Alejandro Zambra. Poeta chileno.

noviembre 15, 2023

Alejandro Zambra, Poeta chileno
Anagrama, 2020. 422 páginas.

Gonzalo quiere ser poeta mientras maneja como puede una relación y la crianza del hijo de su pareja, hasta que una beca en Estados Unidos cambia su vida.En la segunda parte el hijo de esa relación repite sus pasos mientras una periodista neoyorquina intenta escribir un artículo sobre el abigarrado mundo de los poetas chilenos.

Las dos primeras partes del libro se me hicieron eternas. Muchas páginas para contar una relación de lo más corriente que para mí no tenía interés alguno. Una puntuación excelente en goodreads, muchas críticas elogiosas, y yo intentando contener los bostezos.

Las dos segundas partes, sin embargo, están bien. Sobre todo la última donde no pasa nada y, por eso, pasa muchísimo más. Los poetas que desfilan, la mayor parte inventados, y el retrato de ese círculo donde todos quieren llegar a ser alguien, está muy logrado. La relación padre hijastro, también.

Siempre me ha parecido una aberración decir que a un libro le sobran páginas pero aquí voy a ser todavía más tajante. Recomiendo empezar por la parte ‘Poetry in motion’ sin hacer caso a lo que hay antes. La información necesaria se adivina con la lectura del texto y se ahorran una sucesión de anécdotas inanes.

Muy mala la primera mitad, buena la segunda.

Dolido por la escasa recepción y también temeroso de seguir leyendo —acababa de usar, como diría un comediante, su mejor material—, Gonzalo calculó que aunque Carla tenía la vista fija en la pantalla de su laptop no alcanzaría a reconocer las palabras que él leía en voz alta, y para mayor seguridad ladeó el computador de manera que dificultara aún más la visión de las palabras en la pantalla. Entonces, traicionando absolutamente todas sus convicciones, fingió que leía tres poemas propios que en realidad eran poemas de Emily Dickinson, traducidos por Silvina Ocampo, que sabía de memoria. Carla reaccionó de inmediato. Los encontró raros, le gustaron.

—Léeme más —dijo.

Ya lanzado, fingió leerle cinco poemas de Gonzalo Millán. Eran textos que a él le hubiera gustado escribir y que guardaban alguna semejanza, no necesariamente evidente o quizás evidente solo para él, con los poemas que quería, que intentaba escribir, salvo que eran sin duda superiores. De pronto se sintió pésimo y estuvo a punto de confesarle a Carla lo que acababa de hacer, pero de ninguna manera podía confesarlo sin soltar una larga y peligrosa explicación.

—Son lejos, pero lejos, los mejores poemas que has escrito nunca —dijo ella.

—¿Te gusta el libro, entonces?

—Sobre todo los últimos poemas, me gustan mucho. Léeme uno más —le dijo.

—No tengo más.


La mañana del martes Pru entrevista a Remo González, un poeta gay que se resiste a identificarse como gay:

—O sea, soy gay, pero no me gusta que me lo metan, me gusta meterlo. Es más, a mí nunca nadie me lo ha metido, así que soy gay y también soy virgen —dice el poeta, a manera de declaración de principios.

Por la tarde Pru se junta en la Quinta Normal con la poeta y ensayista Dariana Loo, que no hace más que hablarle contra el heteropatriarcado de la poesía chilena, aunque cada tanto aclara que su exmarido, que también es poeta, no es así («deconstruyó totalmente su machismo»). A las cinco llega el exmarido con un niño de ocho años, que es el hijo de ambos. El niño no habla mucho, dicen que tiene problemas de lenguaje, lo que a Pru le parece una paradoja, siendo hijo de dos poetas. Dariana le dice que es una lástima que no haya considerado entrevistar también a su exmarido, y Pru, que tiene un rato libre, dice que puede entrevistarlo al tiro. La mujer se va con el niño mientras Pru entrevista al exmarido, que se llama Roddy Godoy y es un tipo extraño, de ojos de perro siberiano y una sonrisa bobalicona que parece mal dibujada. Roddy se define como un poeta experimental y no dice nada que a Pru le parezca mínimamente interesante.

Mientras su interlocutor monologa sobre pospoesía sonora preverbal o algo así, Pru comprende que Dariana y Roddy lo planearon todo, y se distrae conjeturando cómo fueron las cosas: si el exmarido presionó para que su exmujer le consiguiera la entrevista o bien ella honestamente piensa que Roddy es un buen poeta o pospoeta sonoro preverbal y por lo tanto debería ser considerado en el reportaje. También piensa que quizás hay un pacto entre poetas que va más allá del pacto amoroso, lo que no le parece necesariamente bueno o malo. Los padres de Pru, por ejemplo, son dentistas, y mientras estuvieron casados, e incluso durante unos cuantos años después del divorcio, compartieron una consulta y nunca dejaron de recomendarse mutuamente.

—Puede que tu papá sea violento e insensible —solía decir la madre de Pru—, pero es un buen dentista.

El poeta experimental sigue hablando hasta por los codos. Dariana Loo vuelve con el niño, que ahora a Pru se le hace más hermoso, quizás porque se identifica con él —piensa que quizás ser hija de dentistas no es tan distinto de ser hijo de poetas y es un pensamiento tonto que sin embargo tarda unos segundos en desaparecer de su cabeza.

La familia se aleja rumbo al metro y Pru cree recordar que ella misma caminó alguna vez de la mano de sus padres dentistas separados; recuerda en especial un parque de Carolina del Norte, su pánico a las abejas, los jardines escalonados, el pasto húmedo en los pies. Luego, mientras mira el arruinado y deslumbrante invernadero de la Quinta Normal, piensa que se identifica con ese niño porque el ir y venir de una lengua a otra la hace sentirse como una niña, sobre todo ahora que ya no cuenta con la ayuda de Vicente. A veces habla, como esa misma tarde, solamente español, y se siente feliz de ser capaz de comunicarse con eficacia y hasta recuerda a su histriónico profesor puertorriqueño de Advanced Spanish y piensa que estaría orgulloso de ella. Pero nunca deja de percibir la comunicación como un problema; nunca deja de pensar en las palabras, y a veces se marea y quisiera quedarse callada, en español y en inglés, indefinidamente.

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