Ferran Canal. Nos queda la parábola.

marzo 8, 2010

Ediciones B, 1998. 320 páginas.

Ferran Canal, Nos queda la parábola
Activismo ecológico

Cuando he leído un libro y no recuerdo nada, malo. Mucho no me puede haber gustado. Así que emprendí la relectura de Nos queda la parábola con un poco de escepticismo, a pesar de los habituales halagos del prologuista.

Un misterioso meteorito ha impactado en un monte cercano a Barcelona. Lo recoge Guifré Faust, activista ecológico que se verá iluminado por un mensaje: el meteorito -una esfera perfecta de inusitada densidad- es en realidad un agujero negro enviado por seres extraterrestres. Si no cambiamos nuestra política, destruirán la tierra. Haciéndose pasar por su hermano gemelo, astrofísico, difundirá su visión en un congreso, iniciando un proceso de imprevisibles consecuencias.

A medida que iba leyendo mi prevención se esfumaba; no estaba nada mal, y dejando de lado algunos errores de novelista primerizo -párrafos en ocasiones farragosos- la narración era ágil y las aventuras, absorventes. Pero lo que quizá fue el fallo que lo sepultó en el olvido es que la trama no concluye en nada; los cabos de la historia quedan abiertos. Si bien no es este un argumento para condenar a un libro, si que lo ha sido para no recordarlo.

A destacar las críticas a la sociedad en la que vivimos y la condena de la violencia como medio para solucionarlas, aunque en ocasiones sea también un defecto. No he encontrado más obras del autor, así que aunque el libro parece preparado para una segunda parte, publicada no está.


Extracto:[-]

La respuesta es sencilla: por algún medio que esta vez reconozco no saber, el agujero negro está neutralizado, pero hay quien puede activarlo en cualquier momento si así lo desea. Esto precisamente es lo que deben recordar nuestros gobiernos, y más que nadie aquellos que gobiernan a nuestros gobiernos.

Mentalmente sopesé cómo su afirmación, aunque absurda, podría explicar el fracaso momentáneo de los científicos en sus análisis del meteorito, pues un ente de tal naturaleza no permitiría que cualquier radiación incidente sobre él se le escapase, razón de más para no mencionarle el tema. En todo caso yo ya tenía tomada mi decisión sobre lo que iba a hacer, siempre conforme a los planes preestablecidos. Adelantándose a mi réplica, el señor De Cepeda creyó oportuno exponer su opinión sobre lo que acababa de oír.

—Está usted divagando, señor mío. No sabemos, de manera fehaciente, si los agujeros negros conservan la masa que absorben, o si la proyectan (como algunos dicen), a otros puntos del espacio-tiempo. Tampoco entiendo que si, según pretende, hay un plan para eliminar a nuestra incómoda especie de la escena interplanetaria, el método previsto comporte la aniquilación de cualquier clase de vida existente en nuestro planeta, y a la Tierra misma, de paso. En resumen, cuanto acaba de decir me parece demencial.

Guifré Faust no pareció acusar el efecto de aquellas palabras y se lo sacudió con nuevas vaguedades.

—Me consta que no será así, la Tierra, o su equivalente, seguirá existiendo en alguna parte, con toda su riqueza biológica, salvo nosotros.

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