Friedrich Torgerg. Mía es la venganza.

enero 12, 2017

Friedrich Torgerg, Mía es la venganza
Sajalín, 2011. 114 páginas.
Tit. Or. Mein ist die Rache. Trad. Lidia Álvarez Grifoll.

Incluye la novela corta que da título al libro y el relato ‘El regreso del Golem’.

Un hombre de unos cuarenta años espera en vano en el muelle de Nueva Jersey. Tiene una historia trágica detrás: estaba recluido en un campo de concentración relativamente benigno. Hasta que llegó un nuevo comandante brutal y sanguinario.

Publicado en 1943 fue una de las primeras narraciones sobre el Holocausto. Terrible la decisión del protagonista y retrato de la brutalidad de una época infame.

Su ardiente susurro había cortado el silencio de un modo cada vez más inquietante y había penetrado en la oscuridad, donde algunos se habían enderezado y escuchaban inmóviles; nosotros, los que estábamos bajo la luz cada vez más mortecina también nos quedamos inmóviles, solo Brenner bajó la cabeza al preguntar en voz baja y con una desesperación despojada de toda esperanza:
—¿Nuestra venganza? ¿Cuándo nos hemos vengado nosotros}
—Levante la cabeza —dijo Aschkenasy con una seguridad enorme, y alzó sus manos abiertas como si quisiera ayudarlo—. Es nuestra venganza y nos vengamos constantemente: porque existimos y todavía seguimos existiendo. Todavía… Y no clamamos venganza al Señor desde hoy ni desde ayer. ¿Existiríamos todavía si El no nos hubiera escuchado? ¿Si El no hubiera escuchado a nuestros reyes y a nuestros profetas? Y ya clamábamos venganza al Señor en los tiempos de los reyes y los profetas, igual que hoy: ¡no seáis tan pusilánimes para creer que esa es nuestra calamidad y nuestra miseria! ¡Es nuestra victoria! Que el clamor y el salmo sigan valiendo como hace tres mil años, ¡eso es nuestra victoria!
Se había levantado y cerró los puños y los levantó hasta sus sienes, y su voz, que continuó manteniendo baja, tembló embargada por una frenética tensión; allí estaba, junto a la cabecera del muerto, y la luz cetrina de la única vela se estremecía sobre él, igual que las palabras del salmo que parecieron salir estremecidas de su boca:
—¡Dios de las venganzas, Yavé; Dios de las venganzas, muéstrate! Álzate, Juez de la tierra; da a los soberbios su merecido. ¿I [asta cuándo los impíos, ¡oh, Yavé!, hasta cuándo los impíos triunfarán, hablarán proterva y jactanciosamente y
discursearán con arrogancia todos los obradores de iniquidad? Aplastan, Yavé, a tu pueblo, oprimen a tu heredad. Asesinan a la viuda y al peregrino, y a los huérfanos dan muerte. Y se dicen: «No ve Yavé, no entiende el Dios de Jacob». Pero, el que hizo el oído, ¿no va a oír?; y el que formó el ojo, ¿no va a ver? Pues no abandona Yavé a su pueblo, no desampara a su heredad. Y bienaventurado el hombre a quien El educa, al que El instruye por Su ley, para que esté tranquilo en los días aciagos, en tanto que se cava para el impío la fosa. Y devolverá la justicia al juicio. Conspiran contra el alma del justo y condenan la sangre inocente. Pero Yavé es para mí una ciudadela, y mi Dios es la Roca de mi salvación. Él arrojará sobre ellos su misma perversidad y con su misma malicia los aniquilará; los hará perecer Yavé, nuestro Dios.
No había alzado la voz más allá de un susurro implorante, ni siquiera al final, y al ahogarla temblando en la oscuridad, los puños, que había cerrado convulsivamente, se fueron relajando y cayeron inertes. Agachó la cabeza y, de pronto, se sobresaltó, como si justo entonces se diera cuenta de que estaba a la cabecera de un cadáver. Luego salió rápidamente del círculo de luz trémula y se hizo a un lado. En ese instante se apagó también la segunda vela y todo quedó completamente a oscuras, y una voz dijo en la oscuridad:
—Amén.
Sí, eso fue todo. No he olvidado nada. A lo mejor no he retenido el salmo al pie de la letra en la memoria, aunque luego lo he leído a menudo… Pero, aparte de eso, no falta nada en mi relato, no, nada. Salvo que fue Aschkenasy quien por la mañana se dirigió a la comandancia para dar parte de la muerte de Landauer.

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