Flannery O’Connor. Cuentos Completos.

octubre 2, 2007

Editorial DeBols!llo, 2006. 838 páginas.
Tit. Or. The complete stories. Trad. Vida Ozores, Marcelo Covián y Celia Filipetto.

Flannery O'Connor, Cuentos Completos
El sur profundo

No recuerdo muy bien dónde oí hablar de Flannery O’Connor, pero ver esta edición de sus cuentos completos en edición de bolsillo y comprarlos fue todo uno. Estuvo languideciendo mucho tiempo en el esclavo lector -con las ganas que le tenía- hasta que por fin llegó su turno. No había leído nada de la autora pero la contraportada y algunas frases del prólogo me hacían suponer que sería toda una experiencia. Y así fue.

La lista completa de los cuentos es la siguiente:

El geranio
El barbero
El lince
La cosecha
El pavo
El tren
El pelapatatas
El corazón del parque
Un golpe de buena suerte
Enoch y el gorila
Un hombre bueno es difícil de encontrar
Un encuentro tardío con el enemigo
La vida que salvéis puede ser la vuestra
El río
Un círculo en el fuego
La Persona Desplazada
El templo del Espíritu Santo
El negro artificial
La buena gente del campo
Más pobre que un muerto, imposible
Greenleaf
Una vista del bosque
El escalofrío interminable
Las dulzuras del hogar
Todo lo que asciende tiene que converger
Partridge en fiestas
Los lisiados serán los primeros
¿Por qué se amotinan las gentes?
Revelación
La espalda de Parker
El día del Juicio Final

Nosotros todavía podemos hablar de la España profunda, casi analfabeta y de mentalidad arcaica. Un ambiente parecido al de ese sur racista, atrasado, que permanece casi sin cambios desde el XIX. Personajes primarios y egoistas, cuyos prejuicios apenas les dejan ver más allá de su nariz, deambulan por ese paisaje kafkiano. Sus hechos los retratan ante nuestros ojos, y si ellos no son capaces de ver su mezquindad, el lector es asaltado en cualquier página por su miseria moral. No es que las personas sean malas, es que ni siquiera saben lo que son. El daño que hacen es tan impersonal como el que provoca un tornado.

Este contraste entre la mirada de los protagonistas y la del lector es especialmente acusado en La Persona Desplazada. La señora McIntyre ha contratado a unos polacos por mediación de un cura. Los han traído huyendo del nazismo. Son trabajadores y se conforman con poco. Sólo hay un problema: andan mostrando la foto de una familiar suya a los negros, para conseguir que alguno se case con ella y puedan traerla a los Estados Unidos. Y eso es algo que la señora McIntyre no puede consentir ¡Casarse con un negro!

En Una vista del bosque el orgullo sureño se retrata en toda su crudeza. Un anciano y su nieta preferida se enfrentarán por la decisión de aquél de vender un terreno para construir una gasolinera. La nieta ha sido durante mucho tiempo el lugar de enfrentamiento entre el anciano y su yerno. Pero el choque de voluntades será tan fuerte que el final resulta ser de una violencia extrema.

No todos los cuentos tienen tintes trágicos. En La cosecha la señorita Willerton está escribiendo un cuento. Ya tiene a los protagonistas, una pareja de aparceros. En su imaginación la historia alcanza extremos rocambolescos… hasta que de camino al mercado se enfrenta a la prosaica realidad. En Un encuentro tardío con el enemigo el personaje del general Sahs, con sus cientro cuatro años y su gusto por las mozas jóvenes y bonitas aligeran el comienzo de una historia de final agridulce.

No es de extrañar que se la considere una de las mejores narradoras de su generación. Como todos los grandes, su retrato de lo local muestra lo universal. Pueden encontrar una buena y más profunda reseña en El síndrome Chejov. Uno de los mejores libros del 2007.

Escuchando: The Doing Of Our Thing. Jim Lea.


Extracto:[-]

El general Sash tenía ciento cuatro años. Vivía con su nieta, Sally Poker Sash, que tenía sesenta y dos y rezaba de rodillas todas las noches rogando que él viviera hasta el día de su graduación. Al general le importaba un bledo la graduación, pero jamás había dudado que viviría hasta ese día. Vivir había llegado a ser una costumbre tan arraigada en él que no podía concebir ninguna otra situación. Una ceremonia de graduación no era algo que le pareciera particularmente divertido, a pesar de que, como ella le había dicho, él tuviera que sentarse en el escenario con su uniforme. Le había explicado que habría una larga procesión de profesores y estudiantes con togas, pero que no habría nada que pudiera competir con su uniforme. Esto él lo sabía muy bien sin necesidad de que ella se lo dijera y, en cuanto a la maldita procesión, podía muy bien ir al infierno y volver sin que a él le hiciera el menor efecto. Le gustaban los desfiles con carrozas llenas de Miss América y Miss Daytona Beaches y Miss Queen Cotton Products. Le traían sin cuidado las procesiones y para él una procesión de maestros era tan mortalmente aburrida como la laguna Estigia. Sin embargo, estaba dispuesto a sentarse en el escenario con su uniforme para que lo pudieran admirar.

