Debolsillo, 2019. 320 páginas.
tit. or. On writing. Trad. Jofre Homedes Beutnagel.
Un manual de escritura diferente, que ha conquistado los corazones de muchos aprendices de las letras y que ha consolidado reglas como el odio a los adverbios.
La edición consta de varios prólogos y un epílogo, y se compone de una mitad donde Stephen King habla de su vida y milagros, de cómo se convirtió en escritor y de un accidente terrible que tuvo y otra mitad donde da unos cuantos consejos para todos aquellos que quieran dedicarse a escribir.
Y el principal, con el que coincido plenamente, y con el que no creo que haya nadie en desacuerdo es:
Lee y escribe
Sin más. Luego te irás montando tu caja de herramientas, le dedicarás atención a la trama, construirás bien tus personajes pero necesitas saber como lo han hecho bien (y mal) los otros escritores y practicar, practicar mucho hasta encontrar cómo decir las cosas más o menos bien.
Aunque no soy de los elitistas que desprecian a Ling y he leído con placer muchas de sus obras, reconozco que no esperaba mucho del libro y me ha sorprendido agradablemente.
Recomendable.
El tercer nivel es mucho más pequeño. Se trata de los escritores buenos de verdad. Encima (de ellos, de casi todos nosotros) están los Shakespeare, Faulkner, Yeats, Shaw y Eudora Welty: genios, accidentes divinos, personajes con un don que no podemos entender, y ya no digamos alcanzar. ¡Caray, si la mayoría de los genios no se entienden ni a sí mismos, y muchos viven fatal, porque se han dado cuenta de que en el fondo sólo son fenómenos de circo con suerte, la versión intelectual de las modelos que, sin comerlo ni beberlo ellas, nacen con los pómulos bien puestos y los pechos ajustados al canon de una época determinada!
Abordo el corazón de este libro con dos tesis sencillas. La primera es que escribir bien consiste en entender los fundamentos (vocabulario, gramática, elementos del estilo) y llenar la tercera bandeja de la caja de herramientas con los instrumentos adecuados. La segunda es que, si bien es imposible convertir a un mal escritor en escritor decente, e igual de imposible convertir a un buen escritor en fenómeno, trabajando duro, poniendo empeño y recibiendo la ayuda oportuna sí es posible convertir a un escritor aceptable, pero nada más, en buen escritor.
Dudo que existan muchos críticos o profesores de escritura que compartan la segunda idea. Suelen ser profesionales de ideario político liberal, pero que en su campo son auténticos huesos. Una person.i puede estar dispuesta a salir a la calle en protesta contra la exclusión de los afroamericanos o los indios norteamericanos (ya imagino la opinión del señor Strunk sobre estos términos, políticamente correctos pero desmañados) de algún club, y luego decir a sus alumnos que el talento de escritor es fijo e inmutable. Los del montón, en el montón se quedan. Aunque un escritor se gane el aprecio de uno o dos críticos, siempre llevará el estigma de su reputación anterior, igual que una mujer casada y respetable pero con un hijo tenido en la adolescencia. Es tan sencillo como que hay gente que no olvida, y que la crítica literaria, en gran medida, sólo sirve para reforzar un sistema de castas igual de antiguo que el esnobismo intelectual que lo ha alimentado. Hoy en día, Raymond Chandler está reconocido como figura importante de la literatura norteamericana del siglo XX, uno de los primeros en describir la alienación de la vida urbana en las décadas de la última posguerra, pero sigue habiendo una larga nómina de críticos que rechazarían de plano el veredicto. «¡Es un escritor barato!», exclaman indignados. «¡Un escritor barato con pretensiones! ¡Lo peor que hay! ¡De los que se creen que pueden confundirse con nosotros!»
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