Sue Grafton. V de venganza.

octubre 27, 2025

Sue Grafton, V de venganza

La investigadora privada Kinsey Millhone asiste a un robo de ropa en unos grandes almacenes y denuncia el hecho sin saber que iba a ser el inicio de un caso en el que se mezclan policías corruptos, una red relacionada con un importante gángster, y que su vida correrá peligro.

Tenía ganas de leer algo de esta autora, que ha hecho todo un abecedario del crimen, y mi amiga Miriam tuvo a bien regalarme este libro. Por desgracia, todo mal. Empezando por esa denuncia a quien roba en unos grandes almacenes, ya me cayó mal la protagonista. Pero es que el resto del libro es prosa plana, trama sin interés, personajes de tercera categoría, abundantes acciones que no llevan a ningún sitio e incluso una conclusión que dices ¿Para esto tanta página?

No creo que vuelva a leer nada de la autora a menos que mi vida corra peligro, e incluso así me lo pensaría.

No me ha gustado.

Nada más recibir el alta me retiré a mi estudio, donde me tumbé en el sofá con la cabeza elevada a fin de minimizar la hinchazón. Mientras descansaba tuve tiempo de sobra para rumiar acerca de lo mal que me había tratado una mujer a la que apenas conocía. Comprobaba mi reflejo en el espejo del baño entre cinco y seis veces al día para ver cómo los vistosos cardenales rojos y violáceos migraban desde las cuencas de los ojos hasta las mejillas. La sangre se había concentrado en círculos tan llamativos como el colorete en la cara de un payaso. Tuve suerte de no haberme quedado sin dientes. Aun así, me pasé varios días explicando mi repentina semejanza a un mapache.
La gente no dejaba de decir: «¡Vaya! Al final te has operado la nariz. ¡Te ha quedado fantástica!».
Un comentario totalmente fuera de lugar porque nadie me había criticado antes la nariz, al menos no a la cara. Me habían roto la napia en dos ocasiones y nunca se me pasó por la cabeza que volvieran a rompérmela. Por supuesto, la culpa de semejante vejación fue sólo mía, ya que estaba metiendo la susodicha nariz en los asuntos de otra persona cuando me asestaron aquel gancho tan contundente.
El incidente que presagió mi mala fortuna me pareció insignificante en un primer momento. Me encontraba en la sección de lencería de los almacenes Nordstrom, rebuscando entre las bragas que estaban de oferta: tres pares por diez pavos, un filón para una mujer tan rácana como yo. ¿Puede haber algo más trivial? No me gusta ir de compras, pero aquella mañana había visto un anuncio de media página en el periódico y decidí aprovecharme de los precios de saldo. Era el viernes 22 de abril, fecha que recuerdo porque el día anterior había cerrado un caso y me había pasado la mañana escribiendo a máquina mi último informe.
Para los que acabéis de conocerme, me llamo Kinsey Millhone. Soy investigadora privada con licencia en Santa Teresa, California, y mi empresa se llama Investigaciones Millhone. Me encargo principalmente de trabajos alimenticios, como comprobaciones de antecedentes, búsqueda de personas, fraudes a aseguradoras, entrega de notificaciones legales y localización de testigos, a lo que podríamos añadir algún que otro divorcio lleno de acritud para que no decaiga la fiesta. No es casual que sea mujer, por eso estaba comprando ropa interior femenina. Dada mi ocupación, los delitos no me son ajenos y raras veces me sorprende el lado oscuro de la naturaleza humana, incluyendo la mía. Pero los restantes datos personales pueden esperar a que acabe de desgranar mis desgracias. En cualquier caso, tengo que proporcionar algo más de contexto antes de llegar al puñetazo que me dejó para el arrastre.
Aquel día salí temprano de mi despacho e hice mi ingreso bancario habitual de cada viernes, guardándome una parte en efectivo para cubrir gastos durante las dos semanas siguientes. A continuación conduje desde el banco hasta el aparcamiento situado bajo el centro comercial Passages, donde suelo frecuentar varias tiendas de cadenas baratas. Las prendas idénticas que atiborran los percheros revelan su fabricación en serie en algún país donde no se aplican las leyes de protección laboral de menores. Nordstrom, con sus interiores sofisticados y elegantes, era un palacio en comparación. Relucientes baldosas de mármol cubrían el suelo, y el ambiente estaba perfumado con fragancias de diseño. El directorio de plantas indicaba que la sección de lencería se encontraba en la 3, así que me dirigí a las escaleras mecánicas.

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