Werner Herzog. Conquista de lo inútil.

noviembre 12, 2020

Werner Herzog, Conquista de lo inútil
Blackie books, 2010. 324 páginas.
Tit. or. Eroberung des Nutzlosen. Trad. Juan Carlos Silvi.

Durante el rodaje de la película Fitzcarraldo su director llevaba un diario. No de rodaje, sino personal, aunque es evidente que los problemas relacionados con la película tienen su papel en el texto. Pero en general es una visión particular de la selva, de la pequeñez del hombre frente a la naturaleza, de un paisaje que parece salido de una pesadilla.

Si uno viene a este texto buscando cotilleos acerca de la película encontrará muy pocos. Se tropezará, sin embargo, con un magnífico escritor con un buen ojo para el detalle, que sabe dar sabor a sus experiencias y que está embarcado en una aventura (el rodaje de la película) tan imposible como lo que narra (subir un barco por una montaña).

Empecé a leerlo en malas condiciones, convaleciente de una operación y con las molestias asociadas, y lo dejé de lado por otra lectura más ligera. Pero en cuanto mi cabeza tuvo la posibilidad de concentrarse de nuevo lo volví a coger con gusto y lo devoré encantado. Prácticamente en cada página hay una descripción de la que podrían salir cuentos enteros.

Se podría leer como un relato de ficción y aguantaría el tipo estupendamente. Otra reseña: Conquista de lo inútil

Muy recomendable.

Nueva York, 6\3\81
Por primera vez, en lugar de ver abogados y peritos de la aseguradora, estuve de nuevo entre personas normales, o al menos eso pensaba. Por la tarde con D. en casa de G., donde se reunió la pequeña colonia de italianos. Pero el jovial encuentro decayó rápidamente en cuanto algunos empezaron a drogarse. La velada fue totalmente incoherente, exceptuando el hecho de que comenzó con una cena. Una mujer joven que hablaba alemán se levantó la falda y mostró las piernas. Prela, el alba-no que decía ser mejor actor que Marión Brando, la arrastró mientras gritaba palabrotas hasta una cama que estaba cubierta de abrigos, le bajó las medias, nos llamó para que la viésemos y luego volvió a arrastrarla por las piernas a través de la montaña de abrigos, nos mostró su abdomen desnudo y la dejó ahí tirada entre imprecaciones incluso peores. Después de eso los invitados empezaron a esnifar cocaína con impulso ritual y la conversación se desplomó como un castillo de bloques de construcción mal colocados por un niño cascarrabias. Cuando me marché de la reunión, nevaba con fuerza y había un atasco irremediable en la autopista que bordea el Hudson.


Camisea, 3\5\81
Ella, la tierra, yacía como un campo recién labrado. Unos caballos retozan felices en la pradera, con el pelaje humeante, muy temprano por la mañana. En la ciudad, los mirlos del parque estaban muy ajetreados. Por el momento, las cosas no dichas aguardaban pacientemente. De mi caña de pescar no colgaba nada. Bellas mariposas asediaban los frutos podridos. Un médico auxiliaba a una gallina decapitada. Unos niños levantaban de la calle un erizo atropellado, que había quedado completamente aplastado y estaba seco como un pergamino a causa del sol. Tras días y días de fatigosa caminata por la selva, unos investigadores encontraron un neumático viejo y desgastado apoyado contra un árbol. El barquero vacía la lancha con movimientos uniformes, lleno de mecánica melancolía. Para el rodaje de una película se ha conducido un caballo, guiado con una antorcha, por las catacumbas de la Villa Borghese, en Roma. En la Grecia antigua había dioses torpes, con frecuencia también se reían; uno hacía trabajos de herrero. Un marino que daba la vuelta al mundo en velero en solitario consiguió cultivar berros sobre una manta de fieltro enmohecida.

El hombre se detuvo en pleno movimiento, el arma se le cayó de la mano con lento estrépito, su mirada se clavó en la lejana montaña de su desgracia, luego se desplomó, alcanzado por la bala, y haciendo ademán de aferrar algo invisible frente a él, o más precisamente: como si se aferrara con gesto deliberado a la vida que se le escapaba hacia un vacío imaginario, cayó hacia su final definitivo.

Un hombre viejo, el único y el último que vivía en la isla sacudida por el viento y alejada de la costa tormentosa (sólo de vez en cuando el barco-correo le llevaba cebollas y harina), murió una tarde con la misma indolente naturalidad de todo lo de allí. Días más tarde, un pez muy grande mordió el anzuelo de la caña de pescar del muerto.

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