Varias autoras. Lenguas maternas.

enero 4, 2023

Varias autoras, Lenguas maternas
Gigamesh, 2020. 260 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Lenguas maternas, S. Qiouyi Lu
Haz como que no me has visto y yo haré como que no te he visto, Maria Dahvana Headley
Intervención, Kelly Robson
Cuando no había estrellas, Simone Heller
Widdam, Vandana Singh

Muy bien editados por Gigamesh que ha pasado a tapa dura y un cuidado de las tipografías y demás elementos de la construcción de un libro ¡bien! Pero no valdría de nada tener un envoltorio bonito si el contenido no está a la altura, pero en este caso lo está, y de qué modo.

Relatos escritos por mujeres, donde el punto de vista es importante, que giran en ocasiones alrededor del cuidado y que tienen una calidad excelente. Mis preferidos el primero, Lenguas maternas, en una sociedad donde se pueden vender las habilidades cognitivas a costa de perderlas y los sacrificios que se pueden hacer por una hija. También Intervención, mi preferido, sobre unas criadoras en un sistema solar colonizado por los humanos pero con problemas de natalidad. Brillante y emotivo.

Un mago caído en desgracia que se encuentra a una mujer que acaba de sufrir una pérdida, una humanidad que vive huyendo de los restos de la civilización que los ha precedido y un planeta que ha sucumbido al cambio climático y en el que las máquinas parecen modernos dinosaurios son el resto de atractivas propuestas de una antología que me ha encantado.

Muy bueno.


Estuvimos jugando fuera hasta que Marte subió en el horizonte y mostró al Joyero su rostro imponente por primera vez, tan grande y cercano que parecía que tocaríamos la atmósfera cremosa con solo alzar la mano.
Cuando por fin se produjo el empujón en sí, estábamos todos exhaustos. Niños y cuidadores holgazaneábamos en la sala de juegos, sujetos por los arneses de seguridad, acurrucados en colchonetas y cojines o metidos en las mallas de las paredes. Bostezábamos, se nos cerraban los ojos, incluso dormitábamos. Sin embargo, cuando el hábitat empezó a sacudirse, nos despabilamos.
Trésor vino corriendo a mi lado y escondió la cabeza bajo mi codo.
—¿Todo bien, compañero? —le pregunté en voz baja.
Él asintió. Le besé la coronilla y le revisé el arnés.
No era la única adulta que tenía un pequeño primate absorbiéndole el calor corporal. Diamant utilizaba a Blanche a modo de espalderas: de pie sobre sus muslos y aferrado a sus manos, se echaba hacia atrás ante la fuerza creciente del empujón. Opale había persuadido a Mykel-ti, su cuidador favorito, de que se colgaran de la malla del techo por las rodillas para sentir mejor la aceleración. La pequeña Rubis iba cogida con fuerza de la mano de Engku y Megat, mientras que, al otro lado de la sala, Salir y Émeraude competían con sus payasadas por la atención de Long Meng.
Se suponía que yo era la encargada del control de daños, pero delegué la tarea en Bruce. Cuando alcanzamos el punto máximo de aceleración, Tré se agarraba a mí como un desesperado.
Las constantes de los chicos se me amontonaban en el rabillo del ojo. Todos los gráficos hormonales mostraban indicadores de estrés. Los de Tré eran más altos que los del resto, pero no era de extrañar. Cuando tu hábitat anda dando volteretas detrás de un planeta para aprovechar su energía orbital, el mundo se convierte en una montaña rusa. A algunos les gusta más que a otros.
Ceñí a Tré por el pecho y lo estreché mientras la sala se ladeaba.
—No pasa nada —le susurré al oído—. Saltador está diseñado para realizar este tipo de maniobras.
Los arneses de seguridad nos mantenían anclados a la malla de la pared. Debajo, Safir y Émeraude escalaban el suelo entre risas y chillidos mientras Long Meng les arrojaba cojines.
Tré me tiraba del pulgar como si fuera un mando de consola con el que dominar el giro de la habitación. De pronto me envió unas imágenes en directo en las que se veía a la directora de astronáutica de Saltador, una mujer de piel oscura y cabello plateado que llevaba los ojos cubiertos con burbujas protectoras.
—¿Quién es esa? —pregunté, fingiendo que no lo sabía.

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