Libro para conmemorar los 50 años de la fundación de la revista Dau al set que dio nacimiento al grupo artístico del mismo nombre. En este número se incluyen artículos sobre el mismo, ilustraciones de cuadros, portadas de la revista y textos de la época.
Ideal para hacerse una panorámica sobre el grupo, ver cuadros del primer Tàpies (y de los pintores menos conocidos) y leer textos de una revista que hoy es imposible de encontrar. Como crítica, además de que algunas de las reproducciones son en blanco y negro (comprensible por tema precio) es que las que son en color en muchas ocasiones son tan pequeñas que no se aprecian los detalles.
Muy recomendable.
DONA
Entra l’Home 2 per l’esquerra. És de més edat que els altres.
S’asseu al balancí i s’endormisca.
Ala Dona.
La Dona se’n va per l’esquerra.
Pausa.
Se’n van per la dreta.
Pausa llarga.
L’Home 2 sent un pessigolleig al coll, al nas, als llavis. Un moviment instintiu l’aparta de la mosca, que obstinadament torna. S’irrita i es pega uns cops a la cara.
Malhumorat s’aixeca I renuncia a dormir.
Entrant per l’esquerra.
Apropant-se-li, insinuant. Defugint-lo, tot mirant a terra.
També assenyalant a terra.
Serena, redreçant-se.
I jo, com una botella al cap d’un cable.
HOME 2
El cos humà és com un auto.
HOME
Disposa a terra un llit de carbó vegetal.
HOME 1
Els corbs lladren com vigorosos mastins.
HOME
Has vist, s’ha estret la perruca en silenci.
HOME 2
Aquesta darrera és una mosca d’un vol molt ràpid.
DONA
És signe de pluja.
HOME 2
Sí.
DONA
Quants els Infants d’ara seran vells, fotografiaran, descom-posant-ne tots els moviments, el vol dels insectes.
HOME 2
I quan hauran d’oferir-se unes flors?
DONA
He vist sortir una mosca grisa de dintre la closca d’un cargol mort.
HOME 2
Mira, el llimac i les orugues són morts, menjats per les lar ves dels escarbats.
DONA
Hi ha un coleòpter verd entre els Insectes.
HOME 2
I els mol·luscs.
DONA
Un insecte de grans ales vola a la tarda.
home 2
Acabes d’inventar un animal?
Juan-Eduardo Cirlot. «Carta de Paris», índice de artes y letras (Madrid), núm. 24,
5 desembre de 1949.
La distancia de ocho días, desde mi regreso, me permite conservar los recuerdos todavía en estado de «impresiones». No pienso, por consiguiente, organizar éstas en una serie de notas, lo que, por otra parte, resultaría excesivo para el espacio de que dispongo. Imaginaré más bien ser una especie de Salomon Remach y estar escribiendo a una Zoé imaginaria. Situaré esa figura en el fondo de un invisible escenario y le contaré desordenadamente el cúmulo de cosas que se me vayan ocurriendo. Tengo siete días por delante para recorrer desde la aurora comercial de cada día, hasta «minuit» las calles, los bares, los cines y los museos de esta ciudad cuya monumentalidad me conquista completamente. Recuerdo ahora la plaza Vendóme, les Champs Elysées, La Concorde, etc., y he de confesar que esto es la capital de Europa y con ello de un mundo que aproximadamente es el nuestro. La variación del horario en las comidas me produce un efecto de embriaguez; el día resulta diferente; la tarde larguísima; desde la una del mediodía, en que ya estoy tomando café en el del «Univers», hasta las doce de la noche, en que, rendido, doy por acabadas mis peregrinaciones. Ando mucho, a pesar de los taxis, del Metro, de los autobuses; hay que andar si se quiere ver bien la ciudad. Entro en multitud de bares. Amo tremendamente los bares. Un día una prostituta me dijo: «Debe ser triste morirse; ya no se podrá ir a los bares».
Comprendo su posición. Ceno y almuerzo preferentemente en sitios más o menos exóticos. Restaurantes argelinos o chinos, en los que pido, ¿cómo no?, las comidas más extrañas que, casi siempre, me resultan total sorpresa por mi desconocimiento de lo que, bajo el nombre complicado, se esconde. Me abraso de garganta con los «cous cous», la salsa de guindillas, los calvados, etc., etc. ¡Ah!, sorprendido de que en esta ciudad hayan abolido la prostitución. No se trata de asunto sexual, en estos momentos, por mi parte, sino de principios. Véase cómo el fanatismo humano se transfigura y, por los caminos más insólitos, llega a diferentes y contrarias conclusiones. Aquí son los postulados de pura humanidad los que hacen insostenible esa maravillosa continuación de la esclavitud. Por el anverso se acercan a una multitud de personas con ofrecimientos extraños según se tome. Son «jolis spectacles», y cosas por el estilo. Las «boites» son carísimas; a 3.000 francos la botella, obligatoria, de champagne. Es verdad que las chicas que en ellos se exhiben valen la pena, tanto como las del «Folies Bergére», en contraposición con la muchedumbre anónima que pisa las calles grises, más gris todavía, desprovista normalmente de belleza. La elegancia es otra cosa. Existe realmente. Casi no se ven colores primarios. Todo es una gama sutil de marrón o de gris. Y beiges, malvas, azules cobalto, verdes indefinibles, etc. El escaparate de Schiaparelli es precioso. Y el de Elizabeth Arden, mejor todavía. Comprendo queTristan Tzara encontrara poesía en el desorden de la calle, en los comercios, incluso en los comedores colectivos, en los que, sólo una vez, he penetrado. Veo librerías. Muchas con libros como los nuestros de antes de la guerra y antes de Janés. Sin encuadernar. Sin portadas de colores. Sin sobrecubiertas. ¿Quién domina el panorama? ¿Jean-Paul Sartre? Sí; desde luego, los escaparates abundan de sus obras producidas en cantidad estimable. Pero al erotismo fríamente cínico de este discípulo mal confesado de Martín Heidegger, la gente prefiere con buen criterio la dramática pornografía del yanqui-parisién Henry Miller. Sus trópicos se leen mucho. Yo mismo digiero el de Capricornio, en los raros ratos que puedo leer. Retorno a veces a dos librerías de mis comienzos: «La Hune» y la del «Dragón», en B. St. Germain y rué du Dragón, respectivamente. Trato en ellas con dos chicas simpáticas e inteligentes: mademoiselle Suziel Bonnet y madame Nina Dausset.
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