Elizabeth Hardwick. Noches insomnes.

enero 5, 2023

Elizabeth Hardwick, Noches insomnes
Navona editorial, 2018, 2021. 206 páginas.
Tir. or. Sleepless nights. Trad. Marta Alcaraz.

Novela compuesta por retazos de recuerdos, dibujos impresionistas y levemente poéticos de presencias ausentes en la vida de la autora. Amigos que desaparecieron en los remolinos de la historia, paisajes que oscilan entre lo sórdido de Nueva York y lo bucólico de algunos recuerdos.

Es complicado entrar en la prosa de la autora, que apenas da detalles de lo que cuenta, que en un párrafo te puede estar describiendo de manera certera a una persona o una situación, en frases precisas que tienes que desempaquetar en la mente y que, a la vez, tienen un ritmo y una poesía interna que te deslumbra en bastantes ocasiones.

Hacia la mitad del libro ya estaba atrapado por estas estampas que han conseguido fascinarme. Esta edición elimina el prólogo de Antonio Muñoz Molina por expreso deseo de los herederos, y no puedo evitar pensar que hay alguna historia interesante detrás.

Muy bueno.

Esto es lo que oí por la tarde. En la fiesta todos eran inteligentes y agradables, pero no particularmente guapos. Ninguna eminencia llegó en compañía de una chica nueva, guapa y joven que, por ser nueva y por no saberse todos los nombres, parecería grosera y superior y, así, atravesaría con dolorosas flechas la carne de gente más mayor y más conocida que ella. Gafas que titilaban. Los académicos, como los antiguos barones del Imperio, tosían títulos y universidades, pero no pasó mucho tiempo antes de que las insignias perdieran su brillo y los rostros recuperaran la resignación que suscitaban el exceso de clases y las sonrisas dóciles y poco interesadas de los alumnos.
El anfitrión y la anfitriona eran de una inteligencia excepcional y, por tanto, se mostraron sucesivamente ansiosos, aburridos y complacidos. Su apartamento de la calle Ochenta Este era típico de la ciudad: era el hogar de una pareja joven y brillante cuyo integrante masculino pasa una pensión alimenticia. Los hijos pequeños vienen de visita durante el fin de semana y duermen en el despacho del hombre o de la mujer, del que trabaje en casa. Libros y discos y cuadros, un par de cuidados muebles antiguos, alfombras y cojines bonitos y grandes plantas en la ventana que da al sur. En la cocinita cuadrada, ollas de cobre, algunas piezas antiguas de plata y fuentes esmaltadas.
Una mujer dijo: Para dejar a alguien no se puede pedir permiso. Ahí es donde él cometió un error.
Y si el permiso se lo dieran, estaría furioso.
Agotador.
Divorcios y separaciones: así es como te prestan atención. Todo el mundo examina su estado y algunos dicen: Qué raro, eran mucho más felices que nosotros. Por la Noventa Este hay calles en las que parejas de triunfadores relativamente jóvenes compran casas e incurren en gastos altísimos para remodelarlas. Dejan maderas antiguas a la vista, eliminan los peldaños de la entrada para que los borrachos no ronden por ahí y reservan una planta entera para que los niños no molesten. Las tensiones y los gastos y la casa —un mausoleo con los dos nombres grabados a la espera de las fechas— llevan a la pareja a la separación. A estas calles se las conoce como «El corredor de la muerte».
Dos mujeres recién divorciadas se me acercaron con ceños graves e inquisitivos. ¿Te sientes sola?, preguntaron.
No siempre.
Maravilloso, dijo la primera sonriendo. La segunda, seria, dijo: Genial.
Cuán agradables eran las habitaciones; cuán reconfortantes los disgustos de los neoyorkinos, sus insomnios llenos de palabras, su paciente exégesis de terrores asombrosos. Divorcios y abandonos, lo inaceptable y lo inalcanzable, el aburrimiento lleno de acción, una mediana edad triste y tumultuosa tocada por accidentes, desarraigos, golpes maestros y reformas desesperadas. La debilidad al descubierto; las fuerzas ocultas, desenmascaradas. Predicciones: lo que perdurará y lo que ya está condenado, lo que empezará y lo que terminará. Trabajo y amor; los ociosos que imaginan el placer de los que trabajan. Los que trabajan y sus ceños socarrones, que se preguntan: ¿Cuándo me pasará algo nuevo? A fin de cuentas, soy un triunfador. O casi.

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