Vicente Blasco Ibáñez. Arroz y Tartana.

julio 6, 2020

Vicente Blasco Ibáñez, Arroz y Tartana

Copio de la wikipedia:

Doña Manuela Pajares, viuda por dos veces, pertenece a una familia dedicada al comercio tradicional, que con mucho esfuerzo ha levantado una tienda de tejidos, Las Tres Rosas, y logrado una posición desahogada en la ciudad de Valencia. Desgraciadamente para ella, la fortuna conseguida por su primer marido fue dilapidada por el segundo, pero ella, obsesionada por mantener las apariencias de un alto nivel de vida para casar a sus dos hijas, sigue gastando por encima de sus posibilidades, y endeudándose cada vez más.
Los consejos de su hermano Juan, totalmente opuesto al modo de vida de Manuela, de nada sirven. Juanito, el hijo de Manuela es partidario de seguir con el comercio familiar, pero contagiado del ejemplo que ve a su alrededor, y con la esperanza de sacar a su madre de sus apuros económicos, comienza a jugar en la Bolsa de valores, obteniendo rápidas ganancias.
Cuando cambia la coyuntura financiera, la situación de la familia Pajares pasa a ser angustiosa.

Crítica a la fiebre del enriquecimiento rápido vía especulación que está hoy igual de vigente que entonces -porque no aprendemos. La gente deja las labores productivas (llevar un comercio) por jugar en la bolsa:

Todo quiere empezar; y él, puesto ya en el camino de la suerte, aseguraba a su dependiente que antes de un año tendría millones, sí señor, millones no nominales ni de mentirijillas como los que compraba y vendía en la Bolsa, sino reales y efectivos, prontos a convertirse en fincas o en acciones. ¿Dónde estaban ahora esos ignorantes capaces de asegurar que en la Bolsa se encuentra la ruina? Buenos ejemplos tenía a la vista para convencerse de su error. Todo el mundo jugaba. Gentes que un año antes no tenían sobre qué caerse muertas gastaban ahora carruaje propio; comerciantes que no podían pagar una letra de veinticinco pesetas jugaban millones, dándose una vida de príncipes; y la Bolsa, «aunque a él le estuviera mal el decirlo», era una gran institución, porque gracias a ella corría el dinero y había prosperidad, y un hombre podía emanciparse de la esclavitud del mostrador, haciéndose rico en cuatro días. Y si lo dudaba Juanito, que mirase a López, ése cuya señora era amiga de la mamá. Pues el tal López no tenía un céntimo, pero metió la cabeza en la Bolsa, y ahora no se dejaría ahorcar por ochenta mil duros, ni por cien mil. En resumen: que a él le importaba un bledo la tienda, y se burlaba de aquel comercio a la antigua, que sólo servía para que los hombres de capacidad financiera se matasen trabajando como unos burros, para comer sopas a la vejez.

Porque la obra se basa en una copla valenciana:

Arrós y tartana
Casaca a la moda
i rode la bola
a la valenciana

Que esté ambientada en Valencia, centro de la corrupción en España, es de una clarividencia que asusta. También aparece un gurú de la bolsa que es un antecedente perfecto de Madoff y su esquema Ponzi.

Otras reseñas: Arroz y tartana y Arroz y tartana.

Muy recomendable.

Pero llegó el momento en que las niñas se convirtieron en unas señoritas, conservando sus relaciones amistosas con sus antiguas compañeras de colegio, y doña Manuela sintió el afán de ostentación de toda madre que tiene hijas casaderas. Renovó su mobiliario, abandonó las modistas anónimas, y en su afán de no andar a pie, si no tuvo berlina y tronco como en sus buenos tiempos, compró una galera elegante y ligerita y tomó como cochero a Nelet, el hijo de la nodriza de Amparo, un bárbaro de la, huerta, a quien puso por condición no tutear a la señorita menor y olvidarse de que era su hermano de leche.

—¡Que rabie ese rancio!—decía doña Manuela, indignada al saber la furia con que su hermano había acogido tales reformas—. ¿Cree que toda la vida la hemos de pasar como unos miserables, con pan y cebolla y un vestido viejo?

Don Juan también hablaba, y había que oírle.

—Tu madre está loca—decía algunas veces a Juanito en la puerta de Las Tres Rosas—. Si esto sigue más tiempo, todos iréis a pedir limosna. ¡Ah, qué cabeza…! ¡Parece imposible que sea mi hermana! Para ella lo principal es aparentar, y del mañana que se acuerde el diablo. Lo que yo digo: «arroz y tartana…» y trampa adelante.


Roberto del campo, el amigo íntimo de Rafael, su mentor, que le guiaba en el camino de la distinción y el buen gusto; un chico elegante, hijo de una gran familia arruinada, uno de esos vástagos inútiles y perniciosos que nacen inesperadamente en la tranquila burguesía a las dos o tres generaciones de bienestar y riqueza para castigar con sus locuras y despilfarros el egoísmo y la rapacidad de sus antecesores. Era un muchacho guapo, moreno, con nariz aguileña, barba negra y lustrosa; una de las cabezas gallardas, audaces y de enérgica belleza varonil que se ven con frecuencia en las tribus bohemias. En su porte y en su traje notábase la tendencia flamenca amalgamada con la fría corrección burguesa. La educación del hogar confundíase con las costumbres de una vida de estúpidas aventuras.

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