Juan Jacinto Muñoz Rengel. El sueño del otro.

abril 8, 2013

Juan Jacinto Muñoz Rengel, El sueño del otro
Plaza y Janés, 2013. 300 páginas.

Después de disfrutar con El asesino hipocondríaco recibí con alegría este libro por parte de la editorial. Un cambio de registro, pero no de calidad.

Xavier Arteaga es un profesor de instituto que cada noche sueña ser André Bodoc, un director de informativos. André Bodoc es un director de informativos que cada noche sueña ser Xavier Arteaga, un profesor de instituto. Esta es la premisa del libro, en la que los dos protagonistas intentarán averiguar quién es real y quién es el soñado en un mundo que se desmorona. Pero ¿Tiene sentido la pregunta?

Una de las mejores bazas del libro es el ambiente de desasosiego que crea, que se hace especialmente crudo cuando algunas de las referencias (la crisis económica, los suicidios) pertenecen a nuestra realidad, aunque estén insertadas en la ficción. Fui siguiendo con placer el desarrollo del libro, cruzando los dedos para que el final no estropeara la excelente contrucción del relato. No lo hace.

El cuestionamiento de la realidad lo entronca con Philip K. Dick, en el siglo XXI. Un pedazo de libro.

Califiación: Muy bueno.

Extracto:
—¿O crees que tiene sentido un mundo en el que las agencias de calificación y los intermediarios financieros derrocan gobiernos? No, es un chiste. ¿O en el que las familias más ricas del planeta duplican su patrimonio durante los períodos de crisis? Dime, Claire, ¿no te parece que alguien en algún lugar tiene que estar riéndose de nosotros? Las promesas y los programas electorales no implican ningún tipo de compromiso legal. Los políticos no dimiten. Los ineptos y los bufones copan las televisiones y son seguidos en masa. Los empresarios exconvictos cobran cantidades millonadas por conceder entrevistas. Hay gente que se enamora de personas que nunca ha visto. Hay perros que tienen sus propios armarios vestidores. Hay quienes prefieren tener acceso a internet a tener pareja. Un ochenta y dos por ciento, en concreto, de los solteros prefiere tener acceso a internet a tener pareja. No es posible. ¿Dónde está la cámara oculta? Esto no puede ser la realidad. —André se peinó hacia atrás el pelo varias veces y suspiró—. Pero nadie dice nada. Nadie parece darse cuenta de nada. Todo el mundo sigue la representación de la comedia como si no hubiera ni el más mínimo detalle que levantara sospechas.

rían a los tribunales, pero no lo hizo. Ocultó toda esa información y se plegó a los intereses de su cadena.

—Eso es justo lo que le digo. Que no estoy dispuesto a volver a vender mi alma al diablo. Lo hice una vez y me salió muy caro.

El maitre del restaurante se había acercado al presidente del grupo de comunicación, y entre susurros empezó a disculparse y a explicarle que el chef no podía acudir a su mesa.

—Lleva días desaparecido —dijo el empleado.

El hombre asintió levemente, bajó la vista y pareció concentrarse en los brotes verdes de su plato. André volvió a intervenir, cada vez más achispado.

—¿Nunca se ha parado a pensar que los medios de comunicación son los menos interesados en decir la verdad? Sí… —se adelantó a responder, guiñando un ojo—. Sí se ha parado a pensarlo. El otro día, sin ir más lejos, el director de su principal cabecera, y por lo tanto estamos hablando del primer o el segundo periódico del país, según a quién se pregunte, decía en una entrevista que el periodismo consiste en mostrar lo que alguien no quiere que se sepa.

—Sí. Se lo he escuchado decir muchas veces.

—Como eslogan no está mal. Conserva la esencia transgre-sora y ofrece una visión casi heroica del periodista. Pero ¿cómo puede alguien afirmar eso y luego actuar como actúa? Su periódico no deja de manipular la información. Lo hacen todos, no se ofenda, también los de la competencia. Manipulan lo que tiene un interés político, manipulan lo que tiene un interés económico, manipulan lo que no tiene ningún tipo de interés… —André volvió a vaciar su copa de un golpe—. Es como si manipularan por vocación. Basta echar un vistazo a las hemerotecas para darse cuenta de todo. Uno lee todos esos artículos que al-

gún día fueron la actualidad, y se pregunta qué ocurrió con aquel líder malísimo que luego pasó a ser un gran aliado, con aquella guerra crucial en el confín del mundo, con aquellas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron, con el efecto dos mil, con la gripe aviar, con la gripe A y con tantas otras pandemias asoladoras… A su lado, el Melancovirus es la menor de las invenciones. Nuestro mundo es pura ficción. Sólo hay que coger un poco de distancia para verlo. Ahora la televisión habla del fin de la crisis económica. Pero yo me pregunto si de verdad hemos salido de la crisis. O si alguna vez estuvimos en crisis, y de dónde surgió, y a qué intereses obedecía, y qué cosa era la crisis…

—Como usted sabe, las noticias nunca suceden, sino que se construyen. Sólo los hechos suceden. En el momento en el que interpretamos los hechos, se modifican. Si la realidad fuese sólo lo que nos llega de manera inmediata por los sentidos, si pudiéramos apreciar la realidad de forma directa en toda su rriagni-tud, entonces no serían necesarios ni la reflexión, ni el análisis, ni esta conversación, ni ningún tipo de ciencia, ni el periodismo. .. La mayoría de las cosas no se perciben a simple vista.

—¡Estoy de acuerdo! —brindó él—. Pero no intente eludir mi pregunta. ¿Hasta qué punto eran ciertas esas noticias? ¿Hasta qué punto hay intereses en suscitar y propagar el miedo?

—Piense que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, siempre se ha creído estar al borde del apocalipsis. No sólo en cada cambio de milenio. En todas las épocas, cada una de las sociedades se ha creído siempre la más moderna, la más decadente y, por supuesto, la elegida para protagonizar la aniquilación total y el fin de los tiempos. Las plagas ya estaban presentes en los textos sagrados. Y cuando no son plagas o epidemias, es la amenaza nuclear, o los meteoritos, o los polos derritiéndose.
Las teorías apocalípticas son algo intrínseco a la naturaleza humana. Son parte de nuestra debilidad, de nuestro miedo a la muerte… En el fondo, ese es el único modo en que sabemos interpretar la realidad. En las últimas décadas están también en auge las conspiraciones. Las teorías conspiranoicas no dejan de proliferar gracias al cine, a la televisión y a internet, desde expedientes X a planes de dominación mundial. Ahora parece que detrás de cada suceso tiene que haber una mano negra moviendo los hilos.

2 comentarios

  • dsdmona abril 10, 2013en5:43 pm

    Tengo ganas de hincarle el diente a esta novela, leí la anterior y me gustó

    D.

  • Cities: Walking abril 11, 2013en10:02 am

    Ya me había apuntado ‘El Asesino Hipocondríaco’ tras leer tu reseña, ahora me pones en un compromiso porque no sé por cuál decidirme. Desde luego me tira más la cuestión dickiana del «cuestionamiento de la realidad»

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