Quaderns Crema, 2001. 283 páginas.
La vida es una mierda
Vaya por delante que soy un total y absoluto admirador de Quim Monzó. Primero me leí toda su obra en castellano. Más tarde, al empezar a manejarme con el catalán, aproveche para utilizar su narrativa como método de inmersión lingüística. Cuando ya dominaba la lengua, volví a leerlo para disfrutarlo. Y cuando sacó el libro ’80 cuentos’, me lo volví a leer, simplemente, por puro vicio. El cuento no es un género fácil, pero Monzó es todo un maestro.
Todo esto lo aviso para que se sepa que mi subjetividad habitual está en este caso elevada al cubo; consideren los elogios de este libro en su justa medida o acompáñenme en mi entusiasmo. Hay dos autores catalanes de cuentos por los que me alegro de haber aprendido el catalán, uno es Quim Monzó y la otra es Empar Moliner, de la que desgraciadamente no existe ningún libro en castellano. Espero que no tarden (Ya lo han hecho).
El título del libro está escogido a conciencia; ya había oído por ahí que éste era el libro más pesimista de Monzó, pero se quedan cortos. Monzó siempre ha tenido esa mezcla peculiar de humor negro y absurdo que lo hace tan particular, pero en estos trece cuentos lija, depura, afina y destila el color negro hasta hacerlo totalmente opaco. Sus cuentos antes desazonaban. Ahora no es sólo pesimista. Es desolador.
Con Kafka ya nos enteramos de las angustias metafísicas del hombre. De su necesidad de salvación y esperanza, y del vacío que encontraba en cambio. Monzó nos explicará, cuidadosamente, que no hace falta irse tan lejos. No nos libraremos de la angustia simplemente dejando de pensar y viviendo una vida normal. La angustia, la falta de esperanza, está por todos los lados, en las cosas más cotidianas. La vida es cruel, y de una crueldad gratuita (Vacances d’estiu), nos vemos obligados a hacer como si la muerte no existiera (El meu germá) y no se salvan de la vergüenza ni las personas más queridas (la mama).
El amor no nos salva, sólo es una máscara para herirse mutuamente (les cinq falques), y no digamos nuestros semejantes (l’accident). Pero la vida no es un asco por eso. Tampoco importa si nos enfrentamos con coraje a la enfermedad y a la muerte (La vida perdurable), o si todo se confabula para hacernos la vida agradable (Dos rams de roses). No se puede encontrar lo que no existe, ni buscando entre todas las ramificaciones del relato, entre todos los posibles desenlaces (tot rentat plats). No hay esperanza. No hay nada. Monzó no se queja, no juzga, no exhibe, no moraliza. Sólo describe, con precisión de taxidermista, la implacable falta de sentido de la vida.
Como puede verse, mejor no regalen este libro a su amigo depresivo (o sí, si están cansados de aguantar sus quejas). Ahora bien ¿Qué hace un optimista como yo disfrutando con un libro como este? Pues porque es muy, muy bueno. Los cuentos de Monzó alcanzan, en muchos casos, la categoría de paradigma. Para mi ya no hay otra definición de la incomunicación de pareja que ese cuento donde un matrimonio, durmiendo en un hotel en camas separadas, oyen en la habitación de al lado a una pareja haciendo el amor. Ahora, el cuento ‘Vacaciones de verano’ será para mi la mejor definición de la impotencia y desesperanza ante la muerte. Y es que el estilo falsamente impersonal con que escribe Monzó es capaz de llegar más profundo que muchas otras florituras estilísticas.
A mi parece un autor no sólo bueno, sino imprescindible. No se asusten por su pesimismo (y, si lo hacen, siempre pueden hacer lo que hago yo ante angustias -metafísicas o no-: decirle (mentalmente) al autor ‘Eso lo dirás tú’) y disfruten de una de las mejores prosas y de las mejores historias que se editan en la actualidad. Ya tardan en darle el premio Nobel.
(Un día, un libro 71/365)
Escuchando: ‘Moments’, Red House Painters
2 comentarios
Comparto tu admiración por Quim Monzó. Me gusta mucho la revisión que hace de textos clásicos de la literatura, como en el cuento «Gregor», antítesis de «Las metamorfosis» de Kafka: «Cuando, una mañana, el escarabajo salió del estado ninfal se encontró convertido en un chico gordo…»
De «El porqué de las cosas», libro redondo, es esta revisión de «La Bella Durmiente»:
LA BELLA DURMIENTE
En medio de un claro, el caballero ve el cuerpo de la muchacha, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores. Desmonta rápidamente y se arrodilla a su lado. Le coge una mano. Está fría. Tiene el rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y amoratados. Consciente de su papel en la historia, el caballero la besa con dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos grandes, almendrados y oscuros, y lo mira: con una mirada de sorpresa que enseguida (una vez ha meditado quién es y dónde está y por qué está allí y quién será ese hombre que tiene al lado y que, supone, acaba de besarla) se tiñe de ternura. Los labios van perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellísimos. El caballero no lamenta nada tener que casarse con ella, como estipula la tradición. Es más: ya se ve casado, siempre junto a ella, compartiéndolo todo, teniendo un primer hijo, luego una nena y por fin otro niño. Vivirán una vida feliz y envejecerán juntos.
Las mejillas de la muchacha han perdido la blancura de la muerte y ya son rosadas, sensuales, para morderlas. Él se incorpora y le alarga las manos, las dos, para que se coja a ellas y pueda levantarse. Y entonces, mientras (sin dejar de mirarlo a los ojos, enamorada) la muchacha (débil por todo el tiempo que ha pasado acostada) se incorpora gracias a la fuerza de los brazos masculinos, el caballero se da cuenta de que (unos veinte o treinta metros más allá, antes de que el claro dé paso al bosque) hay otra muchacha dormida, tan bella como la que acaba de despertar, igualmente acostada en una litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.
Casualmente acabo de releer ‘Guadalajara’ dónde se encuentra la revisión de la metamorfosis, junto con la de Guillermo tell y una genial y divertida versión de Robin Hood.