Mariana Enriquez. La hermana menor.

abril 7, 2023

Mariana ENriquez, La hermana menor
Universidad Diego Portales, 2014. 212 páginas.

Biografía de la escritora Silvina Ocampo, hermana de Victoria Ocampo y esposa de Bioy Casares. Llegué a esta obra buscando sus cuentos, pero al ser de Mariana Enríquez decidí darle una oportunidad, y no puedo estar más contento.

Porque, en primer lugar, los breves apuntes sobre los textos de ficción de Silvina me han puesto los dientes largos y tengo más ganas que nunca de leerlos. Y, en segundo lugar, porque es un personaje fascinante que parece inventado pero no lo es. Yo he leído esta biografía con más interés que si fuera una novela.

Mariana tiene un pulso narrativo excelente y sabe donde intercalar la información, como mezclar las entrevistas y cuando hacer referencia a sus cuentos o poemas. Por este libro desfilan, por supuesto, Bioy Casares y Borges, eterno gorrón que iba a cenar con su amigo y que, cuando estaban hablando, solía comentar ¿Pero de qué se ríen esos idiotas?

Su matrimonio con Bioy duró hasta la muerte, a pesar de las continuas infidelidades de éste. Pero siempre volvía a casa a la hora de cenar. Hay muchos rumores sobre su relación e incluso se insinúa que era lesbiana y que compartieron una amante. Pizarnik estuvo locamente enamorada de ella. Pero estos chismorreos palidecen ante la realidad de una persona misteriosa, con un punto salvaje, rica pero que vivía como si el dinero no importara, perversa, seductora y, sobre todo, inclasificable.

Muy bueno.

REINA, MADRINA, VICTORIA
El más común de los lugares comunes sobre Silvina Ocampo es considerar que quedó a la sombra, oscurecida, empequeñecida por su hermana Victoria, su marido el escritor Adolfo Bioy Casares y el mejor amigo de su marido, Jorge Luis Borges. Que la opacaron. Pero es posible que la posición de Silvina haya sido más compleja. Quienes la admiran fervorosamente decretan sin duda que fue ella quien eligió ese segundo plano. Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones.
En cualquier caso, una de esas sombras, probablemente la más importante por ser la primera, fue la de su hermana mayor, Victoria. Le llevaba trece años. Cuando Victoria cumplió 22, ya estaba casada y en Europa: en ese momento, Silvina tenía 13. Apenas vivieron en la misma casa.
Victoria Ocampo es una de las mujeres más importantes de la primera mitad del siglo XX en Argentina, sólo opacada por la mujer que sería su espejo invertido, Eva Perón.
Era hermosa, inteligente, decidida, intelectual, moderna. Decoraba sus casas con muebles de la Bauhaus y contrataba como arquitecto a Le Corbusier. Sur, la revista literaria que fundó en 1931 fue una de las más importantes del mundo: hizo famoso a Borges, tenía colaboradores como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Waldo Frank, Fe-
ili rico García Lorca. La editorial del mismo nombre, que creó poco después, editó a Jung, a Virginia Woolf-que la llamaba amiga- a Nabokov, a Sartre, a Camus. Gabriela Mistral le escribió: “Usted ha cambiado la dirección de lectura de varios países de Sudamérica”. Antifascista —la única persona argentina que asistió a los juicios de Nu-remberg-, antiperonista, fue detenida a los 63 años por el gobierno de Juan Domingo Perón, acusada de conspi-rar. Feminista, fue una de las primeras mujeres argentinas que manejó un automóvil; se separó de su marido en 1920 y vivió un romance apasionado durante casi quince años con el diplomático Julián Martínez. En su casa se hospedaron Igor Stravinsky, Indira Gandhi, Rabindranath Tagore. Graham Greene le dedicó su novela El cónsul honorario. Era escritora: sus Testimonios y Autobiografía recién empiezan a ser valoradas como las obras únicas, lúcidas y deliciosas que son. Era generosa y aguda. Su relación con Borges fue tortuosa. “Borges no se merece el talento que tiene”, solía decir. O, cuando estaba enojada: “No hay pavada que Borges no haya dicho”. Victoria era enorme, dominante: reinaba desde Villa Ocampo, su casa de San Isidro, pero estaba en todas partes. Y Silvina no lograba llevarse bien con ella. Hay una versión que explica ese distanciamiento de forma casi cándida. Hay otra que tiene connotaciones de política literaria y traición. Y hay todavía otra, mucho más brutal, marcada por el deseo.
La versión cándida, según la relató Silvina en una entrevista, es así: un episodio de la niñez que marcó la relación para siempre. Victoria, cuando se casó, se llevó con ella a Europa a Fanni, la niñera de Silvina, la mujer que
Silvina más quería en el mundo, la que la mimaba, la que la cuidaba. Todos sabían que la relación de Fanni y Silvina era de madre e hija, pero nadie se atrevió a negarle la criada a Victoria: ya a los 22 años tenía un carácter poderoso que soportaba mal el rechazo de sus caprichos. Como sea, Victoria se llevó a Fanni y las dos vivieron juntas hasta la muerte, en una relación intrincada y fascinante. Silvina no se lo perdonó nunca. Jorge Torres Zavaleta, el escritor amigo de Silvina, también recuerda este drama de la niñera. “Silvina me lo contaba con los ojos llenos de lágrimas. ¡Y ya tenía más de 60 años! Para ella fue muy penoso cuando Victoria se llevó a Fanni. Nunca se lo perdonó. ‘Hay cosas que nunca dejan de suceder’, me decía. Estaba en carne viva por eso”.
Silvina solía decir que había descubierto a su madre “después de varias niñeras”. Es posible que en ese momento —sus nueve años- el de Fanni fuese el único afecto maternal que había experimentado.

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