Libros del asteroide, 2013. 238 páginas.
El punto de partida de la novela es el siguiente: México D.F., años sesenta. Estadounidenses y soviéticos están convencidos de que China trata de aprovechar la inminente visita del presidente de EE UU para asesinarlo. Para impedirlo, las autoridades mexicanas se ponen en contacto con Filiberto García, detective, antihéroe romántico, asesino eficaz. Ayudado y boicoteado al mismo tiempo los agentes de la CIA y el KGB Graves y Laski, García va descubriendo una trama compleja y donde cada actor tiene un interés distinto al que confiesa. La comunidad china en México y su peculiar forma de ver la vida, la muerte y la venganza complican más las cosas.
Novela negra que me sorprendió por su excelente calidad, tanto literaria con un manejo del lenguaje muy suelto y un retrato de personajes excelente, como por una trama sólida, con sus puntos de humor. Otras reseñas: El complot mongol y El complot mongol.
— De nuestra investigación, señor García, se deduce que usted nunca ha sido comunista y que en una ocasión desbarató un complot castrista. Por eso lo consideramos como un hombre seguro.
Seguro con la pistola, seguro para matar. ¿A cuántos cristianos se habrá quebrado este gringo?
Graves lo miraba intensamente.
— ¿Es usted anticomunista, verdad?
— ¿No que ya me investigaron? —Pero es usted anticomunista.
— Soy mexicano y aquí en México tenemos la libertad de ser lo que nos da la gana ser.
¡Pinche gringo! ¿Por qué será que hablando con ellos siempre acaba uno echando discursos tan pendejos? Aquí todos tenemos libertad pero para ser lo que somos, pinches fabricantes de muertos en serie, y de muertos de segunda, hasta eso. Y hay otros por allí, de la Mongolia Exterior, que tienen libertad para hacer muertos de primera, cadáveres. Para estos no hay más que comunistas y anticomunistas, ¿Qué pasa si le digo la verdad? Yo soy pistolero y nada más eso. Y me da lo mismo a cuál partido pertenece el difunto. Si hasta a un cura me eché una vez. Ordenes de mi general Marchena, por allá por el veintinueve.
Graves lo veía con sus ojos difros, pero con la misma sonrisa turística de vendedor de automóviles.
—Tenía entendido que íbamos a cooperar, señor García.
-Sí.
— Entonces, ¿estamos de acuerdo en la táctica a usarse con el colega ruso?
— Ya veremos.
—Yo le he contado todo lo que hemos hecho hasta la fecha —la voz de Graves sonaba a hombre ofendido — . Usted tiene contactos con la colonia china, pero no me ha dicho nada.
-No.
— ¿Tiene efectivamente esos contactos? —Juego poker con ellos.
—Muy buen contacto.
Sí, muy bueno, para perder dinero a lo maje. Y tal vez este gringo, con su investigacionitis crónica pueda servir de algo. ¡Pinches chales! El Liu debe andar buscando a Martita. Si no es que la mandaron ellos para que me pusiera en mi casa, muy despreocupado.
— Hay indicios de que los chinos saben algo, Graves.
— ¿Sí? Eso puede ser muy importante.
—Hay un chino llamado Wang, dueño de un café, el Café Cantón en la calle de Donceles. No se perdería el tiempo investigándolo.
— ¿Por qué?
—Dicen que es partidario de Mao. Y está organizando
algo.
Graves se puso de pie y fue al teléfono. ¡Pinche fbi! Basta decir el nombre de Mao para que corran a informar y a investigar. Está suave trabajar con estos. Yo muy sentado aquí, dándoles la información que deben investigar. Como si fuera el Coronel. Y hasta puede que averigüe yo algo del chino Wang que me pueda servir luego.
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