Kobo Abe. Historia de las pulgas que viajaron a la luna.

marzo 15, 2017

Kobo Abe, Historia de las pulgas que viajaron a la luna
Eterna Cadencia, 2011. 206 páginas.
Trad. Ryukichi Terao y Gregory Zambrano.

Incluye los siguientes relatos:

La invención de R-62
El palo
El dictador
El método
El valor de las orejas
El misionero
Historia de las pulgas que viajaron a la Luna
Total Scope / Cine perfecto
La soga
El diablo
El cuarto de los niños

En general no me han impresionado demasiado, más tirando a Kafka que a la ficción científica, pero sin tener tampoco mucha profundidad. Los mejores, en mi opinión, La soga y El cuarto de los niños, más oníricos y crueles que el resto.

Se deja leer.

El diablo
Un día encontré una trampa ratonera al fondo del armario. Aunque no recordaba haberla comprado se me ocurrió probarla, pues se percibía la presencia de roedores desde hacía algunos días; la instalé en un rincón de la habitación con restos de granos de soja fermentada como cebo.
Ese mismo día hubo una presa. Al volver a casa después del trabajo, escuché un chillido en la oscuridad. Cuando prendí la luz, vi que había quedado atrapado un pequeño animal extraño de color verde azul.
Esta no fue toda mi sorpresa; ese animalito, al voltearse para verme, juntó las dos manos como de lagartija y me habló suplicante en un japonés correctísimo, aunque con cierta aspereza:
-¡Sálveme, por favor, se lo ruego, señor! A cambio le voy a satisfacer tres deseos, cualesquiera sean…
-A ver, déjame decirte que estás cayendo en una contradicción -dije simulando serenidad para controlar la excitación-. Si estás dotado de una capacidad tan envidiable, ¿cómo no te has escapado tú solo de la ratonera?
-Es el castigo que me tocó por un descuido. Hasta satisfacerle tres deseos a mi vencedor, no podré recuperar mi infinita capacidad de transfiguración.
Ciertamente era coherente a su manera. Le quité la tapa, porque de todas formas no me importaba que me estafara, y resultó que era honesto de verdad.
-Le agradezco muchísimo -dijo con la cara azul, casi morada-. Adelante, señor, ¿cuáles son sus deseos?
-El tiempo, por ejemplo… ¿Qué te parece?
-¿El tiempo?
-El tiempo es oro, como dicen, y estoy tan ocupado todos los días que casi no me queda tiempo para hacer nada, ¿sabes?
-¿Cuánto quiere?
-Cuanto más, mejor…
-De acuerdo, señor.
Al decirlo, el animal alzó los brazos por encima de la cabeza y acercó lentamente los dedos de las manos. En un instante salió de entre las puntas de los dedos una chispa azul que produjo una descarga eléctrica, y se propagó en toda la habitación un fuerte olor a azufre.
-¡No se mueva! -me advirtió el animal con firmeza al verme asustado-. Usted ya dispone de cien veces más de tiempo.
-¿Cien veces más?
-Es lo máximo que le puedo ofrecer. No es tan insignificante como quizás usted crea, ya que la energía está en proporción con el cuadrado de la velocidad, ¿sabe? Con cien veces más de velocidad, tendrá diez mil veces más de energía. Esto quiere decir que usted ya cuenta con una fuerza casi equivalente a un jet… Chist, ¡no se mueva, hágame caso! Un brinco así de golpe puede ser mortal, pues las piernas se harán añicos al golpear el

piso y el cuerpo en reacción saltará al vuelo, quien sabe adonde, y romperá el cielo raso como si fuera un cohete.
-¡Carajo, me tendiste una trampa!
-¿Trampa? ¡Cómo se atreve a decir semejante barban dad! ¿Acaso no conocía esa famosa fórmula: E=l/2 mv’?
-¡Ni la menor idea!
-¡No se mueva, le estoy diciendo!… Pero qué extraño. Esta fórmula está tan divulgada que hasta sale en cualquier libro didáctico de secundaria.
-¡No sé nada de eso! ¡Basta, qué necio eres! Desembrújame ahora mismo, que no soy ningún maniquí… -grité angustiado sin poder soportar más esa situación.
-¿Me permite tomarlo como el segundo deseo?
-¡Como quieras! ¡Rápido, hombre!
-Está bien -dijo sonándose los dedos-. Relájese, que ya pasó el peligro. Ahora, ¿quiere pasar al último deseo?
Conteniendo las ganas de aplastarlo de un golpe, le repliqué:
-¡Dinero, entonces!
-¿Dinero?
-Ojo por ojo, brutalidad por brutalidad, pues.
-Brutalidad aparte, ¿de veras se conforma con algo tan trivial como el dinero?
-¿Acaso hay otra fórmula inconveniente que te lo impida?
-No, qué va. A mí me da lo mismo si a usted no le importa, señor…
-¡Deja de hacer insinuaciones ambiguas! ¡Dime todo lo que tienes que decir «in dar más rodeos!
-Con mucho gusto se lo digo, si es que lo puedo tomar como el tercer deseo…
Sin atreverme a romper el silencio, permanecí mudo durante más de diez minutos. Me sentí mareado, a punto de desmayarme, y terminé gritando desesperado:
-¡Carajo, cuéntame todo!
-Una cosa muy sencilla… -rae contestó el animal con un gesto en su cara tan ingenuo como el de una muñeca de plástico-. Solo quería advertirle que, al hacer tantas compras, no iba a caber todo en esta pequeña habitación, señor.
-¡Maldito diablo!
-¿Diablo? ¡No me insulte, por favor! Soy un extraterrestre auténtico -apenas lo dijo, volteó para hacer una venia de lado-. Hasta aquí la segunda noche de la sección experimental de nuestro curso sobre la psicología terrícola.
Al recorrer la vista, caí en la cuenta de que había otros dos animalitos del mismo tamaño que cargaban una video-cámara para filmarme. En el acto les lancé un tintero. En ese mismo instante se esfumaron tanto la ratonera como los animalitos, dejando tan solo el eco de una risa sonora…

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