Begoña Huertas. Una noche en Amalfi.

febrero 7, 2024

Begoña Huertas, Una noche en Amalfi
Grup 62, 2012. 156 páginas.

Una pareja va a pasar unas vacaciones en Amalfi. Llegan al hotel y la mujer sale porque tiene que enviar un informe y no tienen cobertura. Cuando pasa el tiempo y no regresa su pareja se da cuenta de que algo ha pasado. Lo que no se puede imaginar es que las cosas son mucho más turbias de lo que parecen.

Leo el libro como un homenaje a la autora, que falleció el año pasado, posiblemente del cáncer de colon que le diagnosticaron y sobre el que escribió un libro. Aquí nos encontramos una especie de novela negra donde la desaparición de su mujer lleva al protagonista a una extraña noche donde todo se va volviendo cada vez más asfixiante e irreal, y donde nada acabará siendo lo que parece.

Desasosegante y adictivo.

Bueno.


Tiró las llaves sobre la cama y salió a la terraza a oscuras, con la luz de la habitación encendida a sus espaldas. Dejó la botella de cerveza vacía sobre la mesa. Frente a él, el cielo ahora no se distinguía del mar, como si fuera una sábana húmeda y negra colgada delante de sus ojos. La sensación de que si extendía los brazos podría tocarla le resultó agobiante. Para recuperar la perspectiva de profundidad intentó fijar su atención en alguna de las luces frente a sus ojos, pero resultaba imposible saber si el pequeño destello se encontraba al nivel del agua y pertenecía a una barca o por el contrario era una pequeña estrella suspendida sobre la línea del horizonte. A su izquierda, las terrazas de las otras habitaciones continuaban desiertas. Pero entonces creyó escuchar algo, prestó atención a lo que parecían unas risas en alguno de los dormitorios más lejanos. Sí, se oían voces. Sin saber muy bien con qué intención, volvió a salir de su cuarto dejando la puerta abierta. Las voces venían de la última habitación del fondo. De pronto vio a Claudio salir al pasillo acompañado de dos mujeres. El hombre no pareció extrañarse de encontrarle allí, y con su cerrado acento napolitano le explicó que había bajado para preguntar si necesitaban algo porque se iba a un concierto en Ravello. En medio de la confusión del momento Sergio no fue capaz de pensar nada que pudiera necesitar. Las mujeres, italianas y sin duda antiguas
conocidas de la casa, bromeaban, perfumadas y vestidas de fiesta. Los tres se alejaron entre risas y abandonaron el pequeño edificio, dejando a su paso la tenue estela de una hermosa y común noche de verano en la costa amalfitana.
De nuevo en su habitación, Sergio sacó del minibar otra cerveza. Luego cogió el portátil de Lidia y lo puso sobre la cama. Se tiró frente a él y lo encendió. Con el fin de matar el tiempo estaba dispuesto a mirar una a una las cientos de fotos que habían hecho esa misma mañana en Nápoles. Conectó la cámara al ordenador.
Un rato después tuvo que reconocer que aunque sus ojos miraban, él no estaba viendo nada. La mayoría de las imágenes eran primeros planos de Lidia con algún supuesto monumento o motivo de interés al fondo. La verdad es que parecía un montaje sobre el folleto de cualquier agencia de viajes y no tenían ninguna gracia. Se dedicó entonces a abrir otros archivos. Se rascaba los brazos, los tobillos; los mosquitos le habían acribillado. Había una carpeta bajo el título de «Varios» donde vio fotos que no recordaba, entre ellas, una foto de Lidia con Guille en brazos que le llamó la atención. ¿Dónde estaban? Podría jurar que él no había hecho aquella foto. ¿Qué playa podía ser esa? No recordaba que hubieran llevado a Guillermo a ninguna playa mientras fue un bebé. Salió a la terraza. Ahora daba la sensación de hacer más calor, no corría nada de aire. Sin razón aparente, el corazón empezó a latirle más rápido y dio un largo trago de cerveza. Buscó el folleto que les había proporcionado el conserje del hotel de Nápoles sobre el transporte de la zona.

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