Editorial Salvat, 1971. 164 páginas.
Sigo decidido a recuperar el tiempo perdido con Baroja, así como a leer todos los libros que de esta colección puedo ir consiguiendo. Dos tareas que en esta ocasión se hacen una.
Martín Zalacaín de Urbía era de niño una buena pieza, tanto que su tío Tellagorri, también de mala fama (Cada cual que conserve lo que tenga y que robe lo que pueda), lo toma bajo su protección. No desaprovecha Zalacaín las enseñanzas de su tio y se convierte en un pícaro redomado, pero valiente y noble. Pese a su enemistad con Carlos de Ohando (la familia bien del pueblo) se enamora de su hermana Catalina. Estamos en plena guerra Carlista y Zalacaín aprovechará para hacer sus negocios; una serie interminable de aventuras en las que no faltará el amor.
El protagonista es todo un personaje que a pesar de estar construído con trazos muy simples no resulta acartonado; todo lo contrario, enseguida se le coje cariño a pesar de sus trapicheos. Sus aventuras tienen un tono de folletín del XIX, pero claro, es que está escrita en 1909. Pese a todo, el libro se aguanta. Muy bien.
Las razones hay que buscarlas en dos sitios. Primero, en la prosa de Baroja: fresca y llena de localismos, de habla popular. De calidad. Por eso no ha envejecido aunque la trama sí. Segundo, en los personajes. Baroja tenía mucho ojo para el retrato. Con cuatro líneas te dibujaba un carácter a la perfección. Y tenía muchos y variados tipos para retratar. Sabrosos, llenos de vida. Apuntalan el entramado narrativo y lo salvan de la vulgaridad.
¿El resultado? Un libro de aventuras de calidad apto para todas las edades. Muy recomendable.
Escuchando: Los Rockeros Van Al Infierno. Barón Rojo.
Extracto:[-]
En la primavera, el camino próximo al río era una delicia. Las hojas nuevas de las hayas comenzaban a verdear; el helécho lanzaba al aire sus enroscados tallos; los manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor, y se oían los cantos de las malvises y de los ruiseñores en las enramadas. El cielo se mostraba azul, de un azul suave, un poco pálido, y sólo alguna nube blanca, de contornos duros, como si fuera de mármol, aparecía en el cielo.
Los sábados por la tarde, durante la primavera y el verano, Catalina y otras chicas del pueblo, en compañía de alguna buena mujer, iban al camposanto. Llevaba cada una un cestito de flores, hacían una escobilla con los hierbajos secos, limpiaban el suelo de las lápidas en donde estaban enterrados los muertos de su familia y adornaban las cruces con rosas y con azucenas. Al volver hacia casa todas juntas, veían cómo en el cielo comenzaban a brillar las estrellas y escuchaban a los sapos, que lanzaban su misteriosa nota de flauta en el silencio del crepúsculo…
Muchas veces, en el mes de mayo, cuando pasaban Tellagorri y Martín por la orilla del río, al cruzar por detrás de la iglesia, llegaban hasta ellos las voces de las niñas, que cantaban en el coro las flores de María.
Emenchen gauzcatzu, ama. (Aquí nos tienes, madre.)
Escuchaban un momento, y Martín distinguía la voz de Catalina, la chica de Ohando.
—Es Catalia, la de Ohando — decía Martín.
—Si no eres tonto tú, te casarás con ella —replicaba Tellagorri.
Y Martín se echaba a reír.
10 comentarios
Descubrí a Pío Baroja en mi adolescencia con precisamente
Zalacaín el aventurero. Y sí, coincido plenamento con tu opinicón.
El libro se mantiene (a pesar de la trama un tanto folletinesca) gracias
a la magistral narrativa de Don Pío.
Buena época para descubrir este libro. No entiendo porque te obligan en el instituto a leer el Quijote y no libros como éste.
Por cierto Palimp, ahora estoy releyendo «A sangre fría»
de Capote. No tengo palabras para indicar lo bueno que es este
libro. Es uno de los 50 libros que llevaría a una
isla desierta (junto con Chesterton, Mishima…).
Otro autor que descubrí en mi adolescencia fue Poe. Me deslumbraron sus
trilogía Dupiniana. Y disfruté enormemente sus historias de Terror.
En cambio, la magnífica Aventuras de Arthur Gordon Pym la
descubrí más tarde. No creía (equivocadamente) que estuviera
a la altura de sus cuentos extraordinarios.
Tendré que releerlo, porque cuando lo leí -hace ya mucho tiempo- no me llamó demasiado la atención.
Descubrí a Barón Rojo en mi adolescencia con precisamente Los rockeros van al infierno. Y sí, coincido plenamento con tu opinión.
Por cierto: a mí, en su día, sí me obligaron a leer a Baroja en el instituto.
Pero seguro que te obligaron a leer El árbol de la ciencia, que es mucho más aburrido…
¡Yo descubrí el onanismo antes de mi adolescencia y desde entonces no he podido dejarlo!
Tú lo que eres es un vicioso 😛
La opinión literaria de un oyente de Barón Rojo tiene para mí muy poco valor. Zalacaín es una novela de aventuras, no pretende pasar por otra cosa, y a pesar de ello tiene párrafos de pensamientos y reflexiones que, aunque puedan ser pasajeras o de relleno en la trama, tienen mucho más interés que la producción de tanto sesudo pedante, que además sienta cátedra de árbitro de la buena literatura y le da un displicente aprobado a uno de los muy grandes de la literatura española.
Extraordinaria mezcla de prejuicios y lectura en diagonal. Ignoraba que la escucha de Barón Rojo inhabilitaba para opinar sobre libros y lecturas, pero es usted muy libre de seleccionar opiniones literarias por los grupos musicales. Tengo curiosidad ¿Qué hay que escuchar para que usted tenga a bien escuchar sus opiniones?
No entiendo muy bien en que parte de mi texto se le da un displicente aprobado a este libro. Será cuando hablo de la prosa de Baroja: fresca y llena de localismos, de habla popular. De calidad. O cuando afirmo que Con cuatro líneas te dibujaba un carácter a la perfección.. O al remachar Muy recomendable. Si pudiera iluminarme le estaría agradecido.