Sally Poker no estaba tan segura de que viviera hasta el día de la graduación. Hacía cinco años que no notaba ningún cambio perceptible en él, pero presentía que podían arrebatarle su triunfo final porque era algo que le sucedía muy a menudo. Hacía veinte años que asistía regularmente a los cursos de verano, porque, cuando empezó a enseñar, no había nada parecido a un título. En aquellos tiempos, decía ella, todo era normal, pero nada era normal desde que cumplió los dieciséis años, y los últimos veinte veranos, cuando debería haber estado descansando, había tenido que coger un baúl e ir, bajo un calor sofocante, a la facultad de magisterio, y, a pesar de que cuando regresaba en el otoño siempre enseñaba justo de la manera en que le habían enseñado que no debía hacerlo, esta era una venganza muy leve que no satisfacía su sentido de la justicia. Quería que el general asistiera a su graduación porque quería demostrar lo que ella representaba o, como solía decir, «lo que tenía detrás» y no tenían detrás los otros. Estos «otros» no eran nadie en especial. Eran todos los advenedizos que habían puesto el mundo patas arriba y perturbado las formas de vida decentes.

Tenía la intención de subir a esa plataforma en agosto, con o. general sentado detrás en su silla de ruedas, en el escenario, y mantener la frente bien alta, como si les dijera: «¡Miradlo! ¡Miradlo! ¡Mi sangre, viles advenedizos! ¡Anciano glorioso e integro que defiende las viejas tradiciones! ¡Dignidad! ¡Honor-¡Coraje! ¡Miradlo!». Una noche, había gritado en sueños: «¡Miradlo! ¡Miradlo!», y al volver la cabeza lo había encontrado en la silla de ruedas con una expresión terrible en el rostro y sin más atuendo que la gorra de general. Se despertó y no pudo volver a dormir en toda la noche.

Por su parte, el general no habría consentido siquiera en asistir a la graduación si ella no le hubiera prometido que se ocuparía de que se sentara en el escenario. Le gustaba sentarse en cualquier escenario. Consideraba que todavía era un hombre muy apuesto. En la época en que podía ponerse en pie, medía un metro noventa y tres. Tenía el pelo cano y largo hasta los hombros y no usaba dientes porque pensaba que su perfil era más llamativo sin ellos. Cuando se ponía el uniforme de gala de general, sabía perfectamente que no había en ninguna parte quien se le pudiera comparar.

No era el mismo uniforme que había llevado en la guerra entre los estados. En realidad, no había sido general en esa guerra. Probablemente había sido soldado raso; no recordaba lo que había sido; de hecho, no se acordaba para nada de esa guerra. Era como sus pies, que ahora colgaban marchitos al final de él, sin que los sintiera, cubiertos con la manta azul grisáceo que Sally Poker había tejido cuando era una niña. No recordaba la guerra entre Estados Unidos y España en la que había perdido un hijo; n’ siquiera se acordaba de su hijo. Le traía sin cuidado la historia Porque esperaba no volver a verla jamás.

11 comentarios

  • guillermob octubre 3, 2007en2:12 am

    ¡Por fin, Palimp! …Digo, por fin sacaste la reseña, y por fin estamos de acuerdo en algo. En una autora como O’Connor es difícil no estar de acuerdo: la calidad literaria y el golpe directo al sistema nervioso central son innegables. Para mí (te lo digo sin exagerar), hay un antes y un después de los cuentos de O’Connor, como lector y aprendiz de escritor.
    Más gente debería conocerla. Imagínate que ese mismo ejemplar de Debolsillo lo compré en un viaje de placer a Cartagena… ¿Obsesión por la literatura? Si se trata de una monstruo como Flannery, por supuesto que sí.

  • Palimp octubre 3, 2007en9:43 am

    Sí, es una escritora de altura, creadora de un universo propio como hizo, por ejemplo, Faulkner. Poco conocida por estos lares, injustamente.

  • victor coral octubre 3, 2007en9:53 pm

    Excelente lo de O`Connor, me ha dado ganas de leer de nuevo Sangre sabia. Saludos.

  • Palimp octubre 4, 2007en4:09 pm

    Yo desde luego empezaré a buscar sus novelas.

  • Garven octubre 4, 2007en6:50 pm

    Pronto aparecerá una antología de cuentos (en Espasa Calpe) que mostrarán las distintas líneas de fuerza de lo grotesco en la literatura y en el arte.

  • Palimp octubre 5, 2007en11:57 am

    Pues esperaremos su aparición.

  • carlos diciembre 12, 2007en1:51 am

    Mary es asombrosa.
    Leer sus cuentos es una luminosa experiencia que recomiendo
    a los que aman la LITERATURA. Es un viaje hacia
    Rulfo, Carver, Chejov, McCullers, Kafka… Un viaje
    de difícil retorno, por supuesto. Pero, si se
    ha estado en presencia de todos ellos, ¿quién desearía volver?

  • Palimp diciembre 14, 2007en5:41 pm

    La literatura es un lugar que una vez visitado ya viaja contigo para siempre.

  • Mariano Dios febrero 23, 2009en10:25 pm

    Meto un bocadito (con permiso de la autor/a del blog). Ando, justamente, leyendo los cuentos completos de esta escritora del sur de los Estados Unidos, y en relación al cuento, «La Persona Desplazada», el problema que tiene la señora McIntyre con el polaco que llegan de la guerra, y que trabaja como nadie lo había hecho hasta el momento en su granja, es que, influenciado por el marido de su ex empleada, blanca, y resentida, el hombre es extranjero. Flannery nos habla de una época, de marcado rascismo y xenofobia, y el cuento, me parece, deja entreveer esta cuestión del miedo que da que los de afuera nos saquen lo poco que tenemos. De hecho, la granjera, se queda sola, y enferma, dejándonos, a los lectores, una sensación de vació absoluta.

    Gracias

  • Palimp febrero 24, 2009en7:47 pm

    Me gustó ese cuento porque hoy estamos en la misma situación: miedo al extranjero que viene a ganrse la vida escapando muchas veces de países en guerra o del hambre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.