Dos historias que se alternan. La de una joven que ha huído a Madrid huyendo de una ruptura sentimental y que busca como salir a flote, y la de una viuda que intenta buscarse la vida en las colonias americanas, en un mundo donde la religión tiene tanto poder como la ley.
Soy seguidor del podcast que la autora tiene junto con Isa Calderón, ganador de un premio ondas y el origen de todos los que han venido después con dos mujeres al frente. Lo recomiendo encarecidamente: Deforme semanal ideal total. Aunque solo se puede escuchar en spotify.
Precisamente por eso empecé el libro con cierta cautela. Cuando alguien es famoso y tiene muchos seguidores tiene abiertas las puertas de muchas editoriales porque saben que las ventas son seguras, y muchas veces la calidad literaria no acompaña.
Afortunadamente no es el caso. Lucía escribe muy bien, por suerte, y además lo que cuenta es, también interesante. El contraste entre la bajada a los infiernos de quien se ha ido desmoronando en una relación tóxica frente a la mujer que, viuda, tiene que buscarse la vida teniendo talento pero todo en contra funciona muy bien. Ya sabemos reconocer al maltratador que le pega una paliza a su mujer, pero tenemos que poner atención en quienes lo hacen con un guante de seda y que son con toda probabilidad peor.
A la mitad del libro ya solo temía que el final no estuviera a la altura, y también lo está. No tanto en el desenlace que une las dos historias, sino en lo que sucede en los últimos capítulos de cada una.
Me ha encantado.
Así llamábamos a veces, en broma, a los hípsters votantes de la CUP del barrio de Gràcia, ¿te acuerdas?, aunque estoy convencida de que esta vez te quedarás fuera, porque no eres tonto, tú sabes que es mejor que ya no te vean en según qué tipo de bares. Le vuelvo a dar a la imagen, adelante y atrás, con los pulgares. Tú bailas dejándote hacer, tienes la cara feliz, y la chica de pelo rubio larguísimo, camiseta de tirantes y sujetador blanco a la que no reconozco sonríe de espaldas a ti, sin mirarte, mientras te pone las caderas a la altura de la bragueta, en qn movimiento íntimo, alegre, despreocupado y feliz. Comprendo. Desde el interior de mi habitación realquilada en mi última noche aquí miro a través del cristal y no siento el calor que hace fuera. Tirito. Siento frío. No voy a las fiestas de verano. Miro el discurrir de los aviones que surcan el cielo y te imagino subiendo a uno de ellos con la chica rubia rozagante, me la imagino a ella con faldas cortas y sandalias, sobrevolando por encima de mi habitación, y surcando el cielo de esta ventana acrista-lada en este verano que no termina. Desde aquí resigo las luces intermitentes de esos aviones y miro cada punto, cada avión, con atención. Sé que en ese punto a kilómetros de distancia, en medio del aire, hay unas ventanitas desde las que gente que tiene una vida, que va a algún sitio, mira a su vez. Sé que en esas ventanitas el vapor se condensa sin pasar por el estado líquido, de vapor pasa a hielo, y ese proceso se llama sublimación. Toco con la mano la ventana y mi cristal y su cristal se imantan, se unen por el deseo de una vida mejor. De repente pienso en la posibilidad de un fallo mecánico que cambie bruscamente la trayectoria de uno de los ciento veinte aviones que despegan al día en Barcelona y lo haga caer en picado justo en el centro de la ciudad. Si caye-
ra un avión, se desencadenaría inmediatamente un racimo de tragedias brutales, un cúmulo de vidas destrozadas, algo que parece imposible, algo que desafía a este azul casi negro del cielo enorme y brillante. Esa imagen obsesiva del avión cayendo se empieza a presentar ante mí en esta noche de verano y se repetirá a plena luz del día, con el cielo añil, espléndido, varias veces al día. Desde entonces, cuanta más luz hay, más ansio que caiga, y recuerdo que una vez tú y yo fuimos juntos en avión y cuando despegaba me agarraste de la mano para que dejara de temblar pero me di cuenta de que tú también sufrías.
No hay comentarios