Alejandro Zambra. La vida privada de los árboles.

abril 14, 2014

Alejandro Zambra, La vida privada de los árboles
Anagrama, 2007. 120 páginas.

Algunas críticas elogiosas te llaman la atención sobre un autor. Otras, desfavorables o incluso inmisericordes, también, porque sabes que tu gusto el contrario al del crítico. En el caso de Zambra confirmo que mi gusto va con unos y contra otros.

Esta es la historia de una espera. Julián espera a Verónica, su esposa, mientras le cuenta historias a Daniela, hija de un matrimonio anterior de su mujer. Y entre cuento y cuento avanza la noche y llega la mañana y la ausencia. Como el protagonista esperamos a su Godot femenino y como Daniela nos consolamos con sus historias.

Breve, poética, dulce, triste y melancólica. Me ha gustado lo suficiente como para seguir leyendo al autor en sus obras más maduras, que son las que en un principio me habían llamado la atención. La prosa, muy buena. Siendo tan cortita, es muy fácil probar; les animo a leerlo.

Otras reseñas: La vida privada de los árboles, La vida privada de los árboles, Alejandro Zambra y La vida privada de los árboles, por Alejandro Zambra

Calificación: Muy bueno.

Extracto:
Ahora lee, está leyendo: se esfuerza en fingir que no conoce la historia, y por momentos alcanza aquella ilusión —se deja llevar con inocencia y con timidez, convenciéndose de que tiene ante los ojos el texto de otro. Una coma mal puesta o un sonido rasposo, sin embargo, consiguen devolverlo a la realidad; es, entonces, de nuevo, un autor, el autor de algo, una especie de policía de sí mismo que sanciona sus propias faltas, sus excesos, sus pudores. Lee de pie, caminando por la habitación: debería sentarse o recostarse, pero permanece erguido, con la espalda rígida, evitando acercarse a la lámpara, como si temiera que un mayor caudal de luz hiciera visibles nuevas incorrecciones en el manuscrito.
La imagen primera es la de un hombre joven dedicado a cuidar un bonsái. Si alguien le pidiera resumir su libro, probablemente respondería
que se trata de un hombre joven que se dedica a cuidar un bonsái. Tal vez no diría un hombre joven, tal vez se limitaría a precisar que el protagonista no es exactamente un niño o un hombre maduro o un viejo. Una noche de hace ya varios años comentó la imagen con sus amigos Sergio y Bernardita: un hombre encerrado con su bonsái, cuidándolo, conmovido por la posibilidad de una obra de arte verdadera. Días después ellos le obsequiaron, a manera de broma cómplice, un pequeño olmo. Para que escribas tu libro, le dijeron.

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