Christian Bobin. Soberanía del vacío.

octubre 3, 2024

Christian Bobin, Soberanía del vacío
El gallo de oro, 2021. 58 páginas.
Tit. or. Souveraineté du vide. Trad. Alicia Martínez.

Un texto que es una carta, una carta posiblemente infinita, que el autor escribe no se sabe a quién, en la que cuenta su relación con la escritura y, sobre todo, con la lectura. Esa lectura que se interrumpe por un portazo o por la venida irremediable del sueño.

Con lo que me gusta como escribe este autor y los pocos libros de él que encuentro en la biblioteca. Este es un texto breve, apenas unos apuntes, como dice en la contraportada palabras recién cortadas en el verdor de la memoria. Un texto que no nos habla de nada concreto pero que nos arrastra por su tono poético y por las imágenes que despierta en nuestra mente.

Muy bueno.

Sin duda conocéis este texto de Valéry en “Las dos virtudes de un libro”: Esto es la lectura. Se la podría simbolizar con la idea de una llama que se propaga, con la de un hilo que arde de extremo a extremo, con pequeñas explosiones y centelleos de cuando en cuando. Este texto podría, sin que fuera necesario cambiar una línea, una palabra, aplicarse a definir lo indefinido del amor, a delimitar lo ilimitado de la vida. Aquello que no recibe luz, más que con su propia destrucción. Fuego. Fuego continuo hasta ese, último, de la tierra, del frío de la tierra sobre el cuerpo.

La noche. Crepúsculo. Las luces que se apagan amortiguan en mí un deseo original de ser consolado. Deseo anterior a toda pérdida, a todo duelo. Miro esos libros. Por la ventana, veo el bosque, la masa oscura de los árboles, apoyados contra la noche. Es el final de una tarde de diciembre. No oigo nada, no oigo a nadie y sin duda es la formulación verdadera de la escucha: Nada. Nadie.

El niño, el lector, atrapado por el aprendizaje insomne de la vida en sociedad, mantenido en esa estupidez por la obligación de hablar, siempre, de responder activamente, siempre, cuando hay interrogantes, cuando hay interpelaciones, siempre, que no se detienen, que no paran de herir el silencio que duerme en el fondo de él, el hermoso silencio, el silencio sonámbulo. La alegría que es para él abstraerse, abrir un libro, terminar con todos los requerimientos, con toda compañía, con todos los vínculos de apego. Purificación. Ingreso en la lectura. Ingreso en los sueños. Purificación.

Leyendo, no para saber, no para aprender, para acumular, para apilar, para adquirir. No, nada de todo eso. Leyendo, antes que nada, para olvidar, para desprenderse, para perder, para perderse. Volviendo a estar solo, infinitamente solo.

Lo bastante solo como para no volver a estarlo nunca más.

Los libros establecen las coordenadas, trazan los mapas de un territorio desierto, consagrado al amor y a las malas hierbas, atravesado por bestias salvajes y dulces, a la busca de un abastecimiento de agua, a la busca de un abastecimiento del agua del sueño.

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