Francisco Hermoso de Mendoza. Muerto de risa.

mayo 7, 2021

Francisco Hermoso de Mendoza, Muerto de risa
Ápeiron ediciones, 2021. 110 páginas.

Una visita al médico informa al protagonista sobre la posibilidad -increíble pero real- de que muera de risa. De que cuide su día a día. De que la espada de Damocles que pende sobre cada uno de nosotros está colgando de un hilo deshilachado sensible a las carcajadas. En medio de una pandemia arrastrará los días acompañado del miedo y de la literatura.

Narración exquisita, encabalgamiento de capítulos que cambian de estilo pero que mantienen un soterrado sentido del humor y una trama en la que se van filtrando la literatura, el mundo real, las series de Netflix e incluso un salto en el tiempo con invasión argumental incluída.

El autor mantiene desde hace tiempo una de las bitácoras imprescindibles sobre el mundo del libro: Devaneos y se nota en el estilo de escritura, cuidado, con un ritmo muy particular, que es una delicia de leer. Y uno, que está cansado de que las mesas de las librerías estén invadidas por páginas de prosa plana y tramas predecibles, se alegra de encontrar buena literatura. Que, quién iba a decirlo, está escrita desde una ciudad de provincias -de esas que no existen salvo como telón de fondo.

No sé si se puede morir de risa, pero sé que se puede languidecer sin leer buenos libros. Háganse con una copia de este; les servirá de vacuna.

Muy recomendable.

Morirá de la risa, pero ni puta gracia le hace ser un desahuciado de la vida y al despertar abre la ventana, grita o berrea, como cuando era bebé -lloró cuando vino al mundo y ahora que se tiene que ir. En resumen, ya se lo decían los curas en el colegio: La vida es un valle de lágrimas- vomitando su malestar en una carga decibélica sobre el patio de luces. Griterío el suyo que apenas originará movimiento alguno de contrariedad entre el vecindario, en parte porque la mayoría son abuelos que no se ponen los audífonos cuando están en casa, con la idea de alargar la vida útil de sus baterías, y ya podrían estar los U2 tocando Where the streets have no name en el terrado o él haciendo el imbécil con un megáfono toda la mañana, que no se enterarían de nada. Además, una tercera parte son pisos de extranjeros, fuera la mayor parte del día, para quienes no entra entre sus planes llamar a la policía local para informar de que hay un tarado gritando como un loco. El resto de pisos están vacíos, okupados o son apartamentos turísticos. Esos no cuentan. Constata que gritar sin tasa lo calma, sin el auxilio de los gritos podría ser un tipo peligroso, muy peligroso, capaz de protagonizar perfectamente Un día de furia o algún Relato salvaje.

Transcurridas apenas 24 horas desde que salió de la consulta del facultativo tiene un ladrillo en el cerebro y una especie de migraña, no sabe si a resultas de la reciente escandalera. La ducha solo arroja un hilo de agua a través de una alcachofa moribunda. Así pierde casi una hora cada día bajo el agua. Otras las dilapidará tumbado en el sofá, asomado al balcón, mirando el móvil o leyendo Diarios

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