Ariel, 2012. 720 páginas.
Tit. or. DEBT: The first 5000 years. Trad.Joan Andreano Weyland.
Ensayo acerca del dinero y la deuda desde que tenemos registro documental. Como el autor es, además de antropólogo, líder del movimiento Occupy Wall Street y además lo despidieron de Yale, supuestamente por motivos políticos, lo intentan vender como mitad panfleto político. Y va a ser que no.
Cualquier ensayo refleja la ideología de quien lo escribe, pero a pesar de tratar un tema tan candente como el dinero y la deuda los datos son bastante rigurosos y aquí no hay llamamientos al desorden ni proclamas antisistema. Se limita a explicar como el ser humano ha ido conviviendo con la deuda desde que el mundo es mundo.
El dinero tiene dos caras. Por un lado es una vara de medir el valor de algo. Igual que necesitamos saber la distancia entre dos puntos y tenemos una variedad de unidades para ello, también necesitamos poner precio a las cosas. Pero por otro lado al poner precio y establecer una unidad esa unidad puede servir como moneda y entonces tiene una vida propia. Pero son dos cosas independientes, ya que cuando, por ejemplo, los imperios caen, se siguen utilizando las unidades para tasar las cosas incluso cuando ya no exista la moneda que lo respalda.
Arremete también contra la idea general de que el dinero aparece porque el trueque es inviable. No porque sea viable -que no lo es- sino porque no hay evidencias de que se haya utilizado nunca a nivel general. Si estamos en una comunidad no hace falta dinero porque los favores se van anotando, y si estamos en un estado consolidado los bienes se tasan y hay una especie de forma de trueque (si yo quiero una silla que está tasada en 2 medidas de cebada y tengo dos gallinas que están tasadas en 1 hago el trueque o siempre hay alguien que me cambie las gallinas por cebada).
Estar en sociedad implica intercambio, pero no siempre en forma de trueque:
Freuchen cuenta cómo un día, tras regresar, hambriento, de una infructuosa expedición de caza de morsas, un cazador que sí había tenido éxito le dio varios kilos de carne. Él se lo agradeció profusamente, pero el hombre, indignado, objetó:
«¡En nuestro país somos humanos!», dijo el cazador. «Y como somos humanos nos ayudamos. No nos gusta que nos den las gracias por eso. Lo que hoy consigo yo puede que mañana lo obtengas tú. Por aquí decimos que con los regalos se hacen esclavos, y con los látigos, perros.»[
Esta última frase es casi un clásico de la antropología, y se pueden hallar frases similares acerca de la negativa a calcular préstamos o deudas en toda la literatura antropológica concerniente a sociedades igualitarias de cazadores.
Porque aunque la actual teoría económica implica que nos movemos por egoísmo esto no es así:
Es más: aquellas disciplinas, dentro de las teorías sociales, que más se arrogan un estatus científico (la teoría de la elección racional, por ejemplo) parten de las mismas premisas acerca de la psicología humana que los economistas: que los humanos se han de tomar como actores egoístas que calculan cómo obtener el máximo beneficio posible de cada situación; el máximo provecho, placer o felicidad a cambio de la mínima inversión posible. Curioso, teniendo en cuenta que los psicólogos experimentales han demostrado una y otra vez que esas premisas no son ciertas
Nuestra relación con el dinero es ambigua dependiendo de si lo utilizamos como un medio o como un fin:
Esto puede parecernos extraño, acostumbrados como estamos a considerar que mercados y capitalismo son una misma cosa, pero como apunta el historiador francés Fernand Braudel, se los podría concebir de igual manera como opuestos. Mientras que los mercados son medios para intercambiar bienes mediante dinero (históricamente, medios para que aquéllos con excedente de cereales adquiriesen velas, y viceversa, o, en acrónimos económicos, MA-D-MB, por Mercancía A-Dinero-Mercancía B), el capitalismo es ante todo el arte de emplear el dinero para obtener más dinero (D-M-D’)[*]. Habitualmente la manera de hacerlo es establecer algún tipo de monopolio, formal o de facto. Es por esto por lo que los capitalistas, ya se trate de ricos mercaderes, financieros o industriales, invariablemente acaban intentando aliarse con las autoridades políticas para limitar la libertad del mercado, a fin de poder hacerlo[27]. Desde esta perspectiva, China fue, durante la mayor parte de su historia, el Estado de libre mercado y anticapitalista definitivo[28]. A diferencia de posteriores príncipes europeos, los gobernantes chinos rehusaron sistemáticamente asociarse con los «capitalistas» chinos (que siempre existieron). En lugar de ello, y de manera semejante a sus funcionarios, los vieron como parásitos destructivos cuyas motivaciones egoístas y antisociales, a diferencia de las de los usureros, podían ser útiles en cierta medida. En términos confucianistas, los comerciantes eran como los soldados. A quienes prosperaban en la carrera militar se los suponía motivados, en gran parte, por el amor a la violencia. A título individual no eran buenas personas, pero eran necesarios para defender las fronteras. De manera similar, a los mercaderes los motivaba la codicia y eran inmorales, pero si se los mantenía bajo una estrecha supervisión administrativa, podían servir al bien común[29]. Se puede opinar lo que se quiera acerca de estos principios, pero es difícil negar sus resultados. Durante la mayor parte de su historia China mantuvo los estándares de vida más altos del mundo: ni siquiera Inglaterra los sobrepasó hasta quizá la década de 1820, bien entrada la época de la Revolución industrial
En una sociedad en la que se valora, sobre todo, la productividad y el éxito, aquellas personas que son pobres y no producen están muy mal vistas pero como dice el autor:
Por tanto, me gustaría acabar con una defensa de los pobres no industriosos. Al menos no están haciendo daño a nadie. En tanto el tiempo que están restando al trabajo lo pasan con sus amigos y familia, disfrutando y cuidando de aquellos a quienes aman, probablemente están haciendo mucho más por mejorar el mundo de lo que solemos aceptar. Quizá deberíamos pensar en ellos como pioneros de un nuevo orden económico que no comparta la tendencia autodestructiva del actual.
Ha sido una lectura muy iluminadora aunque nada panfletaria.
Muy bueno.
2 comentarios
Estoy leyendo «Trabajos de mierda» del mismo autor que, hasta el momento (llevo aproximadamente la mitad), me ha parecido muy estimulante y revelador. Gracias por la reseña, Graeber es un pensador para tener muy en cuenta.
Yo me apunto el libro que mencionas. ¡Gracias!