Nam Le. El barco.

junio 17, 2016

Nam Le, El barco
Mondadori, 2010. 304 páginas.
Tit. Or. The boat. Trad. Ignacio Gómez Calvo.

Incluye los siguientes relatos:

Amor y honor y piedad y orgullo y compasión y sacrificio
Cartagena
Encuentro con Elise
HalfleadBay
Hiroshima
Llamada de Teherán
El barco

Los tres primeros cuentos, magníficos. El resto simplemente buenos, lo que decepcionó un poco mis expectativas. Al autor le auguro futuro, porque sabe hacer las cosas muy bien.

Estoy harto de literatura étnica -dijo uno de ellos- Todo son descripciones de comida exótica.
—Nunca sabes si el lenguaje es austero porque el autor lo quiso así o porque le faltaba vocabulario.
Me contaron que el amigo de un amigo, un licenciado por Harvard de Washington D.C., posó con el atuendo tradicional de Nigeria para la fotografía de la solapa de su libro. Me imaginé a mí mismo en un arrozal con un sombrero cónico de paja en la cabeza. Luego me imaginé a mi padre en el mismo campo, con su raída ropa de trabajo, joven y con expresión severa.
—Es una licencia artística que uno debe sobrellevar -dijo mi amigo.
Estábamos los dos borrachos y caminábamos con la bicicleta al lado porque a ambos, por separado, se nos había pinchado una rueda de camino a la fiesta.
-Los personajes siempre son planos, genéricos. Cada vez que un escritor chino escribe sobre personajes chinos, o un escritor peruano sobre peruanos, o un escritor ruso escribe sobre rusos… -dijo como si recitara una poesía mala para crios, y luego se detuvo y perdió el hilo de lo que estaba diciendo.
Su boca mostró una mueca de indecisión. Yo sabía que estaba enfadado por algo.
-Mira -le dije, señalando un porche iluminado que había delante de nosotros—. Esos tipos tienen armas.
-Mientras haya una imagen o una metáfora interesante al menos una vez en cada pedazo de texto como este… -dijo, separando el índice y el pulgar para indicar media página, mientras su bicicleta zigzagueaba en la acera.
Le hice una señal con la cabeza y después saludé a uno de los tipos del porche, que me devolvió el saludo. El otro tipo nos hizo señas con su rifle de aire comprimido de madera artificial. Un coche con los faros encendidos estaba detenido en marcha en la entrada de la casa, y del interior salían voces de chica chillando: «¡No dispares! ¡No dispares!».
-Faulkner, ¿sabes? di|o mi amigo por encima de los gritos , decía que tenemos que escribir sobre las verdades eternas. Amor y honor y piedad y orgullo y compasión y sacrificio.
Un chasquido seco y repentino, detrás de nosotros, como el repicar de la tecla de una máquina de escribir gigantesca, fue seguido de unos gritos apagados.
-Sé que soy una mala persona por decir esto —dijo mi amigo , pero esta es la razón por la cual no me disgusta tu trabajo, Nam. Porque podrías limitarte a escribir sobre los inmigrantes ilegales vietnamitas y ya está. Como en tu tercer relato.
Debió de pensar que incliné la cabeza en señal de modestia, pero de hecho estaba tratando de descubrir si acababa de recibir un disparo en la parte trasera del muslo. Sentí una clara punzada. El perdigón debió de rebotar en algo.
-Podrías explotar a muerte el tema vietnamita. Pero, en camino, te decantas por escribir sobre vampiresas lesbianas y asesinos colombianos, y huérfanos de Hiroshima y pintores neoyorquinos con hemorroides.
Durante un momento de ensueño me quedé desconcertado. Así catalogados, con el hedor de bourbon de su aliento, mis relatos se hundieron en un consuelo muy poco halagüeño. La pierna me seguía escociendo. Me imaginé pegando la mano a la parte de atrás de mis vaqueros, poniéndola ante mis ojos bajo la luz de una farola, y encontrarla cubierta de sangre. Me imaginé volviendo atrás, subiendo los peldaños del porche sin decir nada y moliendo a patadas a los dos chavales. Contaría mi historia con un micrófono, desde la cama de un hospital. Redactaría mi relato en una celda de la cárcel del condado. Mataría a uno de ellos, quizá por accidente, y nunca hablaría de ello, jamás, con nadie. No había ningún agujero en mis vaqueros.
—Es probable que yo sea una mala persona —dijo mi amigo, tropezando al lado de su bicicleta, a unos cuantos pasos por delante.

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