Varios. Cuentos hebreos contemporáneos.

enero 3, 2020

Varios, Cuentos hebreos contemporáneos
Editorial Popular, 2007. 240 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Introducción, Anat Feinberg
Las otras caras, S. Y Agnon
Concurso de natación, Benjamín Tammuz
Imágenes de la casa con peldaños azulados, Amalia Kahana-Carmon
El banquete de mi amiga B, Yehudit Hendel
El paseo vespertino de Yatir, Abraham B. Yehoshua
El secreto de Dora, Ruth Almog
Toda la vida vivió sostenido por el odio, Amos Oz
Una mañana en el parque, con las canguros, Savyon Liebrecht
Romper el cerdito, Etgar Keret

LLegué a este libro buscando relatos de Agnon, que fue premio Nobel de literatura y lo único que he encontrado en la red de bibliotecas de Barcelona es este libro. Que, como se ve en la portada, es de letra grande, una categoría para personas mayores a las que les cuesta leer la letra pequeña. Como esta antología se ha publicado aquí es todo un misterio para mí.

Porque todo está bien en esta selección, empezando por la introducción que nos presenta un panorama de las letras hebreas contemporáneas bien surtido y documentado. Y acabando por los relatos que son, en general, buenísimos y que me han dejado un sabor de boca excelente. He buscado a los autores y, sorpresa, no hay casi nada traducido.

Empezamos por el relato de Agnon, una pareja que se acaba de divorciar y dan un paseo sin rumbo, acaban cenando en un restaurante y, aunque no pasa nada, hay tal cantidad de sentimientos subterráneos que te erosionan la piel.
El concurso de natación, un israelí y un palestino que de jóvenes -casi niños- compiten en cruzar una piscina y que se volverán a encontrar en otras circunstancias mucho más complejas y dramáticas. El banquete de mi amiga B, última cena de una mujer enferma que se reúne con sus amigos y donde también hay una carga emocional a punto de estallar. Una mañana en el parque, con las canguros, donde se nos dibuja la figura de una mujer, prisionera de los nazis, que permaneció impasible pese a las vejaciones y que ahora es canguro de un niño en un parque. Estos son mis preferidos pero como ya he dicho, todos son buenos.

De Savyon Liebrecht no he encontrado nada traducido al castellano. De Yehudit Hendel un relato en una antología. De Benjamín Tammuz tampoco nada. Muy triste ¿no?

Extremadamente recomendable.


Tenía la cara sonrojada. Pero desprendía una frialdad difícil de soportar.
-Estupendo -dijo.
Lo dijo tres veces, en el mismo tono, pero cada vez con menos calidez, y la frialdad se hizo insoportable, como si cada vez que lo decía algo se transformara en su cuerpo. Después entrecerró los ojos y miró solamente la mesa. Estaba allí sola, apartada de los demás. Permanecía erguida, débil, con los ojos bajos correteando por la mesa, entrecerrados. Todo era verde. Todo era mentira. Ella permanecía allí, con su vestido de sari dorado, apartada de todos, y no había escapatoria. Solamente todo era verde y todo era mentira. Y apartada de todos empezó a avanzar hacia la mesa, como iban en la antigüedad los condenados a muerte hacia las colinas.
-Espera -se rebeló Alexander. -Estupendo -dijo ella.
Se volvió hacia nosotros, su aturdido público. -La verdad es que lo han preparado todo muy bien, ¿no? -dijo.
Su cuerpo, devorado por la enfermedad, soportaba una tensión superior a sus fuerzas, pero ella seguía forzándolo más y más y más y más, mientras nos observaba uno por uno a los que seguíamos en aquella triste fila. Y todo era verde, todo mentira. Solo
quedaba el abismo entre mirada y mirada, entre minuto y minutos y el deseo y la fortaleza que estaban ahora de su mano.
Sonrío.
Tenía una sombra azulada bajo los ojos, y la sonrisa tardó en pasar de un ojo al otro.
-La verdad es que lo han preparado todo muy bien, ¿no? -dijo drogada, envenenada, con ojos de loba.
Sabía el precio que tenía que pagar por aquella puesta en escena.
-La verdad es que lo han preparado todo muy bien, ¿no? -dijo muy alegre
Hablaba despacio y le costaba pasar de una palabra a otra, de un sitio a otro, y lo único que no tenía era tiempo. También eso lo sabía.
La mesa estaba realmente muy bien. Estaba cubierta con un mantel rojo de gruesa trama, entremezclada con etéreas rayas de hilo de modo que podía verse a través de él el color de la madera de la mesa. Había once lugares, once cestillos de paja para el pan, once copitas de fino pie con una guirnalda blanca tallada en lo alto de la copa, once vasos de cristal de Hebrón de color violeta, verde, azul y caqui, para la bebida fría.

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