George R. Stewart. La tierra permanece.

julio 14, 2022

George R Stewart, La tierra permanece
Gigamesh, 2016. 340 páginas.
Tit. or. Earth abides. Trad. Lluís Delgado.

Una plaga ha acabado con casi toda la humanidad (estas cosas después del covid se leen de otra manera) pero los seres humanos que quedan intentan seguir adelante con una civilización de la edad de piedra que, pese a todo, avanza.

Escrita en 1949 es la abuela de todas las distopías post-apocalípticas que han venido después y hay que reconocer que ha envejecido bastante bien. Puede pecar un poco de ingenua y de ser un reflejo de la mentalidad de la época, pero la idea de cómo se podría buscar la vida una humanidad reducida a prácticamente la nada, y como se criarían los hijos de los supervivientes creo que está muy conseguida.

Eso sí, después se han escrito -en mi humilde opinión- cosas mejores. Pero a veces está bien dejarse llevar por el sabor de lo añejo. Otra reseña: La tierra permanece

Bueno.

¿Qué crisis? Volvió rápidamente al coche y recogió el martillo. Un instante después lo alzaba ante la puerta.
Pero se detuvo, como si la civilización misma se hubiese movilizado reteniéndole el brazo y diciéndole: no puedes hacerlo. Un ciudadano honesto no fuerza una puerta. Miró a derecha e izquierda como si esperara que un policía o un destacamento de gendarmes cayeran sobre él.
La calle solitaria lo devolvió a la realidad, y el miedo barrió sus escrúpulos. Demonios, pensó, si es necesario pagaré la puerta.
Sintiendo que quemaba las naves, que dejaba atrás el mundo civilizado, alzó el pesado martillo, y golpeó con fuerza la cerradura. La madera se hizo añicos, la puerta se abrió, e Ish entró en el quiosco.
Tomó el periódico y recibió la primera sorpresa. El Chronicle tenía habitualmente veinte o treinta páginas. Este ejemplar parecía un semanario pueblerino, una simple hoja doble. La fecha era el miércoles de la semana anterior.
Los titulares revelaban lo esencial. Una epidemia desconocida que se propagaba con una velocidad sin precedentes, llevando la muerte a todas partes, había devastado los Estados Unidos, de costa a costa. Las cifras recogidas en algunas ciudades, y de valor relativo, indicaban que había muerto del 25 al 35 por ciento de la población. No había noticias de Boston, Atlanta y Nueva Orleáns. Los servicios informativos de esas ciudades parecían interrumpidos. Examinó rápidamente el resto del diario, obteniendo así una impresión general, aunque muy confusa. Por los síntomas, la enfermedad parecía un sarampión… un sarampión mortal. Nadie conocía sus orígenes. El ir y venir de los aviones la había hecho aparecer casi simultáneamente en los centros más importantes, desbaratando todo intento de cuarentena.
En una entrevista, un célebre bacteriólogo señalaba que la posibilidad de nuevas enfermedades preocupaba desde hacía mucho a los hombres de ciencia. En el pasado había habido ejemplos curiosos, aunque de escasa importancia, como la fiebre inglesa y la fiebre Q. En cuanto a su origen, tres hipótesis eran posibles: alguna enfermedad animal; algún microorganismo nuevo, un virus posiblemente producido por mutación; un accidente —quizá provocado— en un laboratorio de guerra bacteriológica. Esto último, parecía, era la creencia popular. Se presumía que el aire mismo transmitía la enfermedad, posiblemente con las partículas de polvo. El aislamiento del enfermo no servía de nada.
En una entrevista telefónica un viejo y un hosco sabio inglés había comentado: «Durante varios miles de años el hombre ha desarrollado su estupidez. No derramaré una lágrima sobre su tumba». En el otro extremo, un crítico americano igualmente hosco había dicho: «Sólo la fe nos puede salvar ahora; yo me paso las horas rezando».
Se señalaban algunos saqueos, sobre todo de licorerías. En general, sin embargo, el miedo había ayudado a mantener el orden. En Louisville y Spokane los incendios barrían la ciudad, pues no había bomberos.
Aun en aquella edición que (los periodistas no podían haberlo ignorado) sería la última, se habían incluido algunas noticias pintorescas. En Omaha un fanático había corrido desnudo por las calles, anunciando el fin del mundo y la apertura del Séptimo Sello. En Sacramento, una loca había abierto las jaulas del circo, temiendo que los animales muriesen de hambre, y había sido devorada por una leona. Seguía una nota de mayor interés científico. Según el director del zoológico de San Diego, los monos morían como moscas, pero los otros animales no estaban afectados.

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