Margaret Cheney. Nikola Tesla.

noviembre 13, 2020

Margaret Cheney, Nikola Tesla

Biografía de Nikola Tesla. Como virtudes del libro decir que está muy documentado. Como defectos, todos los demás. Es un libro terrible.

Tesla fue un ingeniero/inventor que está en el origen de la corriente alterna y de otros inventos como la radio. Si no le hubieran estafado en su juventud o si hubiera sido un poco más listo con sus finanzas se hubiera enriquecido tranquilamente. Pero como no fue así después de sus grandes éxitos perdió un poco el pié.

Se obsesionó con algunas ideas, algunas de las cuales podrían haber funcionado (barcos teledirigidos) pero otras no consiguió sacarlas adelante, como la transmisión de electricidad sin cables. Pero para la autora todo lo que salió de la mente de Tesla es magnífico y si hubiera tenido suficiente financiación no hubiera tenido límite.

El problema es que Margaret Cheney no entiende ni de ciencia ni de tecnología y no es capaz de distinguir entre lo que sería una buena idea y su puesta en práctica. Puesto que Tesla lanzaba afirmaciones como quien respira para ella está en el origen de todo tipo de tecnologías modernas. Y tampoco es para tanto. El problema es que con tanto elogio dejas de creer en el rigor del libro. Sobre todo cuando se introducen cosas del tipo comunicación extraterrestre o fotografías del aura.

En su momento fue una de las primeras biografías de un inventor un tanto olvidado. Ahora que está de moda y podemos encontrar otros libros que tratan su figura con más ecuanimidad podemos olvidarnos de libros como este. En realidad el prólogo, a cargo de Nacho de microsiervos, es un mejor resumen.

Decepcionante

Nada que objetar al respecto, pero había un problema: según los banqueros que financiaban la operación, los derechos que Nikola Tesla había de percibir por sus patentes, según el generoso acuerdo que había firmado con Westinghouse, podían dar al traste con todo. Algunos afirmaban que Westinghouse le había pagado a Tesla un millón de dólares en concepto de adelanto sobre sus derechos.[65] Tan sólo cuatro años después de la firma
Por el contrario, Edison no pudo darse el gustazo de dilucidar si debía fiarse de Coffin o no. El 17 de febrero de 1892, The Electrical Engineer anunciaba la fusión entre la Edison Electric Company y la Thomson-Houston Company para constituir una nueva sociedad en la que no tendrían cabida ninguno de los nombres de los socios fundadores de las sociedades fusionadas. General Electric Company sería el nombre de la nueva empresa, con Coffin como presidente.

En la misma crónica, se afirmaba de paso:

Como se rumorea entre los inversores, es de esperar que la Westinghouse Company sea absorbida pronto por la nueva empresa. Al parecer, los accionistas de la nueva compañía podrían destinar una parte importante del capital de 16.600.000 dólares en acciones del que disponen como margen de tesorería tras la adquisición de las acciones de Edison y Thomson-Houston, seis de los cuales están en manos de accionistas preferentes, a la adquisición de la Westinghouse Company en el momento oportuno. No se ha facilitado ninguna información al respecto.

En pocas palabras: que Morgan, mediante la eliminación de “competencias indeseadas”, estaba a punto de hacer realidad su magno sueño de electrificar Estados Unidos, ya fuera mediante redes de corriente alterna o continua. Recurriría a las mismas tácticas que, con espléndidos resultados, había utilizado para hacerse con el control absoluto de ferrocarriles, explotaciones petrolíferas, minas de carbón y acerías. Tenía meridianamente claro que las mejores inversiones de cara al futuro pasaban por forjarse una posición dominante en el sector de la fabricación de componentes y maquinaria eléctricos y ofrecer una amplia gama de servicios que acabarían siendo “públicos”. Antes tenía que hacerse con las patentes de Tesla, de todos modos.

En una imprudente conversación que mantuvo con Westinghouse, Coffin le puso al tanto de la “tremenda bajada de precios que había provocado” para “dejar fuera de combate” a otras empresas eléctricas. Lo más importante, le aconsejó en confianza, era disponer antes que la competencia de un negocio en marcha, ya fuera éste de tranvías movidos por electricidad o de cualquier otro; de lo contrario, la introducción de posteriores cambios resultaba prohibitiva: “Los usuarios no pondrán reparos en pagar la tarifa que se les reclame, porque no tendrán la posibilidad de cambiar de sistema”, aseveró muy ufano.[63] Tal comentario lo hizo ante la persona menos indicada, porque Westinghouse estaba persuadido de que un sistema mejor pensado podía desplazar a otro inferior, por muy asentado que estuviera.

Coffin le había intentado convencer también de las ventajas de recurrir a “la mordida”. En este sentido, le indicó a Westinghouse que debía incrementar el precio que cobraba por la iluminación urbana de seis a ocho dólares, como había hecho su empresa, y así untar con dos dólares a concejales y políticos de distinto pelaje sin perder ni un centavo de los beneficios.[64] Cuando quedó claro que Westinghouse no sería un socio complaciente por voluntad propia, la General Electric Company y la casa Morgan lo atacaron allí donde más daño podían hacerle: en los mercados financieros.

‘En los antros y cloacas de los mercados bursátiles de Wall Street, State Street y Broad Street es donde se crían esas escurridizas y repugnantes serpientes que son los rumores infundados’, escribía Thomas Lawson en Frenzied Finance: ‘George Westinghouse ha dirigido mal sus empresas…’. ‘A no ser que se fusione con General Electric, George Westinghouse se hundirá hasta el cuello…’. Así fue cómo se consiguió el desplome de las acciones de Westinghouse.

