Tyrannosaurus books, 2014. 278 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
La Venus de Great Neck (S.J. Chambers)
Las hermosas Jaradalias (Gloria T. Dauden)
De cómo perdí la cabeza de mi padre (Eduardo Vaquerizo)
El silencio de Edith (Ángeles Mora)
Bajo la linterna (Héctor Gómez Herrero)
¿Estás ahí? (Cristina Puig)
Disparos en la niebla (Pedro Moscatel)
Laya (Josué Ramos)
Un residuo de humanidad (Luis Carbajales)
Jinetes de fuego (Laura López Alfranca)
Elección envenenada (Rafael González)
La revolución de los hermanos Serdán (Paulo César Ramírez)
Quattromilla Miglia (José Ramón Vázquez)
Retrópolis (Concepción Perea)
Te hemos seguido (Rodolfo Martínez)
Que son casi todos malísimos, hasta el límite de la vergüenza ajena. Soy una persona que cuando lee en el metro no oculta sus emociones; si algo me hace llorar, lloro, si algo me hace gracia me río. Leyendo este libro se me escaparon unos cuantos ¡Madre de dios, pero qué es esto! porque no daba crédito al uso de tanto cliché adornado de frases repipis.
Seamos justos, no todo son así. Disparos en la niebla, Elección envenenada y Quattromilla Miglia están bien. Hay dos o tres que no están mal, y el resto me hicieron daño a los ojos.
Sin embargo es mi opinión. Dado que la serie ha seguido y goza de buena salud es de imaginar que, en general, gustan. Por eso siempre digo que es complicado juzgar la calidad de un relato, porque lo que para unos es basura para otros es gloria bendita.
Poco recomendable.
Salimos de la fiesta para meternos una semana en la habitación de un hotel de cinco estrellas, solo interrumpidos, y no siempre, por el servicio de habitaciones. Y al llegar el viernes siguiente, por extraño que parezca, quería seguir con ella. Así que hicimos las maletas y recorrimos la vieja y herida Europa. Tomamos un café a orillas del Sena contemplando a los basureros realizar el trabajo mejor pagado de todo París a cambio de veinte años menos de vida. Navegamos sobre Venecia sumergidos en una góndola gobernada por un hombre con traje de contención a franjas horizontales, esquivando las torres de las iglesias. Tratamos de hacer moverse, completamente borrachos, a los guardias de Su Majestad Británica, impávidos bajo máscaras unidas a un respirador que unidas a su gorro característico les conferían el aspecto de un oso hormiguero bípedo. Incluso llegamos a pasar un mes en Tánger, del que salimos con una laguna en la memoria ocupada por un humo denso y blanco. De una punta a la otra del continente, aprovechamos cada instante como si fuera el último, porque en cualquier momento los primeros síntomas de envenenamiento por inhalación de metales pesados podían acabar con aquella dulce danza.
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