Chimamanda Ngozi Adichie. Americanah.

febrero 3, 2020

Chimamanda Ngozi Adichie, Americanah
Penguin Random House, 2017. 614 páginas.
Tit. or. Americanah. Trad. Carlos Milla Soler.

En la Nigeria de los 90 los adolescentes Ifemelu y Obinze se enamoran. Al crecer dejan el país para buscar tierras mejores. Ella emigra a los EEUU y el a Reino Unido. Ifemelu descubrirá de repente que la raza, que en Nigeria no tenía la menor importancia, es determinante en su nuevo país, a la vez que lucha con la dificultad de abrirse paso en un entorno duro. Obinze tendrá otro tipo de problemas, relacionados con su situación de ilegal y con una boda falsa para obtener la nacionalidad. Los dos vuelven a Nigeria y se encuentran de nuevo.

Un libro que me habían recomendado desde varios sitios y, en general, bien. Primero lo que menos me ha gustado: un lenguaje correcto pero sin filigranas, en ocasiones demasiado explicativo (incluyendo las entradas de blog que se insertan y que son precisamente eso). Fresco, pero no excepcional.

Pero la historia te mantiene en vilo, me ha tenido pendiente de las evoluciones de los protagonistas a lo largo de las más de 600 páginas que tiene y que no se hacen largas. Chimamanda tiene buena mano para la trama que se hace interesante y con algunos momentos bastante emotivos (como el final).

Por el camino un retrato de nigeria, del racismo de los Estados Unidos, del empoderamiento de la mujer, de los problemas de los inmigrantes, la corrupción, el choque de costumbres tradicionales con la modernidad.

Otra reseña: Americanah

Muy recomendable.

-Pensé que sería una imagen perfecta para el blog. Una casa tan hermosa, y en ese majestuoso estado de ruina. Y además con los pavos reales en el tejado.
Tiene cierto aspecto de juzgado. Siempre me han fascinado esas casas viejas y las historias que las acompañan. —Dio un tirón a la endeble barandilla metálica de la terraza, como para comprobar lo duradera que era, lo segura, y eso agradó a Ifemelu-. Pronto alguien se la apropiará, la demolerá y levantará un resplandeciente bloque de pisos de lujo carísimos.
—Alguien como tú.
—Cuando empecé a dedicarme a la propiedad inmobiliaria, me planteé reformar las casa antiguas en lugar de demolerlas, pero no tenía sentido. Los nigeríanos no compran casas porque sean antiguas. Ya sabes, el granero de un molino de doscientos años reformado, esas cosas que tanto gustan en Europa. Aquí eso no da resultado. Y es lógico, claro, porque somos tercermundistas, y los tercermundistas miramos al futuro, nos gustan las cosas nuevas, porque lo mejor está todavía por venir, mientras que en Occidente lo mejor ya ha pasado, y por eso han de convertir el pasado en fetiche.
-¿Es una impresión mía, o ahora te ha dado por soltar peroratas?
-Es solo que resulta tonificante tener a una persona inteligente con quien hablar.
Ifemelu, apartando la mirada, se preguntó si eso era una alusión a su mujer, y sintió cierto rechazo hacia él debido a ello.
-Tu blog tiene ya muchos seguidores -comentó Obinze.
-Ya tengo grandes planes. Me gustaría viajar por Nigeria y colgar post desde cada estado, con fotos e historias de interés humano, pero debo ir paso a paso, asentarlo, sacar algo de dinero con la publicidad.
—Necesitas inversores.
-No quiero tu dinero -respondió ella con cierta aspereza, manteniendo la mirada fija en el tejado hundido de la casa abandonada.
Seguía irritada por el comentario de Obinze acen .1 de Lfl inteligencia; era, forzosamente, una alusión a su mujer, y deseaba preguntarle por qué se lo decía a ella. ¿Por qué se había casado con una mujer que no era inteligente y luego, de buenas a primeras, le salía con que su mujer no era inteligente?
—Fíjate en el pavo, Ifem —dijo Obinze, con delicadeza, como si percibiera su irritación.
Observaron al pavo real abandonar la sombra de un árbol y emprender su lúgubre vuelo para encaramarse en su lugar preferido en el tejado, desde donde oteaba el remo en decadencia que se extendía bajo él.
-¿Cuántos hay? -preguntó Obinze.
-Un macho y dos hembras. Tenía la esperanza de ver al macho ejecutar la danza de apareamiento, pero aún no lo he conseguido. Me despiertan de madrugada con sus chillidos. ¿Los has oído alguna vez? Casi parecen los gritos de un niño negándose a hacer algo.
El pavo movía el esbelto cuello, y de pronto, como si la hubiera oído, graznó, con el pico muy abierto, brotando el sonido de su garganta.
-Tenías razón con lo de ese sonido -dijo Obinze, acercándose a ella-. Sí se parece un poco al grito de un niño. La finca me recuerda a una propiedad que tengo en Enugu. Una casa antigua. Se construyó antes de la guerra, y la compré para derruirla, pero luego decidí quedármela. Es muy elegante y apacible, con grandes verandas, y en la parte de atrás crecen viejas plumarias. Estoy reformando el interior por completo, así que por dentro será muy moderna, pero por fuera conservará su aspecto original. No te rías, pero cuando la vi, pensé en poesía.
Al oírlo decir «No te rías» de esa manera infantil, Ifemelu sonrió, medio burlándose de él, medio dándole a entender que le gustaba la idea de que una casa lo llevara a pensar en poesía.
—Imagino el día que por fin escape de todo y me vaya a vivir allí.

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