Lawson asegura que Westinghouse recurrió a él, en busca de árnica, por su reputación de “buen conocedor de la Bolsa”, y que negoció con todas las armas a su alcance. En primer lugar, era inevitable llegar a algún acuerdo de fusión empresarial, porque el propósito de llevar la corriente alterna a toda la nación sobrepasaba con creces las posibilidades de Westinghouse. Los asesores financieros del empresario apañaron entonces una fusión con compañías más pequeñas, como la U. S. Electric Company y la Consolidated Electric Light Company, y así se constituyó la Westinghouse Electric and Manufacturing Company.

Nada que objetar al respecto, pero había un problema: según los banqueros que financiaban la operación, los derechos que Nikola Tesla había de percibir por sus patentes, según el generoso acuerdo que había firmado con Westinghouse, podían dar al traste con todo. Algunos afirmaban que Westinghouse le había pagado a Tesla un millón de dólares en concepto de adelanto sobre sus derechos.[65] Tan sólo cuatro años después de la firma de dicho contrato, la cifra podía rondar los doce millones de dólares. Nadie, ni siquiera Tesla, sabía calcularlo con exactitud. A medida que salían más aparatos, sus derechos no sólo dependían del equipamiento y motores de las centrales eléctricas, sino que eran extensibles a cualquier patente relacionada con la corriente alterna. Tesla estaba a punto de convertirse en archimillonario, en uno de los hombres más ricos del planeta.

—Deshágase de la obligación de pagar esos derechos —le recomendó uno de los banqueros que se encargaban de la financiación—; si no lo hace, acabará en un atolladero.

Pero Westinghouse no daba su brazo a torcer. También él era inventor, y defendía aquel acuerdo. Por otra parte, añadía, esos derechos se repercuten en el precio que pagan los consumidores y van incluidos en los costes de producción. Pero los banqueros no le dejaron alternativa.

Muy a su pesar, Westinghouse fue a ver Tesla, dispuesto a afrontar una de los encuentros más amargos de su vida (en su biografía oficial no se recoge este episodio). Ambos habían firmado el contrato de buena fe. De haberlo querido, Tesla podría haberle demandado y hubiera ganado el pleito. Pero, ¿de qué le valdría si Westinghouse perdía su empresa?

Como tenía por costumbre, Westinghouse fue directamente al grano. Tras exponerle el problema que lo había llevado allí, le dijo:

—El destino de la Westinghouse Company depende de la decisión que tome usted.[66]

Tesla estaba centrado por completo en sus nuevas investigaciones. Cuando lo tenía, gastaba dinero a manos llenas, pero rara vez estaba enterado de cómo iban sus finanzas. Más que por su valor intrínseco, valoraba el dinero por las cosas que podía hacer con él.

—Imagínese, por un momento, que me niego a rescindir el contrato. ¿Qué haría usted?

—En ese caso —le explicó Westinghouse, al tiempo que abría los brazos—, tendría que vérselas usted con los banqueros. Yo ya no pintaría nada.

—Si renuncio al contrato, ¿conservará la empresa y mantendrá el control del negocio? ¿Seguirá adelante con su proyecto de dar salida al sistema polifásico que he inventado?

—Creo que su invento polifásico es el hallazgo más importante que se ha realizado en el campo de la electricidad —repuso Westinghouse—. Mi propósito de hacerlo asequible a todo el mundo es lo que me ha llevado a esta situación. Pase lo que pase, no voy a renunciar a ese sueño. Seguiré adelante con los proyectos que tenía pensados para que este país adopte el sistema de corriente alterna.

Como no era hombre de negocios, Tesla no estaba en condiciones de rebatir la explicación que Westinghouse le había dado sobre la situación financiera que estaba viviendo, pero se fiaba del empresario.

—Señor Westinghouse —le dijo—, usted se ha portado conmigo como un amigo: creyó en mí cuando nadie más lo hacía y ha tenido el coraje de seguir adelante…, valor que otros no tuvieron. Me apoyó incluso cuando sus propios ingenieros no eran capaces de ver las maravillas que usted y yo soñábamos…; siempre estuvo de mi parte, como un amigo. Déme su contrato; aquí está el mío. Los haré pedazos. Ya puede olvidarse del problema que planteaban mis derechos. ¿Le parece bien?[67]

En la memoria del año 1897 de la Westinghouse Company se refleja que Tesla recibió un único pago de 216.600 dólares a cambio de sus patentes, sin más obligación de pagarle derechos.

Con la desaparición del contrato, Tesla no sólo renunciaba al cobro de millones de dólares que ya había ganado, sino también a la percepción de los emolumentos, corregidos y aumentados, que pudiera obtener en el futuro. Tanto en el mundo de la industria de hoy como en el de entonces, fue un acto de generosidad, por no decir de temeridad, sin precedentes. Tenía para vivir de forma acomodada durante un decenio más o menos, pero luego no iba a encontrar de nuevo el capital con que financiar y desarrollar sus investigaciones. Sólo caben conjeturas sobre cuántos de sus descubrimientos se habrán perdido a consecuencia de aquella decisión.

Westinghouse regresó a Pittsburgh y encauzó las cuestiones relativas a la fusión y a la refinanciación. No sólo conservó el negocio, sino que lo convirtió en un colosal emporio, y mantuvo la palabra que le había dado a Tesla. Años más tarde, y como merecido homenaje al industrial, Tesla escribió:

A mi entender, y dadas las circunstancias del momento, Westinghouse era el único hombre capaz de respaldar mi sistema de corriente alterna y ganar la batalla contra los prejuicios y el poder del dinero. Como pionero, no tuvo parangón. Fue un hombre noble en todos los sentidos, un orgullo para los Estados Unidos, alguien con quien el género humano tiene contraída una deuda impagable.[68]

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