Ignacio Aldecoa. Cuentos completos 2.

abril 7, 2010

Alianza Editorial, 1973. 380 páginas.

Ignacio Aldecoa, Cuentos completos 2
Talento

Ya recomendaba la lectura de Aldecoa en esta entrada: Cuentos y me he hecho caso a mi mismo. Encontré este libro de saldo, con la desgracia de que tengo sólo el volumen dos de los cuentos completos. Cuentos completos incompletos.

En este ejemplar se reunen los cuentos más extensos, y la lista, como es habitual, es la siguiente:

Santa Olaya de acero
Young Sánchez
Vísoeras del silencio
Un buitre ha hecho su nido en el café
El silbo de la lechuza
Los vecinos del callejón de Andín
El mercado
Solar del Paraíso
La humilde vida de Sebastián Zafra
Patio de armas
Los pájaros de Baden-Baden
Ave del paraíso
Amadís

Las bazas del autor son una prosa firme, bien estructurada, y unos temas que no dejan indiferente. Desde las alegrías y miserias de las clases bajas, hasta la abulia y el vacío de los más pudientes.

Algunos ejemplos. La muerte del hijo:

Por la tarde, César se reintegró a su trabajo. Su compañero Munido le acompañó hasta el portal de su casa.

—Resignación. Es preferible que haya acabado de una vez a que se hubiera pasado la vida enfermo.

Contó Municio una larga historia de un niñito enfermo que fue creciendo, se hizo un hombre, y obligaba, por no poder trabajar, a un sacrificio continuo a su familia. Terminó diciendo:

—Los hijos de nosotros los pobres, si no van a valer para trabajar, es preferible que…

Hizo un ademán con la mano, chasqueó los dedos.

César subió sin prisa las escaleras. No tenía ningún deseo de llegar. Se sentía pesado. Nada más entrar se sentó.

—¿Han venido los otros? —dijo.

—Todavía es pronto —le respondió su mujer.

César se descalzaba.

—Pilar, dame unos calcetines. Vengo calado. Ha subido mucho el nivel en los subterráneos. En algunos sitios es peligroso.

César apoyó la cabeza en las manos.

—Estaba de Dios —dijo con rabia.

—Estaba de Dios —replicó dulcemente Pilar—. Hubiese podido llegar a ser algo importante. Con la inteligencia que tenía.

—No le des más vueltas —cortó César—. Lo peor será que la desgracia no venga sola. Pensar que cogido antes, con las medicinas que hay…

—Pero se necesitaba dinero y nunca lo hemos tenido.

—¿Dinero? ¡Quién sabe! Puede que hubiera sido lo mismo.

La descripción del solar del paraíso, uno de mis cuentos preferidos:

En esta primavera, con las acacias y los castaños esponjados en su rápido florecimiento, el paseo de la orilla izquierda del río se monotoniza de los cantos de los pájaros. Está el suelo cubierto de una débil capa vegetal, amarilla, verde y siena. En los alcorques crece la mala hierba en derredor de los troncos de los árboles. Las hormigas construyen volcancitos de cuyos cráteres surgen en ininterrumpido torrente de lava viva. Alguna lagartija ensaya su primera caza por el pretil del río. Un desagüe da mal olor, que mezclado al de la naturaleza acaba por ser un aroma fuerte, de sustancia fecunda que no molesta demasiado.

Paralela al paseo la calzada de la carretera, hecha túnel por las ramas de los árboles, se alarga comida, tatuada, de los relejes de los carros. Del otro lado de la carretera hay una acerilla de árboles jóvenes y distanciados. Luego se alzan las casas.

Existe un ritmo extraño en la construcción de las casas entre el puente de hierro y el puente nuevo. Los edificios están separados por solares. No hay dos seguidos apoyándose y ayudándose mutuamente. Es como un tartamudeo urbanístico: casa, solar, casa hasta el final del paseo donde está trazado un esquema de jardín, triste y agobiante.
Las fachadas de los edificios no dan al río. Las fachadas miran a la calle de la estación, sombría, sucia del humo de las locomotoras, ruidosa de pítidos de trenes, de circulación tranviaria, del pasar de pesados camiones que vienen a la ciudad o marchan de ella por la carretera del Norte. Las casas tienen algo de moneda gastada por el lado de la estación y algo de reluciente moneda, recién acuñada, por el que corresponde al río, al paseo de las acacias y los castaños y al sol.

Los solares están a cubierto de las miradas del transeúnte, en la calle, por tapias de débil pero eficaz fábrica. En el paseo se abren sin tapujo alguno recreando al observador con su vegetación modesta de hierbajos salpicados de amapolas, de cardos lecheros, de grupos pequeños de menta, de malvas y de algún que otro arbolillo.

Una visita a la cárcel:

Fulgencio ha adelgazado; tiene los ojos circuidos de lívidas manchas de ojeras; los párpados como con sueño; la mirada mansa. Fulgencio se inclina hacia adelante y agita una mano. Sebastián ha sonreído.

Un celador reparte los paquetes. Fulgencio abre los que le han dado.

En éste, carne cocida. Hace un signo y dice algo a su hermana y a su madre, que no aciertan a entenderle. En este otro, tres cajetillas de tabaco, un librillo de papel de fumar y cerillas. Mira agradecido a su cufiado. Y, ¿en éste? En éste, Fulgencio, arándanos de la cosecha de las tierras sin labrar, que pertenecen a las cabras, a los zagales y a tu hijo Sebastián. Fulgencio vuelve la cara y dos lágrimas le hierven un instante en sus ojos hundidos. Suena la campana. Ha pasado el tiempo de visita. Son las siete. Adiós, hasta tu libertad, Fulgencio.

Por la carretera la vieja marcha apoyada en Sebastián.

—Que nunca, hijo, te veas en manos de la justicia.

—Sí, abuela.

—Que tengas siempre que comer y encuentres buena mujer.

—Sí, abuela.

—Que no te lleve el odio con nadie y quieras a los tuyos.

—Sí, abuela.

La carretera se va llenando de sombras. La carretera es como un misterioso carril hacia la noche. Bajo el puente hierve la olla de agua. Bajo el puente la oscuridad viene ya disuelta en las aguas del río, mansas, lívidas, somnolientas.

Imprescindible.

Descárgalo gratis:

ALDECOA, IGNACIO – Cuentos (1949-69).doc

Aldecoa, Ignacio – Los pájaros de Baden-Baden y otros relatos.pdf

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