Carlos Quílez. Cerdos y gallinas.

abril 10, 2013

Carlos Quílez, Cerdos y gallinas
Alrevés, 2012. 284 páginas.

Me lo dejó mi amiga C. (es bueno tener amigos que presten lecturas) que me indicó el por qué del título. Un cerdo y una gallina fueron a almorzar juntos huevos con tocino; la gallina colaboró pero el cerdo se implicó. De igual manera hay periodistas que se implican arriesgándose para denunciar abusos de poder. Algo que ahora es más necesario que nunca.

Un robo en los contenedores del puerto pondrán a la periodista Patricia Bucana tras la pista de una historia en la que descubrirá el alcance de la corrupción en la ciudad de barcelona. Policía, jueces, empresarios… ni siquiera sus personas de confianza serán lo que parecen.

El autor es periodista y se nota en la prosa, pero lo que falta de literario se compensa con el retrato de unos bajos fondos que no siempre están en los suburbios. Y cuantas cosas más pasarán sin que nosotros nos enteremos.

Otra reseña aquí: Cerdos y gallinas. Carlos Quilez

Calificación: Bueno.

Extracto:
El gerente de la compañía tomó la palabra:

—La situación es muy difícil. Hace dos meses planteamos al comité de empresa una reducción de plantilla del dieciocho por ciento y la supresión de las bonificaciones lineales para los empleados que portan arma reglamentaria. Se nos echaron al cuello, como pueden suponer, pero pudimos contener el envite. Ahora, la situación creada por esta masacre les da fuerza para volver a plantear su protesta salarial y laboral. Los sindicaleros saben hacerse las víctimas y han aprendido a sacar jugo a cada circunstancia. La única manera de devolver las aguas a su cauce es detener rápidamente a estos tipos y dejar a los empleados sin el argumento al que se van a agarrar para tocarnos los cojones. Esa es nuestra mayor preocupación, al margen, claro está, de la mala imagen que supone para una empresa de seguridad el mostrarse tan vulnerable ante la actuación de unos ladrones. Pero eso son gajes del oficio y nos preocupa menos. Como digo, lo que nos urge es cerrar este asunto cuanto antes para evitar que en manos de los sindicatos se acabe volviendo contra nosotros como un arma arrojadiza. Y por eso hemos recurrido al señor Fouza.

—Los amigos de SKM-Seguridad ponen a nuestra disposición medio millón de euros para que movamos a la confitada o para lo que sea y, por supuesto, por los servicios prestados. Creo que hay más que suficiente —rubricó Fouza.

—Sí, hay más que de sobras… pero el caso lo llevan los Mos-sos y yo aquí no veo a ningún mosso —interrumpió Pumba.

—¡Cono, Pumba! —exclamó el excomisario—, nunca te había visto tan preocupado y sensibilizado por el procedimiento legalmente establecido. —Algunos de los allí presentes rompieron a reír sabedores que las reglas y los procedimientos legalmente establecidos eran antagónicos con la filosofía profesional de ese guardia civil—. Eso tampoco me preocupa —continuó Fouza—, con ellos no podemos contar. Ni falta que nos hacen. Pero sí con nuestros contactos y nuestra capacidad operativa. —Fouza detuvo unos segundos su discurso y todos guardaron silencio en el momento en el que entraba un camarero en aquel salón privado para

servir una nueva ronda de coñac. El detective dispuso—: A partir de este momento poneos en contacto con Mayo. Él administrará el dinero y centralizará la información. Cuando tengamos algo bueno se lo entregamos a Pumba. —Mayo, mientras tanto, repartía uno de aquellos dossiers a cada uno de los allí presentes—. Y la Guardia Civil le mete zapatazo a esos cabrones por la vía de urgencia.

Como quien se dispone a acabar un mitin, Fouza alzó su copa y brindó:

—¡Mucho cono, mucha coña… y mucho coñál El chirriar de las sillas que retiraron los nostálgicos (fanáticos) para levantarse retumbó en el gran comedor, los ceniceros y puros temblaron. Era el lema de los grupos Omega. Todos brindaron con una sonrisa que se podía interpretar como la rúbrica de una hermandad. Todos sonrieron menos Miguel Herrero Puigvoltes.
Miguel no abrió la boca, pero a aquella hora de la noche ya sabía (o creía saber) quiénes eran los autores materiales del asalto al furgón de Terrassa: un grupo de kosovares, lidera-dos por un exmilitar llamado Petro Rado, cuya organización se había especializado en butrones y en el asalto a furgones blindados. A Miki se lo sopló un muchacho albanés, un perista, a quien, en ocasiones, había recurrido para obtener información sobre las bandas del Este que se dedicaban a asaltar viviendas en las zonas residenciales de la costa. El albanés le puso a Rado en el centro de la diana, pero Miguel tenia íntimos y oscuros motivos para no poner esa información sobre la mesa del Gorría. Asistió, comió, bebió, escuchó y, a su manera, se burló de los allí presentes y, en especial, del culto y tributo que los congregados deparaban a Fouza. Miguel era confidente de la mayoría de ellos, pero a prácticamente todos los despreciaba y los consideraba, en el fondo, escoria con carné profesional y placa, tan despreciables como aquellos otros criminales indocumentados a los que él se dedicaba a delatar. Miguel era el verdadero amo del calabozo. A él le gustaba jugar a eso. Por eso, a veces se prestaba a numeritos como los que montaba Fouza cada vez que reunía a su mariachi de aduladores en nómina y se presentaba con la aureola de César del Imperio.

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