Patrick Dennis. La tía Mame.

noviembre 14, 2012

Patrick Dennis, La tía Mame
Acantilado, 2010. 350 páginas.
Tit. Or. Auntie Mame. Trad. Miguel Temprano García.

Lo compré para regalárselo a mi madre y no le gustó demasiado, así que decidí darle yo una oportunidad. Seguramente lo viera recomendado aquí: La tía Mame. Hay una película de 1958 que aquí se tituló Esta tía es un demonio. Hace 50 años ya les daba por ser originales con lo títulos.

El protagonista está leyendo un artículo del Reader Digest acerca de una supermujer que crió a un chaval con un gran despliegue de virtudes, y va contraponiendo a esa virtuosa y empalagosa figura los recuerdos de su infancia, criado por su tía Mame, espíritu libre pero de gran corazón. Se verá envuelto en unas situaciones tan inverosímiles como cómicas.

Arranca alguna carcajada y muchas sonrisas. Tierno y cómico, me ha gustado tanto la parodia de los artículos de las revistas como el retrato satírico de una sociedad de altura algo decadente, en la que la tía Mame se mueve como un pez en el agua, deshaciendo entuertos ed vez en cuando.

Su único defecto es su ligereza y frescura, pero ¡que cosas! también resulta una gran virtud. Ojo a los extractos, el primero sobre una escuela de ideas pedagógicas modernas que no ha perdido actualidad, y el segundo una crítica al gafapastismo o hipsterismo que todavía es aplicable.

Una reseña gráfica aquí: PATRICK DENNIS: «La tía Mame»

Calificación: Bastante bueno.

Extractos:
La tía Mame se marchó dedicándome un alegre saludo y me quedé solo, convertido en la única persona que llevaba ropa.
—Ven aquí y desvístete, ¿quieres?—dijo Natalie—, luego ve con los demás.
Siempre me sentí como un pollo desplumado en la escuela de Ralph, aunque resultaba agradable no tener que hacer nada. Era una enorme y austera habitación pintada de blanco, con suelo térmico de linóleo, claraboyas de cristal de roca y tubos de rayos ultravioleta a lo largo del techo. No había sillas ni pupitres, sólo algunas esteras donde podíamos tumbarnos a dormir siempre que quisiéramos, y, en el centro de la habitación, una gran estructura de color blanco que parecía una pelvis de vaca. Se suponía que debíamos arrastrarnos dentro, alrededor y por encima de ella si nos apetecía, y cada vez que alguno de los niños más pequeños lo hacía, Ralph propinaba una sonora palmada al enorme trasero de Natalie y soltaba una risita:
—De vuelta al útero, ¿eh, Nat?
Había aseos comunales—lo que corta de raíz las inhibiciones—y toda clase de pasatiempos avanzados. Podíamos dibujar o pintar con los dedos o hacer cosas con plas-tilina. Había círculos de conversación guiada, en los que discutíamos nuestros sueños y contábamos por turnos lo que estábamos pensando en ese momento. Si te apetecía ser antisocial, podías serlo. A la hora del almuerzo comíamos zanahorias y coliflor crudas—que siempre me producían gases—, manzanas crudas y leche de cabra. Si dos niños se peleaban, Ralph les hacía sentarse con todos aque-
llos que estuviesen interesados y discutían el asunto. A mí todo me parecía bastante tonto, pero conseguí un bronceado perfecto.
Sin embargo, no pasé el tiempo suficiente en la escuela de Ralph para averiguar si me hacía bien o mal. Mi carrera allí—y la de Ralph, dicho sea de paso—terminó justo seis semanas después de que empezara.
Ralph y Natalie, erróneamente convencidos de que sus jóvenes discípulos trabajaban en la escuela, organizaron por las tardes un período de Juego Constructivo, a fin de que volviésemos a casa alegres y contentos. La idea era que los niños, todos excepto los verdaderamente antisociales, participasen en un gran juego que nos enseñase algo sobre la vida y lo que nos aguardaba más allá de las puertas de la escuela. En ocasiones, jugábamos a granjeros y cuidábamos las enmarañadas plantas de aguacates que cultivaba Natalie. Otras veces, jugábamos a la lavandería y lavábamos la ropa interior de Ralph, aunque uno de los juegos preferidos de los niños más pequeños se llamaba «Familias de Peces», y nos proporcionaba cierto conocimiento sobre la reproducción en los órdenes inferiores de la escala animal.
Era un juego muy sencillo y hacíamos mucho ejercicio. Natalie y todas las niñas se acurrucaban en el suelo y fingían poner huevos de pez, y luego Ralph, seguido de todos los niños, saltaba por encima con los brazos pegados al cuerpo y moviendo los dedos—«como si nadarais, como si nadarais»—para fertilizar los huevos. Siempre se organizaba un gran revuelo.


Volví despacio a la mansión Maddox. Por alguna razón no tenía prisa por llegar. Margot estaba tumbada en la hamaca de la tía Mame leyendo un ejemplar de Circle 6. Dejó la revista y me miró preocupada, con los ojos muy abiertos.
—Cariño, ¿dónde has estado? Estábamos muy preocupadas. Miranda iba a enseñarnos los figurines que ha diseñado para una posible representación de Atnerika por un grupo muy experimental. Ahora se los está enseñando a la pobre Mame.
—¿Por qué la llamas así? ¿ Qué le ocurre, aparte de estar viendo los diseños de Miranda?
—Ha cogido un buen resfriado. ¿Dónde has estado todo el día?
—En el cine.
—¿En el cine? ¡Estás de broma!—soltó una exquisita carcajada—. Aquí nunca ponen nada que valga la pena, salvo para esos pueblerinos.
—Pues ésta era fascinante. Un grupo experimental de Minnehaha Falls ha rodado una nueva y arriesgada versión de la leyenda de Leda y el cisne, con letra de Gertrude Stein y música de Virgil Thomson y Bix Beiderbecke.
—¡No! ¿Por qué no me lo dijiste? Podríamos haber ido todos…
—A Leda la interpreta una niña jorobada de trece años y los secundarios son Laurel y Hardy, los hermanos Ritz, Bela Lugosi y Buster Keaton. Los decorados son de Salvador Dalí y el vestuario de Christian Bérard.
—¿Ah, sí? Yo no habría escogido a Bérard, pero… ¡Oh, me tomas el pelo!

2 comentarios

  • dsdmona noviembre 16, 2012en7:29 pm

    Lo leí hace ya algún tiempo y aunque me gustó esperaba algo más de diversión

    D.

  • Palimp noviembre 23, 2012en12:37 pm

    No es un humor de carcajadas, pero te arranca más de una sonrisa.

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