Alianza Editorial, 2005. 222 páginas.
Tit. Or. The shuttered room and other tales of horror. Trad. Carole Argand Degoumois.
Aunque el nombre más grande de esta portada es el de Lovecraft, lo cierto es que el principal autor de estas páginas es Derleth, que recogió apuntes y argumentos que el primero dejó sin acabar y les dio forma. Y aunque en la contraportada afirmen que es difÃcil averiguar qué se debe al maestro y qué al discÃpulo, la cosa está muy clara. Los argumentos pueden venir de Lovecraft, pero la prosa es de Derleth. El peculiar estilo de Howard Phillips parece fácil de imitar, pero ninguno de sus seguidores -y han sido muchos- ha conseguido acercarse.
Aún asà los relatos merecen la pena y están ambientados a la sombra de la Gran Raza y los dioses olvidados. La lista es la siguiente:
El superviviente
El dÃa de Nahum Wentwotth
El legado Peabody
La ventana en la buhardilla
El antepasado
La sombra fuera del Espacio
La lámpara de Alhazred
El pescador del Cabo del Halcón
La Hermandad Negra
La habitación cerrada
A destacar La lámpara de Alhazred -de la que pongo un extracto-, homenaje de Derleth a su maestro escasamente camuflado. Fuera de la operación de marketing -que intenta darnos gato por liebre-, y si uno es de los que le gustarÃa tener al Necronomicón en su biblioteca, es un libro recomendable.
Descarga el cuento que da tÃtulo al libro:
H.P.Lovecraft y August Derleth – La Habitación Cerrada.pdf
O este sobre el Necronomicón:
H.P.Lovecraft y August Derleth – Necronomicon O El Libro De Los Nombres Muertos.pdf
(Te hará falta el emule)
Extracto:[-]
Antes de la puesta del sol, subió hasta arriba de la colina en dirección a uno de sus escondrijos familiares, que siempre le habÃa atraÃdo. Nunca hasta entonces se ha-ante la perspectiva que tenÃa del extenso campo. Todo era resplandor de riachuelos, bosques lejanos y cielo naranja mÃstico, con el gran disco solar rojo hundiéndose entre las franjas de estratos de nubes. Se adentró en el bosque y pudo contemplar la misma puesta del sol a través de los árboles. Luego volvió hacia el este para cruzar la colina en dirección a uno de sus escondrijos familiares y que siempre le habÃa atraÃdo. Nunca hasta entonces se habÃa percatado de la inmensa extensión de Nentaconhaunt. Más que una simple colina, era una verdadera planicie en miniatura, con sus valles, sus cordilleras, y sus cimas propias. Desde alguna de sus praderas ocultas —tan alejadas de toda señal de vida humana— la vista que se le ofrecÃa sobre el remoto cielo urbano le maravilló: era un sueño de picachos encantados y de cúpulas medio flotando en el aire y rodeadas de un oscuro aura de misterio. Las ventanas superiores de algunas de las torres más altas conservaban la incandescencia que el sol ya habÃa perdido, y ofrecÃan una visión de resplandor irreal. Seguidamente, Phillips pudo admirar el gran disco de la luna de Orion flotando alrededor de los campanarios y alminares, mientras que al oeste, en el horizonte brillantemente anaranjado, Venus y Júpiter empezaban a parpadear. Se adentró en la llanura. El camino atravesaba unos paisajes muy variados: algunas veces serpenteaba por el interior, y otras penetraba en los bosques y los cruzaba para acercarse a los valles oscuros que se deslizaban hacia la llanura inferior. Los grandes pedruscos que se balanceaban en las alturas rocosas producÃan un efecto espectral, druÃdico, al recortarse en el crepúsculo.
Finalmente llegó a unos parajes que le eran más familiares. AllÃ, recubierto por la hierba, el promontorio de un viejo acueducto enterrado le daba la ilusión de pisar los restos de una carretera romana; y allà estaba la cima de la colina que siempre habÃa conocido. Extendida a sus pies, la ciudad se iluminaba rápidamente y se asemejaba a una constelación yaciendo en el profundo anochecer. La luna derramaba una inundación de oro pálido, y, al oeste, el resplandor de Venus y de Júpiter se acrecentaba con intensidad en el horizonte cada vez más difuso. El camino que le conducirÃa a su casa estaba ante él; no tenÃa más que bajar esa última pendiente para llegar al coche de lÃnea que le llevarÃa a los prosaicos lugares frecuentados por el hombre.
Pero durante todas estas horas apacibles, Phillips no habÃa olvidado un solo instante su experiencia de la noche anterior, y no podÃa negar que ansiaba anticipar la llegada de la noche. La sensación de alarma que se habÃa apoderado de él se habÃa convertido en la promesa de una nueva experiencia nocturna de naturaleza desconocida.
Esa noche, tomó su solitaria cena con más rapidez que de costumbre para poder acudir en seguida al estudio, donde las hileras de libros, que llegaban al techo, le esperaban con su saludo permanente. Pero él no miró siquiera el trabajo que habÃa abandonado sobre la mesa, sino que encendió la lámpara de Alhazred y se sentó a esperar lo que pudiese ocurrir.
4 comentarios
Supongo que ya habrás devorado el Haunt of horror dedicado al maestro de Providence…
Pues todavÃa no…
Palimp, de Lovecraft te puedo recomendar El color que cayó del cielo y La sombra sobre Innsmouth. Dos buenos libros!
Gracias por la recomendación, pero ya los he leÃdo; soy un gran admirador de Lovecraft y he leÃdo prácticamente todo del maestro y gran parte de sus seguidores.