Cordwainer Smith. Piensa Azul, Cuenta hasta dos.

septiembre 10, 2007

Ediciones B, 2006. 364 páginas.
Tit. Or. The Best of Cordwainer Smith. Trad. Carlos Gardini.

Cordwainer Smith, Piensa Azul, cuenta hasta dos
Poética espacial

Hace mucho tiempo que compré de saldo los volúmenes II y III de Los señores de la instrumentalidad editados por Nova. Aunque sabía que se trata de una edición de las obras completas de Cordwainer Smith y que podían leerse independientemente no he empezado su lectura hasta que no he encontrado los dos que me faltaban. En mi ayuda ha venido la edición de bolsillo, y por sólo cinco euros por libro he comprado los dos que me faltaban.

En este primer volumen se encuentran los primeros cuentos de Smith y engloba los siguientes:

¡No, no, Rogov, no!
Cuando llovió gente
MarkElf
La reina de la tarde
Los observadores viven en vano
La dama que llevó El Alma
Piensa azul, cuenta hasta dos
El coronel volvió de la Nada
El juego de la rata y el dragón
El abrasamiento del cerebro
Del planeta Gustible
Solo en Anacrón
El crimen y la gloria del comandante Suzdal
Dorada era la nave. ¡oh! ¡oh! ¡oh!

En mi opinión, el mejor de los cuatro volúmenes. Toda la originalidad e imaginación de Cordwainer Smith se encuentra aquí en estado puro. Desde el viaje mental al futuro de ¡No, no, Rogov, no! hasta el sofisticado engaño de Dorada era la nave. ¡oh! ¡oh! ¡oh!. La magnitud de la conquista de Cuando llovió gente, hasta la extraña compenetración hombre-gata en El juego de la rata y el dragón. Sin olvidar la poesía de su prosa, evidente en títulos como Piensa azul, cuenta hasta dos, donde un ratón tendrá que cuidar bien de una hermosa niña.

Se incluye además un prólogo explicando la estructura de la edición y una semblanza del autor -cuya vida es tan interesante o más que la de sus cuentos ¿sabían que era experto en guerra psicológica?- a cargo de John J. Pierce.

Escuchando: Frío. Alarma.


Extracto:[-]

Antes de que las grandes naves de planoforma susurraran entre las estrellas, la gente tenía que viajar de un astro a otro con inmensas velas: enormes membranas montadas en el espacio sobre jarcias largas, rígidas, resistentes al frío. Una pequeña nave espacial ofrecía lugar para que un tripulante manipulara las velas, verificara el rumbo y observara a los pasajeros, que iban herméticamente cerrados en sus cápsulas adiabáticas como nudos en hilos inmensos. Los pasajeros no sentían nada: se dormían en la Tierra y despertaban en un extraño y nuevo mundo cuarenta, cincuenta o doscientos años después.

Era un sistema primitivo, pero funcionaba.

En una de esas naves, Helen América había seguido al Señor Ya-no-cano. En esas naves los observadores ejercían su antigua autoridad en el espacio. Así se colonizaron más de doscientos planetas, entre ellos Vieja Australia del Norte, destinado a ser el más rico de todos ellos.

Puerto de Emigración estaba formado por una serie de edificios bajos y cuadr angular es. No se parecía a Te-rrapuerto, que se yergue sobre las nubes como una explosión nuclear congelada. Puerto de Emigración es tétrico, triste, sórdido y eficiente. Las paredes son de color rojo oscuro como la sangre porque así se ahorra en calefacción. Los cohetes son feos y sencillos; los silos se elevan mugrientos como talleres mecánicos. La Tierra tiene pocos lugares que mostrar a los visitantes. Puerto de Emigración no es uno de ellos. La gente que trabaja allí goza del privilegio del trabajo verdadero y de honores profesionales seguros. La gente que va allí pronto pierde la consciencia. De la Tierra sólo recuerdan un cuarto que parece una sala de hospital, una cama, un poco de música, algo de conversación, el sueño y, tal vez, el frío.

De Puerto de Emigración van a sus cápsulas, donde los encierran herméticamente. Las cápsulas se llevan a los cohetes y los cohetes se colocan en el velero lumínico. Este es el método antiguo.

El nuevo es mejor. Una persona visita una grata sala de estar, juega una partida de cartas o come algo. Sólo se necesita la mitad de la fortuna de un planeta o doscientos años de antigüedad calificados de «excelente».

Las velas fotónicas eran diferentes. Todos corrían riesgos.

Un joven de tez y pelo brillantes y corazón alegre salía hacia un nuevo mundo. Un hombre mayor, de pelo entrecano, lo acompañaba. Así lo hacían treinta mil personas. Y así lo hizo la muchacha más bella de la Tierra.

La Tierra la pudo haber retenido, pero los nuevos mundos la necesitaban. Tenía que ir.
Viajó en un velero fotónico. Y tuvo que cruzar el espacio, donde siempre acecha el peligro.
El espacio exige a veces herramientas extrañas: los gritos de una niña, el cerebro laminado de un ratón muerto tiempo atrás, el llanto desconsolado de un ordenador. El espacio casi nunca ofrece tregua, socorro, rescate o reparación. Hay que prever todos los peligros; de lo contrario se vuelven mortales. Y el mayor peligro es el hombre mismo.

9 comentarios

  • Ireneo septiembre 10, 2007en2:01 pm

    Es curioso cómo la ciencia ficción deja campo libre a una suerte de poesía que no encuentran en vano muchos novelistas. Y es que la realidad está ya algo cansina. I.

  • Seikilos septiembre 10, 2007en3:34 pm

    Adoro a Cordwainer Smith: un hombre singular, como Macedonio Fernández, con un nombre extraño y un apellido común. Leí esos cuentos en otra traducción. Así, el cuento de la rata era «Azul pensar, hasta dos contar», porque era una poesía que rimaba, algo así como:

    Señora, si alguien la quiere molestar
    usted puede
    azul pensar
    hasta dos contar
    y un zapato rojo buscar.

    Pero mi memoria puede fallar: hace cerca de veinte años que leí ese cuento.

  • Iulius septiembre 11, 2007en11:03 am

    De momento estoy de acuerdo en que quizá es el mejor de los cuatro volúmenes de su ciencia ficción, aunque me falta por leer el último. Me encantaron los cuentos de ese libro :O)

  • Palimp septiembre 13, 2007en8:48 am

    Bonita traducción, Seikilos. Suponog que no sabrás que edición tenías ¿no?

  • Seikilos septiembre 14, 2007en3:58 pm

    Seguro que no la recuerdo. Estuve investigando. Tengo en casa una de las revistas Péndulo que te comenté en alguna otra ocasión, y ahí encontré el cuento y esa traducción. Tal vez nunca leí el libro completo, y se me mezcló con algún otro libro de Smith.

  • Seikilos septiembre 14, 2007en4:00 pm

    Si te interesa, podría tipearte el cuento en esa traducción…

  • Palimp septiembre 15, 2007en7:52 pm

    Hombre, interesarme me interesa, pero no te quiero poner en el compromiso. No debe ser cosa de cinco minutos 🙂

    Gracias de todas maneras.

  • Vivaldo Moore septiembre 16, 2007en2:51 am

    Si no recuerdo mal, la traducción es la misma. Del impecable Gardini. Lo que sucede es que en la versión de «El Péndulo» fue «retocada» por el editor de la revista, que si mi memoria no falla era Marcial Souto.

  • Palimp septiembre 16, 2007en6:06 pm

    ¡Pues entonces mejor que no tipees el relato! Gracias por la información.

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