China Miéville. La estación de la calle Perdido.

septiembre 10, 2014

China Miéville, La estación de la calle Perdido
La Factoría de ideas, 2001. 592 páginas.
Tit. Or. Perdido Street Station. Trad. Carlos Lacasa Martín y Manuel Mata Álvarez-Santullano.

Sigo insistiendo con Miéville, que parece que va por buen camino. No me ha parecido un libro perfecto, pero sí trepidante.

La historia transcurre en Nueva Crobuzón (sí, tiene una página en la wikipedia más extensa que la dedicada a muchos temas). Lo he visto definido así:

Nueva Crobuzón es un engendro posmodermo que es parte Londres victoriano (con autómatas a vapor), parte Brazil de Terry William (un sistema totalitario, corrupto y represor), parte Castillo de Otranto (imaginería gótica), parte Gormenghast de Mervyn Peake y parte planeta alienígena.

Y si el paisaje ya se las trae, los personajes que giran alrededor de la trama (que por otra parte es sencilla, unos seres vivos de curiosas propiedades casi indestructibles que se han escapado yvan asesinando sin piedad) no tienen desperdicio: Yagharek,un hombre pájaro, Isaac Dan der Grimnebulin, científico sui géneris, Lin, su novia, humana con cabeza de insecto y artista, Motley, jefe de la mafia y ser cambiante, arañas que son casi diosas, una inteligencia artificial naciente y un largo etcétera…

Todo es excesivo, fuegos artificiales sin fin. Un ejemplo ¿Cúantas veces aparece la palabra cacofonía? Varias:

Los grandes ojos reflectantes de Lin veían la ciudad en una cacofonía visual compuesta, como un millón de diminutas secciones de un todo, ardiendo cada minúsculo segmento hexagonado con colores vivos y líneas nítidas, con una supersensibilidad a los cambios de luz, con problemas para fijarse en los detalles a no ser que se concentrara lo bastante como para que le doliera

Cien maníacas y alegres melodías distintas se mezclaban procedentes de cien motores y órganos, una molesta cacofonía que flotaba a su alrededor.

Gansos, pollos y patos sumaban un aire rústico a la cacofonía.

Derkhan se giró y se adentró en el suburbio, rodeada al instante por una perenne cacofonía de gritos, anuncios que sonaban más como una turba alborotada.

Cerró los ojos para protegerse de la cacofonía.

Oyó su voz desde lo más profundo de aquella brutal cacofonía emocional.

Lemuel, Isaac y Derkhan corrieron hacia la entrada, gritando al tiempo una cacofonía de registros.

Pero la rabia no le dejaba oír ni hablar. Todo era una cacofonía. Todos gritaban, exigiendo saber qué decía el papel, suplicando un disparo claro, gruñendo de rabia o chillando como un gran pájaro.

encogió ante la extraña cacofonía de una mente que se desplegaba.
¡Dejadlo en paz cabrones, mierdas, estúpidos cactos hijos de puta! —chilló Isaac por encima de la cacofonía de Lemuel.

Calles silenciosas y estrechas y modestos edificios de viviendas, pequeños parques apologéticos, iglesias y monumentos que eran verdaderos adefesios, oficinas con falsas fachadas en una cacofonía de estilos mutables.

Se balanceaba con un traqueteo sordo sobre los tablones de madera que cubrían la calle: el legado del excéntrico alcalde Waldemyr, a quien disgustaba la cacofonía que levantaban las ruedas de los carromatos contra los adoquines de piedra al pasar bajo su ventana.
Había otra voz, una cacofonía dentada de un tejido brillante que aullaba de terror.

Y es que el libro es así, una cacofonía de voces e imaginación sin límite. Muy imperfecto, lento a veces, siempre exagerado y también muy jugoso. Es preferible el error que el aburrimiento.

Seguiremos con el autor. Otras reseñas: ‘La estacion de la calle Perdido’, de China Mieville y La estación de la calle Perdido

Calificación: Muy original.

Extracto:
Nadie sabía por qué aquella Tejedora había elegido quedarse. Hacía más de doscientos años había anunciado al Alcalde Dagman Beyn, en su forma elíptica, que viviría bajo la ciudad. A lo largo de las décadas, una o dos administraciones la dejaron en paz, pero la mayoría había sido incapaz de resistirse al embrujo de su poder. Sus ocasionales interacciones (a veces banales, a veces fatales) con acaldes y científicos eran la principal fuente de información para los estudios de Kapnellior.
El propio científico era un evolucionista. Sostenía la opinión de que las Tejedoras eran arañas convencionales que habían sido sometidas a una especie de desastre de Torsión o taumaturgia (hacía treinta, cuarenta mil años, probablemente en Sagrimai), lo que provocó una repentina y breve aceleración evolutiva de explosiva velocidad. En el plazo de unas pocas generaciones, le había explicado a Rudgutter, las Tejedoras habían evolucionado desde predadores prácticamente sin mente hasta convertirse en estetas de asombroso poder intelectual y materiotaumatúrgico, en mentes alienígenas de inteligencia superlativa que ya no empleaban sus redes para capturar presas, sino que estaban sintonizadas con ellas como objetos bellos que podían desenredarse del tejido de la misma realidad. Sus tejedoras abdominales se habían convertido en glándulas extradimensionales especializadas que tejían patrones en el mundo. Un mundo que, para ellas, era una telaraña.
Las viejas historias contaban cómo las Tejedoras se mataban mutuamente por desacuerdos estéticos, como por ejemplo si era más hermoso destruir a un ejército de mil hombres o dejarlo en paz, o si era adecuado o no agitar un diente de león. Para ellas, pensar era pensar de forma estética. Actuar —Tejer— era crear patrones más hermosos. No ingerían comida física: parecían subsistir con la apreciación de la belleza.
Una belleza que los humanos, y los demás moradores del plano mundano, eran incapaces de reconocer.
Rudgutter rezaba fervientemente para que la Tejedora no decidiese que la aniquilación de Rescue era una bonita adición al patrón del éter.

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