Max Aub. Campo del Moro.

febrero 13, 2012

Editorial Alfaguara, 1998. 326 páginas.

Max Aub, Campo del Moro
Traición

Quinta entrega del laberinto mágico. Amarga, ya que la guerra está a punto de acabar, la República está definitivamente perdida y el sálvese quien pueda es la norma. La traición se encuentra en cada amigo.

Ya he dicho alguna vez que en la descripción que hace Aub de la guerra civil no es neutral. Él tiene claro quien tenía la razón y quien no. También quien se equivocó en el bando republicano y en este libro aprovecha para hacer cuentas y criticar a dirigentes como Besteiro.

Otra reseña pueden encontrarla aquí: Campo del Moro que, como bien indica, el final del libro es una metáfora dura y certera.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (166/365)


Extracto:[-]

—A fuerza de destrozar, quemar, matar…
—Violar. ¿Te han violado?
Rosa María le mira, ultrajada. Quiere levantarse, irse. No lo hace. No puede.
—Perdona. De sopetón nos dimos cuenta de que servíamos para algo más que para tocar el piano. No es que esté en contra de ello, como comprenderás —sonríe fugazmente—. Pero venían a imponerme a Wagner —odio a Wagner— a Chaikovski —odio a Chaikovski—. No es eso. Hablo por hablar sin poder explicarte. (De verdad, no puede..Ve las calles, los tranvías, los automóviles, las banderas, la luz de aquellos días restallantes, las ventanas iluminadas, las reuniones, los discursos, la radio a cuanto más se la podía oír, los cafés, las discusiones, el ir y venir; tú, a esto; tú, a aquello; tú, ven; tú, vamos; tú, ¿vienes? Rosa María encerrada, empavorecida, dándole vuelta a las noticias, esperando lo contrario de lo que movía a la multitud callejera de la que él formaba parte.) La justicia. ¿Sabes lo que es la justicia? No, no es un atributo divino para premiar virtudes. Es el derecho, la razón que se revuelve pisoteada.
—Eso ha sucedido siempre y en todas partes. ¿O vivíamos en el Paraíso? (¿Por qué hablo? ¿Por qué le contradigo si jamás he visto tal luz en ojos tan duros como los suyos?)
—¿Quién lo dijo? Claro, tú crees en él. Pero, aquí, nos tocaba a nosotros, en aquel momento. No se podía escoger, escogiendo. No había más que un camino, así perdieras cuanto había que perder. A ojos cerrados, empujados hacia adelante, con el pueblo.
—¿Qué tenías que ver con el pueblo? Al pueblo le gusta Chaikovski. (Digo lo que no quiero decir. ¡Calla, Rosa María, por lo que más quieras!)
—¿Con el pueblo? Aunque te extrañe: todo-
—¿Qué es el pueblo?
—La gente que Dios ha puesto sobre la tierra.
—¿Crees en Dios?
—No. No en el que tú crees.
—¿Entonces en cuál?
—En ninguno y en todos. Defendemos a los que nada tienen contra los que lo poseen todo.
—¿No te parece muy elemental?
—Lo es. Pero esto es precisamente lo que nos empujó a todos: lo elemental, lo primario, lo evidente, lo legítimo, lo auténtico, el arranque. Tuve confianza.
—¿En qué?
—En mí.
—¿No la tenías antes?
—No.
La mira, los ojos en los ojos.
—Me crecieron raíces.
—Y te hiciste comunista.
—Sí.
Se extraña de que no le tome la mano, sentados, ni el brazo por la calle; de que no hiciera intento de besarla. ¿Lo desea? Dícese que no.
—¿Y qué esperas de toda esta matanza?
—De la matanza, como es natural, nada. Pero estamos luchando por, por… un poder creador.
—¿Qué es eso?
—No es fácil describírtelo. La esperanza…
—¿De que les guste a todos Stravinski o Ra-vel?
—Es una buena definición para una alumna del Conservatorio.
—Así, ¿bien separados el bien y el mal?
—No me hagas más tonto de lo que soy.

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