Incluye los siguientes relatos:
Zen y el arte del mantenimiento de naves espaciales, Tobías S. Buckell
Veredas, Maureen McHugh
La vida secreta de los bots, Suzanne Palmer
La Luna no es un campo de batalla, Indrapramit Das
Estos son volúmenes pequeños que suele sacar Gigamesh de modo promocional que han tenido diferentes formatos. En esta ocasión han escogido cuatro relatos del libro the best science fiction and fantasy of the year y muy bien elegidos. Cada uno explora diferentes ideas y lo hace a la perfección.
En Zen y el arte del mantenimiento de naves espaciales dentro de un conflicto interestelar un humano convertido en robot (voluntariamente, para viajar por el universo) deberá enfrentarse a su propia programación ante el dilema de tener que esconder a un fugitivo.
Veredas nos habla de la incomunicación, de los universos paralelos, y del miedo a que nuestra vida desaparezca en un instante. La vida secreta de los bots es tan sencillo como delicioso y nos presenta a un equipo de bots que se salen de su cometido para bien. Para acabar La Luna no es un campo de batalla nos presenta una Luna en la que hay conflictos territoriales y la historia de una soldado india que ha perdido su trabajo.
Por lo que se ve todavía se sigue escribiendo buena ciencia ficción, el problema es que no se traduce. Me tendré que pasar al inglés.
Muy bueno.
Este extendió la picana eléctrica hacia el abdomen del Incidente y le lanzó una descarga con la máxima energía que podía gastar. El Incidente soltó un chillido tremendo y agudo y se alejó de un salto. Aunque Bot 9 tenía el brazo con pinzas enredado en la trama, logró liberar la cuchilla y cortar la red necesaria para soltarse.
El Incidente, que ya estaba de nuevo listo para saltar sobre ellos, se giró y salió huyendo, escabullándose otra , vez por el sistema de conductos.
—¡Persecución a toda potencia! —gritó 4340.
—Ya voy al máximo —replicó 9 con cierta frustración, al tiempo que despegaba.
Esa vez, Bot 9 llevaba la cuchilla lista para lo que pudiese pasar, pero se chocó con el borde del agujero. La Nave pareció dar vueltas, las luces parpadearon y un temblor espantoso la recorrió de proa a popa.
—Ping de socorro —envió 4340.
—No vamos a parar —dijo 9 mientras se metía en el conducto para seguir al Incidente.
Doblaron un recodo y volvieron a verle la cola. Se movía más despacio, a sacudidas. Pasó a trancas y barrancas por otro agujero, y el bot lo tuvo a escasos centímetros.
—Creo que le estamos agotando la energía —opinó Bot 9.
Salieron del techo al tiempo que el ratásito caía al suelo, muy por debajo de ellos, en un espacio cavernoso. Lo único que había en la sala era un objeto brillante, no mucho mayor que los propios bots, sujeto a las ocho esquinas de la habitación con cables de microfilamento, con los que se mantenía estable y suspendido en el centro. Hacía frío, más que en cualquier otra dependencia de la Nave, casi tanto como fuera, en el espacio.
—Ping de interrogación—envió 4340.
—Estamos en la bodega de carga 4 —le informó Bot 9, al identificarla en el mapa—. Una circunstancia subóptima.
—¡Debemos retirarnos de inmediato!
—No podemos dejar aquí al Incidente, y menos activo. No logro identificar el objeto, pero debemos suponer que su seguridad es una prioridad absoluta.
—Se llama Azote de Cero Absoluto —interrumpió la Nave de la nada—. Emplea una estructura de reflec-tancia cuántica que repele cualquier tipo de partícula o fotón para proteger el interior. Se necesita que esté a baja temperatura para que sea eficaz. Alberga una esfera microscópica de positrones.
Bot 9 se quedó mudo durante cuatro segundos enteros, pues esa información ocupaba toda su carga de procesamiento.
—¿Cómo va a usarse contra el enemigo? —preguntó al fin.
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