La Factoría de Ideas, 2002. 502 páginas.
Tit. or. The scar.
Un barco es asaltado por piratas que los conducirán a una fascinante ciudad flotante, construída por miles de barcos amarrados. Un sitio donde se les ofrece la oportunidad de ser libres y rehacer sus vidas. Una ciudad que tiene un propósito increíble: invocar a un monstruo marino para viajar al confín del mundo, donde se encuentra una misteriosa cicatriz en la realidad.
Segunda parte de una trilogía que empieza con La estación de la calle perdido, menos barroca, más consistente, pero igualmente un derroche de imaginación. Empezando por esa ciudad gobernada por dos amantes que se hacen mutuamente heridas, con un luchador invencible que tiene una espada alimentada por la posibilidad, que viajan a lugares aislados del mundo porque las mujeres de sus habitantes son unos mosquitos capaces de drenar la sangre de cualquiera y en el que hay un espía que ha visitado lugares que parecen leyendas.
La trama funciona como un reloj, desvelando en cada momento la información necesaria para avanzar. Mi única pega es que esa cicatriz que da título al libro al final es poco más que una anécdota, y me imagino que el autor tenía pensado darle más protagonismo pero por el camino se lió.
Muy bueno.
—¡Maldición! —gritó el capitán Myzovic, y entonces levantó la mirada y disparó. Uno de los atacantes de los globos sufrió una sacudida y su cabeza salió disparada hacia atrás dejando un reguero de sangre. Sus manos tantearon con torpeza el cinturón y empezó a soltar lastre como pesadas deposiciones. El cadáver se elevó a toda velocidad, describiendo espirales en dirección a las nubes.
El capitán gesticulaba de forma frenética.
—¡Reagrúpense, por el amor de… joder! —gritó—. ¡Echad a ese bastardo de la cubierta de popa!
Bellis giró la cabeza pero no pudo ver a quién se refería el capitán. Sin embargo, sí que lo escuchó, muy próximo a ella, dando órdenes con voz tensa. Los invasores respondían, abandonaban las escaramuzas para formar unidades cohesionadas, apuntaban a los oficiales, trataban de romper la línea de marineros que les bloqueaban el paso hacia el puente.
—¡Ríndanse! —exclamó la voz junto a su ventanuco—. ¡Ríndanse y acabemos con esto de una vez!
—¡Despáchenme a ese bastardo! —le gritó el capitán a su tripulación.
Cinco o seis marineros pasaron corriendo frente a la ventana de Bellis, espadas y pistolas en mano. Hubo un momento de silencio y luego un sonido sordo y un crujido tenue.
—Oh, Jabber… —el grito fue histérico, pero se quebró de repente en una exhalación nauseabunda. Siguió una salva de alaridos.
Dos de los hombres retrocedieron tambaleándose y volvieron a aparecer frente a Bellis y entonces fue ella la que gritó, horrorizada. Sus ropas y cuerpos estaban destrozados por un número increíble de heridas, como si hubieran sido atacados por centenares de enemigos al mismo tiempo. No había en ellos ni un espacio de quince centímetros que no luciera un profundo corte. Sus cabezas eran mezcolanzas de sangre y hueso.
Bellis estaba paralizada por el terror. Temblaba, con las manos en la boca. Había algo profundamente antinatural en aquellas heridas. Parecían cambiar de estado con un estremecimiento, desgarrones profundos que de repente se volvían insustanciales, como la materia de los sueños. Pero la sangre que se encharcaba bajo sus cuerpos era muy real y los hombres estaban realmente muertos.
El capitán contemplaba fijamente la escena, aturdido. Bellis escuchó un millar de susurros de aire solapados. Se alzaron sendos gritos lloriqueantes y sendos redobles húmedos al golpear los cuerpos el suelo.
El último de los marineros pasó corriendo frente a Bellis, por donde había venido, aullando de terror. Alguien le arrojó una pistola que lo acertó sólidamente en la nuca. El hombre cayó de rodillas.
—¡Cerdo impío! —estaba gritando el capitán Myzovic. Su voz sonaba encolerizada y profundamente aterrorizada—. ¡Bastardo adorador del demonio!
Sin prestarle la menor atención, un hombre ataviado de gris apareció caminado con lentitud en el campo de visión de Bellis. No era alto. Se movía con aplomo calculado, conduciendo su musculoso cuerpo como haría un hombre mucho más esbelto. Llevaba una armadura de cuero, una prenda color carbón llena de bolsillos, cintos y pistoleras. Estaba rayada y manchada de sangre. Bellis no podía verle la cara.
Caminó hacia el hombre caído, empuñando una espada teñida por completo de sangre, que goteaba con rapidez.
—Ríndete —dijo con voz tranquila al hombre que tenía delante. Éste lo miraba con terror mientras trataba desesperadamente de encontrar su cuchillo.
El invasor vestido de gris dio una vuelta en el aire, con las piernas y los brazos doblados. Se revolvió como si estuviera bailando, lanzó una patada y su pie golpeó al caído en el rostro y lo hizo caer de espaldas. El marinero se desplomó sobre la cubierta, sangrando, inconsciente o muerto. Cuando el hombre de gris se posó en el suelo, estaba completamente quieto. Como si no se hubiera movido.
—Rendíos —gritó, muy alto, y los hombres del Terpsícore titubearon.
Estaban perdiendo la batalla.
Los cuerpos yacían por todas partes como la basura, junto a hombres agonizantes que pedían ayuda a gritos. La mayoría de los muertos vestía el azul de la Marina Mercante de Nueva Crobuzón. Cada segundo que pasaba emergían más piratas del sumergible y los remolcadores blindados. Rodearon a los hombres del Terpsícore y los acorralaron en la cubierta principal.
—Rendíos —volvió a gritar el hombre con un acento que no resultaba familiar—. Tirad las armas y esto habrá acabado. Volved a alzarlas contra nosotros y os haremos mil pedazos.
—¡Que los dioses te jodan y te pudran en…! —gritó el capitán Myzovic pero el comandante pirata le interrumpió.
—¿Cuántos de sus hombres tienen que morir, capitán? —dijo con la voz de un actor—. Ordéneles que suelten las armas ahora y no tendrán que sentirse como traidores. Si no lo hace, les estará ordenando que mueran. —Sacó un grueso pedazo de fieltro de su bolsillo y empezó a limpiar la hoja de su espada—. Decídase, capitán.
2 comentarios
Este Mieville escribió varias de este estilo, mas o menos logradas, de invención continua. Cansan un poco tantos monstruos. Pero tiene dos novelas donde sale de la acción y la aparición permanente de maravillas, y el componente fantástico es uno solo y lo demás está hecho de gente común. 1) La ciudad y la ciudad 2) La ciudad embajada
Sí, yo creo que el autor ha evolucionado a mejor al quitarse tanto barroquismo. Los dos libros que citas son magníficos (y reseñados en esta bitácora).