Páginas de espuma, 2012. 152 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
El acantilado
Casa tomada
Bernhard en el cementerio
Extraños en la noche
DÃler
Los otros
El ladrón de Navidad
Roby
Volvo
Ravenwood
Billie Ruth
Como la vida misma
El Croata
Srebrenica
Azurduy
Que nos hablan de personajes manejados por pasiones autodestructivas, cleptómanos, cobardes, maltratadores, violentos… Muy bien escritos. Destacables DÃler, niño con padres divorciados que debe acompañar a su padre en el reparto de droga. Roby, la fascinación del matón en un niño hasta entonces bueno. El genial Billie Ruth, que da tÃtulo al libro, o cómo enamorarse de quien no te conviene. Azurduy, sobre un maestro en un pueblo minero del altiplano, donde adoran a El TÃo, tiene un final perfecto.
Hay algunos más flojos que otros pero el único que no me ha gustado ha sido ‘Como la vida misma’, con una multiplicidad de puntos de vista que en mi opinión no aporta nada al relato, y que creo recordar haberlo leÃdo en alguna antologÃa.
El conjunto, sobresaliente.
QuerÃa continuar mis estudios en una universidad grande, quizás Berkeley o Columbia.
-A mà también me encantarÃa irme a vivir a California. SerÃa alucinante conocer la Mansión de Playboy. ¿Tú crees que Hugh Hefner se fijarÃa en mÃ?
-No le preguntes eso todavÃa -terció una de nuestras compañeras de mesa-. Te tiene que ver más de cerca.
-Todo a su tiempo -dijo Billie Ruth, y todas explotaron de risa.
Al salir de la sorority, paramos en un Seven Eleven y ella volvió con un six-pack de Budweiser y beefjerky, unas tiras de carne seca que yo habÃa visto comer a camioneros. Me dije que sólo le faltaba tabaco en polvo. Nos detuvimos en una licorerÃa y compramos un par de botellas de vino tinto. HacÃa el calor húmedo, pegajoso, de una noche de septiembre en Alabama; el otoño habÃa llegado, pero el verano se resistÃa a irse.
Nos dirigimos a las residencias universitarias. Yo vivÃa con tres compañeros del equipo de fútbol y uno del equipo de hockey; Tom, el que jugaba hockey, compartÃa la habitación conmigo. No estaba esa noche, tenÃa toda la habitación para mÃ; me hubiera gustado que estuviera, para vengarme: más de una noche me habÃan despertado sus gemidos junto a los de la mujer de turno que habÃa conocido en la discoteca, le gustaban las gordas y las feas, si era posible ambas cosas al mismo tiempo.
Billie Ruth terminó sus latas de cerveza y luego pasó al vino. Se servÃa una copa y la terminaba de un golpe. Me decÃa que me apurara. Era imposible seguir su ritmo, pero hice lo que pude: no podÃa negarme a esa mirada azul, franca e ingenua.
Soy virgen, soy virgen gritaba ella mientras cogÃamos. Se reÃa de todo; creo que eso fue lo que me atrapó al principio. La contemplé cuando dormÃa: la luz de la luna que ingresaba por la ventana abierta de la habitación iluminaba su piel lechosa, la dotaba de un aura fantasmal, materia a la medida de mis sueños. Eso también me atrapó. Vencidos por el cansancio y el alcohol, nos dormimos en mi cama. Estábamos desnudos, habÃamos apilado nuestras ropas en el piso, entremezclado mis jeans con su falda
rosada.
A las dos de la mañana, Billie Ruth me despertó con un golpe en el hombro. Iba a decirme algo, pero una arcada la venció y el cobertor de tocuyo que habÃa traÃdo desde Bolivia recibió el impacto. La acompañé al baño; el ruido despertó a Kimi, el finlandés que vivÃa en el apartamento y con el que alguna vez habÃa peleado un puesto en el mediocampo (una lesión inclinó las cosas a su favor). Tuve tiempo de cubrir a Billie Ruth con una toalla. Kimi me ayudó a limpiar el piso herido por las salpicaduras.
Esa noche manejé su Cámaro y la dejé en la puerta de su casa. VivÃa cerca del arsenal Redstone. Mientras la veÃa entrar, me preguntaba qué habÃa motivado al gobierno a elegir a Hunstville como una de las sedes centrales de la NASA, un lugar para que von Braun y otros cientÃficos alemanes desarrollaran sus investigaciones.
Hubo un sonido como el de un mueble que se desplomaba al piso. Quizás habÃa sido Billie Ruth. Hubiera querido entrar a ayudarla pero al instante se encendieron todas las luces, escuché gritos y partÃ.
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