Historia de una familia normal narrada por cuatro puntos de vista diferentes, que a base de fragmentos nos van dibujando el retrato de la evolución de los hijos y las aventuras literarias del padre.
Imagino que este libro lo vi recomendado en la tormenta en un vaso, escaparate de recomendaciones de amiguetes que nada tuvo que envidiar al trapicheo habitual de los suplementos literarios. Porque es un libro que ni destaca por su prosa, ni por el contenido.
Quiero creer que tiene elementos autobiográficos, porque puedo entender que alguien crea que sus anécdotas familiares puedan subir a la categoría de novela -algo equivocado pero comprensible- pero si el autor imaginó tantas escenas insustanciales la cosa es mucho más grave.
Una pérdida de tiempo. Se me hace difícil creer que se publiquen libros como éste.
No me ha gustado.
•AL ACABAR AQUELLAS Navidades debíamos mantener una charla con Fran.
Con Guillermo habíamos tenido problemas y le prohibimos que hablara sobre el asunto de los Reyes Magos con su hermano y con cualquiera de su colegio. Con Fran nos pasó todo lo contrario. Era el único de la clase que mantenía viva su ilusión. Decidimos dejar pasar esas fiestas y contarle la verdad después.
Se enfadó con nosotros, agarró un berrinche tremendo. Nos dijo que le habíamos mantenido engañado durante toda su vida.
Y tenía razón.
PAPÁ DIO EL PREGÓN de las fiestas del pueblo. Se colocó un cachirulo al cuello y le acompañamos al balcón del Ayuntamiento. Me tomó de la mano y me dijo: Fran, quédate a mi lado para darme suerte.
Habló de cuando era pequeño y la gente se marchaba a Alemania, habló de los nuevos pobladores que habían llegado desde Rumania, desde Marruecos o desde Arge lia. Un hombre interrumpió el discurso con un silbido de protesta, pero todos le hicieron callar.
La plaza se quedó en silencio y Papá se puso un poco sentimental. Se dirigió a los chicos y chicas que esa noche se darían su primer beso —según él, el primer beso siempre se daba en fiestas— y que jamás olvidarían aquel momento. Menuda tontería.
Lo que más me gustó fue que el, policía municipal me dejara encender el cohete con su cigarrillo. Era un petardo de más de un metro de largo, el más grande que he visto nunca. Salió disparado hacia el cielo y, al llegar a lo más alto, explotó. Aquello era el chupinazo.
Nada más estallar, estalló también la charanga y la gente y los gigantes y los cabezudos y los jóvenes salieron disparados. Fue como si estuvieran esperando mi señal para ponerse a bailar.
Luego la gente abrazaba a mi padre, todos le decían con lágrimas en los ojos que recordaban su primer beso. Le daban besos como a él le gusta que le besen las mujeres de su pueblo, a metralleta, como si con uno se quedaran cortas.
Mi HERMANO Guille se empeñó en no hacer su primera comunión, igual que se negaba a actuar en los festivales ele Navidad del colegio. Con lo que yo disfruto poniéndome gomina en el pelo y unas gafas negras.
Cuando me llegó el turno intentó convencerme de que aquello de la comunión era una tontería, un lavado de cerebro. Que la gente pasa por eso solo por conseguir regalos.
Yo me mantuve firme. Quizá fue la primera vez. Le dije que creía en Dios y que no me comiera el coco.
La catequesis la haría con mis antiguos compañeros del anterior colegio y pensaba cumplir con todo lo que se esperaba. Dijera Guille lo que dijera.
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