César Mallorquí. Trece monos.

marzo 26, 2018

César Mallorquí, Trece monos
Penguin Random House, 2015. 432 páginas

Incluye los siguientes relatos:

El decimoquinto movimiento
Virus
Cuento de verano
El regalo
El muro de un trillón de euros
Fiat tenebrae
La isla del cartógrafo
Ensayo general
El jardín prohibido
Océano
Cien monos
Todos los pequeños pecados .
Naturaleza humana

Como seguidor de La fraternidad de Babel sé que César Mallorquí vigila lo que se dice de él en internet. Así que antes de la reseña propiamente dicha indicaré que me parece un excelente escritor y que su novela corta ‘El coleccionista de sellos’ me parece una de las mejores del género y que la he leído con placer tres o cuatro veces.

Esto no es el típico elogio antes de poner un pero (que lo habrá). Es para indicar las expectativas que tenía puestas en este libro de relatos, que la campaña promocional se empeñaba en destacar ¡Mallorquí ha vuelto!.

Pero (ya avisé que lo había) esto no es Mallorquí al 100%. No porque los relatos sean malos:no lo son. Con las tablas que tiene el autor sería difícil. Pero estamos ante el típico libro de recolección de relatos publicados aquí y allá, con calidades muy diferentes y poca unidad temática. No es, estrictamente hablando, obra nueva. Un relato ya lo había leído en su blog -el que escribe todas las navidades.

Así pues aunque el libro es recomendable, no ha cumplido mis expectativas. Seguiré pensando que Mallorquí es un gran escritor pero no por este libro. Eso sí, el hilo que utiliza para explicar los trece relatos, genial.

En general ha gustado mucho: Trece monos

En vez de conectar el control automático, el militar tomó los mandos y dirigió el deslizador hacia la salida del recinto. Tras cruzar el control de seguridad, puso rumbo a la autovía y se sumó al tráfico que circulaba en dirección a Bruselas. Al poco, conectó el equipo de música y el primer movimiento de la Messe solennelle en l’honneur de Sainte-Cécile, de Gounod, comenzó a sonar en los altavoces.
Cecilia sonrió; ¿era una casualidad o Sumaye había escogido aquella pieza en su honor? Se inclinó hacia delante y examinó el listado de grabaciones: Bach, Pink Floyd, Ravel… Todo era música clásica. Se reclinó en su asiento y contempló de soslayo al militar; era un hombre extraño, pensó, una persona más compleja de lo que parecía a simple vista.
Durante casi media hora, Sumaye condujo en silencio, aparentemente absorto en el pilotaje del vehículo. Sólo cuando llegaron a la ciudad se decidió a hablar.
—Aparte de nosotros —dijo de pronto—, hay otros trescientos dieciséis auditores trabajando en La Torre.
—¿Y qué?
—Eso significa que Warlow nos dijo la verdad: se está llevando a cabo una auditoría general de seguridad. Usted y yo formamos parte de un equipo, no tenemos nada de especial.
Cecilia volvió la cabeza y contempló el paisaje urbano que se divisaba al otro lado de la ventanilla. Los peatones que circulaban por las escasamente iluminadas calles caminaban rápido, con las manos en los bolsillos, para protegerse del frío, y la mirada fija en el suelo. Desde hacía mucho, pensó Cecilia, la gente agachaba la cabeza y miraba al suelo cuando caminaba. A fin de cuentas, eso era lo que se esperaba de un buen ciudadano: sumisión y silencio.
—¿Cuántos de esos auditores han sido detenidos e investigados por la ACIM? —preguntó finalmente.
Sumaye dejó escapar un suspiro.
—Sólo usted y yo —reconoció en voz baja.

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