Clara Tahoces. Gothika.

enero 8, 2024

Clara Tahoces, Gothika
Minotauro, 2007. 400 páginas.

Alejo, un escritor por encargo que ansía que le publiquen sus novelas mientras malvive de teleoperador acoge en su casa al hermano gótico de su novia, Dario. Tiene la esperanza de que de ese ambiente pueda surgir una buena novela. Lo que no sabe es que en uno de esos locales conocerá a Ana, una auténtica vampira.

La portada me daba un poco de miedo pero el libro me ha resultado bastante entretenido. Una historia de vampiras que alterna flashbacks del pasado, donde vemos cómo se convirtió en vampira la protagonista con la narración coral de Darío, Alejo y Violeta, una muchacha esclavizada por la vampira.

No es un novelón pero me ha resultado más entretenida que aquel Gótico y aunque peque de lento en la primera parte y de lo contrario en la segunda la trama tiene interés.

Está bien.

Curiosamente, nunca fue tan fácil como ahora obtener sangre fresca con la que saciar mi sed. Cada período histórico ha tenido para mí sus ventajas e inconvenientes. En otros tiempos, un crimen como el que acababa de cometer no hubiese supuesto ninguna clase de investigación por parte de las autoridades. Sin embargo, en contraposición, las supersticiones sobre seres como yo habrían dificultado mucho el hallazgo de víctimas disponibles. Eran pocos los que se atrevían a vagar por las calles pasadas las horas de luz, lo que frecuentemente me obligaba a internarme en casas particulares en busca de la ansiada sangre. Por otra parte, la población tampoco era tan numerosa y a veces debíamos conformarnos sólo con las sobras.
Sin embargo, en el presente las supersticiones aparentemente no existen. Por supuesto que la gente sigue creyendo en asuntos sobrenaturales, pero de otra manera más sofisticada. Han cambiado vampiros, hombres-lobo y demonios por brujas de tres al cuarto, líneas 806 y ovnis. Paradójicamente, el progreso y la tecnología se han transformado en mis mejores aliados. Mis actos constituyen a todas luces la obra de algún chalado que se cree poseído por Drácula. Estadísticamente hablando, hay tantos enfermos o más que aseguran ser el conde Drácula como Napoleón.
Mientras pensaba en ello, todavía inclinada sobre el cuerpo del joven, saqué una gran jeringuilla y extraje la mayor cantidad de sangre que pude de sus venas. Llené con precisión una bolsa entera. A fin de cuentas, no todas las noches eran tan propicias como ésta y había que prevenir la llegada de las horas bajas. Ésta era una práctica habitual desde que después de la Primera Guerra Mundial la tecnología me había facilitado la posibilidad de congelar mis botines. Nadie mejor que yo conocía la horrible sensación que se experimentaba cuando no tenía nada que llevarme a la boca. Cuando no veía claro el desenlace de una de mis actuaciones prefería abstenerme. Éste había sido el secreto de supervivencia durante tanto tiempo.
Tras rematarlo, arrastré el cadáver hasta un montón de hojas secas y lo oculté, aunque sin entretenerme mucho. Ya se encargaría alguien de hacerlo aparecer. A fin de cuentas, todos los días se producen crímenes en las grandes ciudades.
Tenía aparcado el coche en un lugar discreto. Lo primero que hice fue introducir la bolsa con la sangre en una pequeña nevera portátil. No podía arriesgarme a que se estropeara. Después, sólo tuve que conducir tranquilamente hasta mi refugio.
Había vivido en muchos lugares, pero ninguno tan confortable como mi actual hogar, un sitio discreto provisto de toda suerte de comodidades. Por necesidad soy nómada. Con el tiempo me di cuenta de que no era aconsejable permanecer mucho tiempo en una misma ciudad. Aquél era un riesgo al que no debía exponerme.
Antes de acostarme, ya con tranquilidad, ingerí más sangre. No había quedado saciada por completo. Era importante hacerlo. De otro modo, al día siguiente estaría demasiado débil para cazar. Por fin me acurruqué en la cama y me sumí en un sueño profundo. No hay nada más agradable que ese momento, cuando por fin te sabes alimentada y a resguardo de posibles miradas indiscretas. Mi último pensamiento consciente, como otras tantas noches desde hacía muchos años, fue para tía Emersinda. «¡Maldita hija de puta!», susurré antes de caer vencida por completo.

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