Julio LLamazares. Distintas formas de mirar el agua.

enero 24, 2018

Julio LLamazares, Distintas formas de mirar el agua
Alfaguara, 2015. 192 páginas.

Una familia depositan las cenizas del abuelo muerto en el pantano que cubre el pueblo en el cual vivió. Vemos los pensamientos de cada uno de ellos reflexionando sobre la vida y la muerte.

Sólo hay algo peor que un libro malo. Un libro malo y aburrido. Éste, en concreto, se me caía de las manos. Y eso que yo he leído cosas malas. La estructura de los puntos de vista múltiples podía dar mucho juego. Se podía contar algún secreto familiar aportando diferentes versiones. Se podría hacer un juego de estilos contraponiendo lenguajes. Se podrían haber hecho muchas cosas, pero el autor no hace nada de nada.

Todos los personajes hablan igual y todos cuentan lo mismo, reflexiones de peseta sobre los tiempos pasados y presentes. Algunas de vergüenza ajena. Sólo se dejan leer la primera historia, el punto de vista de la abuela y la última, el hijo discapacitado. El resto sobra por completo.

Dicho esto la edición que tengo yo es la quinta, y no sé muy bien qué conclusión se puede sacar del hecho.

Un tostón infumable.

Quizá tendría que visitar más estas montañas. Quizá, ahora que el abuelo va a descansar para siempre aquí, debería venir cada cierto tiempo para empaparme del alma de este lugar que emociona al que lo mira independientemente de lo que le una a él. Al menos eso imagino yo sin saber si es así en la realidad. Quizá haya gente a la que no la emocione en absoluto, como a mí me sucedió durante bastante tiempo, hasta que comencé a entender ciertas cosas. Durante años yo pensaba que mi madre y mis abuelos eran unos nostálgicos empeñados en serlo más que de auténtico sentimiento. Pero hubo un momento en el que comprendí que éste era de verdad. Tan de verdad como estas montañas y como estas peñas calizas que rodean el pantano con sus crestas y se reflejan en él cuando está tranquilo. Lo comprendí cuando vi a mi abuela, una vez en que la acompañé en mi coche, llorar al verlas aparecer en el horizonte y a mi madre humedecérsele los ojos sin atreverse a hacer lo mismo que ella. Y ahora me lo confirma mi abuelo con su decisión de regresar como Ulises a su ítaca natal, aunque sea ya en forma de ceniza. Al fin y al cabo, lo importante es regresar, no para qué ni cómo.
Para mí, el abuelo fue eso toda su vida: un Ulises campesino y provinciano cuyo sueño era volver al sitio en el que nació por más que nadie lo esperara en él. Cierto que bajo el panta-
no reposan los huesos de sus familiares y los fantasmas de los que murieron lejos (una vez leí en un libro que, cuando a una persona la entierran lejos de donde quisiera serlo, el cuerpo y el alma se le separan y el alma vuela hacia ese lugar, quedando así divididos), pero lo que también es verdad es que aquí no hay nadie que le pueda rezar una oración siquiera cuando nosotros volvamos por donde hemos venido. Pero se ve que a mi abuelo eso no le importó. Él, como Ulises, lo único que quería era regresar a casa y para ello pasó por alto que su ítaca natal no existía más y que su Penélope estaba con él, acompañándole como siempre hizo. Como una sombra fiel, como una prolongación de su propio cuerpo.
Mi abuela sí que me da más pena. Al fin y al cabo, mi abuelo, aparte de que ya no sufre, ha conseguido lo que quería: volver a donde nació, pero mi abuela se enfrenta ahora a la soledad, que en su caso es más dura que la de Penélope. Pues su Ulises ya no va a volver. Su Ulises ha partido para siempre y sus cenizas son lo único que le queda. Unas cenizas que pronto se tragará el pantano también, como la mayoría de las cosas que mi abuela quiso y seguirá queriendo.

2 comentarios

  • Lola enero 24, 2018en6:10 pm

    A mí es que Llamazares me parece un poco sobrevalorado, pero es algo que parece que no se puede decir 😛

  • Palimp enero 24, 2018en7:13 pm

    Desde luego mi primer encuentro con el escritor ha sido terrible; una sarta de lugares comunes sin ningú tipo de interés.

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