
Apasionadas descripciones

No soy muy amante del arte clásico; prefiero el contemporáneo. El arte moderno está en la frontera. Hay pintores que me gustan y otros a los que no les veo la gracia. Pero siempre estoy dispuesto a intentar desasnarme un poco.

Pero no lo he conseguido. Según la contraportada Faure inauguró un nuevo concepto del libro de arte. Tan nuevo que no me he enterado de nada. La culpa es del estilo. Todo son frases grandilocuentes repletas de adjetivos que a un conocedor de los artistas pueden hacerles gracia, pero que a mí me han desconcertado. Un ejemplo: Daumier se apodera del corazón del drama y le anuda alrededor todos los lazos expresivos que le son ininterrumpidamente revelados por una ciencia grandiosa e intuitiva de la forma en acción ¿Mande?

He descubierto algún pintor interesante que desconocía y el estilo barroco del texto alguna vez me ha parecido acertado, pero en general he andado más despistado que un burro en un garaje. Para conocedores valientes.

Escuchando: Closer. Travis.


Extracto:[-]
Manet revela a Pissarro la pintura sincera y sin sombras, y Pissarro arrastra consigo a Manet hacia el campo y le enseña con su ejemplo y, sobre todo, con el de Claude Monet, el virtuoso del grupo, que el aire libre suprime, además del modelado, el contorno mismo de las formas y sustituye el tono local por un intercambio infinito de reflejos danzantes, enmarañados y solidarios, en los que la forma vacila y se anega en la fluctuación universal. Manet, conforme a la enseñanza de sus nuevos amigos, sólo pintará, en lo sucesivo, al aire libre. Se acabaron los apuntes que era preciso combinar en el taller, en el que la luz atenuada y triste ahoga las vibraciones del libre espacio, cambia las relaciones de los tonos, acusa las formas inmóviles en detrimento de sus movientes superficies y condena la retina a volver poco a poco a sus antiguos hábitos de progresivas degradaciones, desde la luz excesivamente artificial hasta la oscuridad excesivamente tétrica. Ahora el pintor plantará su caballete en medio del campo y recortará en la misma naturaleza el cuadro pintado enteramente fuera. Ahí está el bosque de Courbet, con su verde penumbra, sus hojas sombrías extendidas sobre los guijarros y los riachuelos; pero el sol traspasa las ramas y pone en la carne y en el suelo unas manchas claras y animadas y la sombra se desvanece. Luego, la retina del pintor, primero deslumbrada por la iluminación solar, se fija, insiste, se reeduca poco a poco y llega a distinguir un fantasma de sombra allí donde al principio no distinguía nada. Ahora, hasta la sombra es luz, es transparente y aérea y en ella se descomponen y se transmutan en gamas cada vez más matizadas y sutiles, y por nadie observadas hasta entonces, los colores del prisma, según lo exigen los mil tonos vecinos y la incidencia de la luz. Muy pronto dejará el objeto de tener su color personal, ya que los juegos del sol y de la sombra, todos los reflejos errantes que se entrecruzan, las variaciones de la estación, de la hora y del segundo impresionados por el paso del viento y la interposición de una nube, pasean por una superficie mil tonos cambiantes y móviles que convierten la corteza del mundo en un gran drama moviente.

Después de ver los jóvenes las pinturas de Boudin, en las cuales el ambiente marino confunde las velas y los aparejos y tiembla con el vaho y el rocío del mar; las acuarelas del holandés Jongkind, en las que el aire, el agua, el hielo y las nubes forman un solo abismo líquido, profundo como el océano y transparente como el cielo; después de descubrir en Londres Claude Monet y Pissarro la magia danzante de las nupcias del sol, del crepúsculo, de la niebla y del mar, con que ciegan las miradas los lienzos de Turner, harán por instinto la renovación de la pintura. Y mientras Pissarro se esfuerza en formular sus principios y en aconsejar el empleo de los únicos colores del espectro, cuya mezcla proscribe a la par que recomienda su yuxtaposición o entrecruzado por» comas separadas, Sisley, Claude Monet, Renoir y Cé-zanne ejercen su retina con el descubrimiento del movimiento incesante de la superficie de la vida, de los cambios que le impone a cada minuto la marcha del sol, del abismo infinito y tembloroso en sus sutilísimas transiciones, de sus complejos reflejos, de los luminosos intercambios y fugaces coloraciones, de los que el universo aéreo es el constante escenario.

6 comentarios

  • Elena diciembre 25, 2007en3:42 pm

    Me encanta el arte, pero el estilo de este autor no me parece el más adecuado para una historia del arte. No me gustan los escritos barrocos y grandilocuentes, siempre he preferido la sencillez, que no tiene porqué estar exenta de elegancia.

    Aprovecho para desearte unas Felices Fiestas. Espero que tu andadura bloggera continúe igual de bien o mejor durante el 2008.

    Un saludo

  • Palimp diciembre 27, 2007en4:51 pm

    Eso mismo pensé yo. Aún así me leí el libro entero.

    Igualmente, Elena. Buena suerte a ti también ¡Nos leemos!

  • Pep Llorenç junio 20, 2013en4:55 pm

    Evidente no Elie Faure no es apto para los acostumbrados a la literatura para robots. Quienes hayan disfrutado con Henry Miller… O con Dostoyevski, sin duda disfrutarán de esta maravillosa lectura. Naturalmente, existen historias del arte muy sintéticas. Una de las grandes es la de Gombritz… Pero seguro que su lectura tampoco resultaría amena a muchos.

  • Rubén julio 21, 2016en6:35 pm

    Buscando información sobre el pintor mexicano Diego Rivera, he sabido de la existencia de esta Historia del Arte de Elie Faure. Al leer la pequeña parte que le dedica Faure a Rivera, también se puede ver este «estilo barroco», que yo considero es más un «estilo» que está marcado por la llamada <>, que era lo propio del Dr. Faure. La especificidad de ese «estilo» es propio de aquellos años, y su lenguaje -digo yo- nos parece barroco porque en parte «choca» de frente con el «estilo» funcional y práctico de nuestros días. Por lo cual, el libro ya tiene que leerse también como parte de la historiografía del arte. Quisiera tener el libro, pero creo que por aquí, en Ciudad de México, es difícil encontrarlo. Saludos barrocos. Jeje.

  • Rubén julio 21, 2016en6:39 pm

    Hay una omisión en mi comentario: en el tercer renglón dice «que está marcado por la llamada » y debe decir: «que está marcado por la llamada crítica de arte…». Por alguna razón se eliminaron estas palabras que había puesto entre corchetes.

  • Palimp agosto 7, 2016en11:45 am

    Sí, a veces los ensayos deben leerse con esos ojos historiográficos, y este es un ejemplo. Pero para un lector ignorante como yo no es este un libro adecuado para iniciarse; entono el mea culpa.

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