Lorenzo García Vega. Erogando trizas donde gotas de lo vario pinto.

mayo 10, 2024

Lorenzo García ega, Erogando trizas dinde gotas de lo vario pinto
La Palma, 2011. 274 páginas.

Tiene el epígrafe de poesía aunque son textos en prosa y la verdad es que ni yo mismo sabría donde encajar estos textos que interpelan con preguntas constantes, que caminan en el filo de lo onírico -sin llegar al sin sentido- que a veces me han aburrido soberanamente y otras me han sacudido como el frenazo de un coche.

Textos breves, en general inconexos, aunque se aprecien patrones aquí y allá, pequeñas migas de pan que nos permiten unir fragmentos, pero que en general te dejan más disperso que otra cosa. Su lectura ha sido toda una experiencia, oscilando entre el disfrute, la sonrisa y el bostezo. Vamos, que indiferente no me ha dejado.

Extraño, que no es poco.

SUEÑOS-TRAPOS
Sueños, como trapos que no acaban de disolverse. Estos sueños, como trapos, están sobre el suelo del patio de mi casa.


EROGANDO TRIZAS
Manotazos. Mangas. ¿Mangas? Pero ¿de qué cosa estoy hablando? O como un buen puñado de sombras que, al final, en realidad no se sabe lo que fueron. Repito: ¿para qué estoy hablando? Mi zapato, el que estoy moviendo al mirar al árbol que está frente a la ventana.
¿Me rehago en el espejo? Pero ¿de qué espejo se trata? Hubo uno, pero ése sólo estuvo en mi infancia.
O me invento una risa, con esparadrapo. Por decir algo. Algo hay que decir. Había, en una película que vi, pero que hace tiempo se me olvidó: había un jinete inmóvil, o un jinete mudo, o lo que fuera. Es absurdo.
Por lo que en un sol sucio me pongo a buscar: encuentro lo que para siempre se perdió o, si no es así, se trata de algo por el estilo a esto: líneas de harapos que, bajo una luz neón, se confunden con el reguero de como palabras que hubiesen sido trituradas por lo que bien pudiera interpretarse como ese lado -labio de papagayo plástico- feamente vacío que, desde un rincón de mi vida -y sin que sepa bien por qué razón lo hice-, he descolgado.


TIRAS
Los ojos medio cerrados.
Ningún cubista, o ciclista, u oculista, se despierta a las doce del día.
Hay tiras de pensamientos raros en la maraña, mañana de hoy -noviembre-, en que cumplo ochenta y dos años.


Ahora -dentro de un momento será distinto-, me estoy alegrando de soñar con lo irreversible.
El equivalente, en el reino de la imagen, de un desteñido carrusel situado en un lugar desolado sería el hecho rabelesiano de verter, sobre un edificio, un plato de sopa caliente.
Me detiene un paraguas manchado con amarillo, y con la pintura de unas cuevas. ¿Algo así como una camisa de fuerza desde donde una alegría vieja, pero ya perdida? A esto se le podría poner un telón de fondo, cubierto con lunas ascépticas. Después de intentar esa visión, uno podría ponerse a meditar en un oso blanco, vistiéndose de rojo.
Puede estar lleno de fango, en un lugar lleno de fango. Puede estar entre sucios fragmentos. Pero las gotas de lo variopinto lo ayudan. No le interesa que no esté la Trinidad, ni ninguna otra jodedera teológica. No le interesa eso. Le basta con las gotas de lo variopinto.

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